ijuana DC (después de Colosio). En Mente revólver, opera prima de Alejandro Ramírez Corona, egresado del CUEC, se plantea una hipótesis interesante: ¿cómo sería la vida de Mario Aburto Martínez, culpable oficial del magnicidio de Luis Donaldo Colosio en 1994, y condenado a 45 años de prisión, si de pronto obtuviera una libertad anticipada al cabo de 20 años? A partir de esta premisa de ficción con tintes de thriller político, propone tres historias paralelas que terminarán entrecruzándose. El personaje central no es el propio Aburto, sino el joven músico Chicali (Hoze Meléndez), quien por necesidad económica pide empleo de policía y se distingue como vigilante en un supermercado con una intervención temeraria que lo convierte en héroe ciudadano. Su destreza en el manejo de las armas permite suponerle un pasado criminal del que busca redimirse. Ese buen propósito habrá de frustrarse cuando el crimen organizado lo obligue a retomar el cauce delictivo como asesino a sueldo.
Se añaden las tribulaciones de Jenny (Bella Martin), una estadunidense algo madura y de aspecto indigente, que llega a Tijuana para vender una pistola encontrada en un basurero. Poco o nada se sabe del pasado de ese personaje disminuido y melancólico, desecho humano de la prosperidad vecina, que transita sin rumbo ni objetivo por una ciudad plagada por la corrupción y la violencia. Su única forma de subsistencia será incorporarse a la cadena del delito local aceptando transportar mariguana a través de la línea fronteriza. Finalmente, el propio Mario Aburto (Baltimore Beltrán), otra figura errante en esa urbe deshumanizada, trabajador ocasional en una maquiladora, habrá de descubrir la imposibilidad de escapar a la fatalidad del crimen original. Una voz omnisciente, eco siniestro de la colusión del crimen y el poder político, le sentencia: Tú ya no vas a existir, porque si me entero de que vives, mueres
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A Mente revólver, título sugerente y atractivo, la recomienda su destreza en el manejo de temporalidades superpuestas que muestran una Tijuana antes y después del atentado a Colosio como imagen viva de la persistencia de la impunidad del crimen organizado en el país entero. También del desasosiego de una ciudadanía vulnerable e indefensa, y de seres marginales que por falta de opciones se ven orillados a acrecentar las filas de sicarios que, como Chicali, siempre tendrán sus días contados. El pesimismo que permea la cinta tiene contrapuntos dramáticos en esos atisbos de generosidad y humanismo que manifiestan la triste Jenny agradeciéndole al policía vuelto asesino el haberle salvado esa vida suya que ya a casi nadie importa, o el propio sicario, quien luego de intentar un tiro de gracia piadoso sobre su abuela enferma la lleva en silla de ruedas a contemplar por última vez la grandiosidad del mar. A la posibilidad latente de una deriva en el melodrama rutinario, el director opone continuamente pinceladas de humor, en las pintas en las calles o los muros de los retretes, o en gags como el del narcomenudista que se dirige en términos sexistas a su mascota canina. O el mismo ritmo trepidante de la acción que ofrece como contraste a la melancolía general del tríptico narrativo la acelerada saga criminal de Chicali con una cadena de ejecuciones impiadosas que transforman su temperamento antes sosegado en una auténtica maquinaria de exterminio, la mente revolver del sicariato juvenil a sueldo.
Es lamentable que un primer trabajo fílmico con una carga notable de investigación sobre el suceso real en Lomas Taurinas y un despliegue de imaginación en el relato que condensa y a la vez amplía la complejidad de una tragedia nacional con tantos aspectos no resueltos, no pueda llegar a su estreno comercial de modo medianamente decoroso. Como tantas cintas mexicanas recientes de calidad, su paso por la cartelera alternativa será posiblemente fugaz y apenas reseñado. Celebrar un día del cine nacional con un trato semejante a los nuevos creadores revela dosis muy parejas de impotencia institucional y de humor negro. Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional a las 17 y 19 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil1