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Ficciones oficiales

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▲ Los ex presidentes de Estados Unidos Barack Obama y George W. Bush, así como el ex vicepresidente Al Gore (al centro), en el funeral del senador John McCain, en la Catedral de Washington, el pasado sábado. Algunos medios describieron la ceremonia como la reunión más grande de la resistencia contra Donald Trump.Foto Afp
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as cosas están tan mal aquí que una reunión de algunos de los principales responsables de guerras ilegales, crímenes de lesa humanidad, tortura, golpes de Estado, desaparecidos, vigilancia masiva de ciudadanos, crisis económicas que destruyeron las vidas de millones, y de la impunidad por todo esto, fue elogiada como un llamado a la recuperación de la decencia, la integridad y la verdad, ante el enfant terrible en la Casa Blanca.

En las ceremonias funerarias del senador John McCain se presentó casi toda la cúpula política estadunidense (incluidos los altos mandos militares). Los ex presidentes Barack Obama y George W. Bush fueron las estrellas, junto con líderes legislativos de ambos partidos, diplomáticos, asesores y periodistas de esos que admiran a y se hacen amigos de (y a veces se incorporan a) esa cúpula. Y, de pilón, entre los oradores estaba nadie menos que Henry Kissinger.

Se volvió –y así se cubrió– como un festejo de la real grandeza de este país; algunos medios liberales lo describieron como la reunión más grande de la resistencia contra Trump. Con ello fue proyectado como una manifestación muy bien vestida y portada contra el actual régimen. El presidente non grato, como lo nombró el Washington Post, expresamente desinvitado de todas las ceremonias, se fue a jugar golf.

Lo que se mostró, afirmaban muchos, era esa America pretrumpiana tan respetada y respetable. Richard Haass, presidente del venerable Council on Foreign Relations, comentó que la ceremonia fue “una importante declaración de política exterior al mundo, de que la America que habían conocido y admirado tanto, aún existe”.

McCain era un gran militarista. Para él, señala Matt Taibbi, en Rolling Stone, dondequiera que Estados Unidos tenía un problema de política exterior, la solución siempre era bombardearlos hasta la chingada. Fue bautizado como héroe por su servicio militar en la guerra de Vietnam, donde su avión fue derribado mientras estaba bombardeando a civiles (como en toda guerra moderna). Aunque asumió algunas posiciones loables (contra la tortura extrema y por una reforma migratoria integral), uno de sus últimos actos en el Senado fue votar en contra de poner fin al papel estadunidense en la guerra en Yemen (donde recientemente una bomba fabricada y proporcionada por Estados Unidos mató a 40 niños en camiones escolares) y a lo largo de décadas fue opositor de medidas de derechos civiles. También puede decirse que al seleccionar a la patética ultraconservadora Sarah Palin como compañera de fórmula en su campaña presidencial, en 2008, abrió algunas de las puertas que llevaron a Trump al poder.

Bush y su gente son responsables de guerras ilegales libradas con justificaciones fabricadas, el uso de la tortura, el campo de concentración extralegal de Guantánamo y, para acabar, la peor crisis económica desde la Gran Depresión. Obama es responsable de continuar esas guerras y de dejar impunes a los que habían violado las leyes nacionales e internacionales de derechos humanos; de rescatar y dejar impunes también a los responsables de la crisis económica provocada por el fraude más grande de la historia –dejando un saldo de más de 8 millones de desempleados, la pérdida de vivienda de millones más– e implementar políticas que aceleraron la desigualdad económica beneficiando al 1 por ciento más rico de este país (no es tan misterioso entender por qué muchos trabajadores blancos que sufrieron las consecuencias y votaron por Obama se sintieron defraudados otra vez, y votaron por Trump en la pasada elección). Y de Kissinger, ni hablar, su currículum antivitae se cuenta por volúmenes.

Aun más, en esta era trumpiana, la disputa entre la cúpula por la versión oficial de Estados Unidos no necesariamente es lo mismo que la lucha por la verdad.

El resultado de una total sustitución de la verdad basada en hechos con mentiras no es uno donde la mentira ahora será aceptada como verdad y la verdad será difamada como mentira, sino que el sentido por el cual nos ubicamos en el mundo real se está destruyendo. Hannah Arendt.