Carteles, mantas, volantes y pintas de artistas se sumaron a la lucha; lo que ‘‘se salvó del terror’’ se exhibe en el Museo Universitario Arte Contemporáneo, sostiene experta
Martes 11 de septiembre de 2018, p. 4
La represión era brutal. El encarcelamiento, un futuro seguro. En esos días, desde julio de 1968, comenzaron a circular volantes, mantas, pintas y carteles para dar a conocer una lucha encabezada por los jóvenes estudiantes.
Un gorila salvaje con casco de granadero, una paloma ensangrentada herida por la lanza de una bayoneta, Gustavo Díaz Ordaz con un perfil mongolizado o los símbolos de los Juegos Olímpicos intervenidos de manera subversiva fueron algunas imágenes que se crearon en la urgencia del momento para dar a conocer al mayor número de personas lo que sucedía: se exigía paz, libertad y justicia.
Algunas de las icónicas imágenes permanecen como testimonio y símbolo: la gráfica del 68.
‘‘Es lo que se salvó de la destrucción, del terror”, sostiene Amanda de la Garza, curadora del Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), sobre el material que permanece 50 años después de ese movimiento aplastado violentamente y la masacre de Tlatelolco de aquel 2 de octubre que no se olvida.
Santiago Pérez Garci, director del Museo Nacional de la Estampa, considera que ‘‘fueron unos cuantos meses los que estuvo vivo el movimiento estudiantil, pocas escuelas las que intervinieron en hacer la propaganda gráfica. Su producción era instantánea y tenían que salir a pegarla en las calles, porque poseía esa cualidad efímera. Lo que se conserva es de gran valor”.
Precariedad
Un enfrentamiento entre estudiantes sofocado con golpizas de granaderos detonó marchas el 26 de julio, jornada que culminó con represión policiaca. Luego, el 30 de julio, elementos del Ejército destruyeron, con el llamado ‘‘bazucazo”, la histórica puerta del Colegio de San Ildefonso, entonces sede de las preparatorias 1 y 3 de la UNAM.
La huelga se desencadenó en las escuelas de educación media y superior en la Ciudad de México, donde destacaron la UNAM, el Instituto Politécnico Nacional, la Normal Superior y Chapingo.
Arnulfo Aquino, artista, participante y autor de parte del rescate del archivo documental, relata que ‘‘durante el movimiento la producción gráfica fue principalmente propaganda para denunciar la represión gubernamental y contrarrestar la deformación de la información de los medios masivos controlados por el gobierno mexicano”.
La gráfica, recuerda, se elaboró en todos los planteles en huelga, pero con sentido estético en las escuelas de arte, en La Esmeralda, del Instituto Nacional de Bellas Artes, y la Nacional de Artes Plásticas, entonces en San Carlos. Esta construcción del siglo XIX vio sus patios, talleres y galerías convertidos en talleres de estudiantes y profesores para crear las imágenes.
La producción se logró en condiciones precarias de materiales, medios y técnicas, principalmente de grabado y serigrafía.
En las brigadas de producción gráfica profesores y artistas de otras generaciones y trayectorias abrieron sus talleres. Alumnos y otras personas usaron máquinas y planchas. ‘‘Fue un lugar de los artistas en la movilización social. En un momento de emergencia, esta fue la manera en que muchos productores sociales trataron de abonar al movimiento, a la voz colectiva”, explica De la Garza.
La gráfica del 68 se puede entender en un sentido generalizado y con duración corta, opina Pérez Garci, pero también es necesario hablar de líneas previas.
‘‘Recuperan parte de las prácticas del Taller de Gráfica Popular, así como el sentido callejero, abrevan de nuevas tecnologías incorporadas, como imprentas y mimeógrafos, y hacen uso de distintos iconos”, como el grabado de Adolfo Mexiac sobre la libertad de expresión, en realidad de un indígena maya, la figura del Che Guevara o el uso subversivo de la iconografía creada para los Juegos Olímpicos.
También recuperaron símbolos y luchas de luchas anteriores, como el ferrocarrilero, el magisterial y el médico. A lo que se suma la presencia de maestros, como Mexiac y Francisco Moreno Capdevila.
‘‘En eso radica, creo, la expresión más importante del movimiento estudiantil; es una nueva identidad grafica que es la apropiación de símbolos y de iconos para traerlos a su causa. Una forma disidente que se representó gráficamente y ese es el espíritu”, define Pérez Garci.
Y aunque hay singularidades reconocibles en algunas obras, omitir las firmas es una de las características, debido a la clandestinidad de la resistencia. ‘‘Creo en la legitimidad que guarda el arte colectivo y anónimo porque se identifica más con una causa de un conjunto de personas: estar identificando una obra.
‘‘La obra es muy disímbola; existen imágenes complejas en su narrativa y otras son transferencias creadas a partir de un emblema, resignificando en su opuesto.”