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Sufragio, representación e inclusión política: ¿Hubo un voto indígena en 2018?
Sophie Hvostoff masiosarey.com Una apuesta por la acción afirmativa Entre las novedades de estas elecciones destacan las acciones afirmativas que promovieron las autoridades electorales. En noviembre de 2017, el Instituto Nacional Electoral instó a los partidos a respetar la paridad de género y a presentar candidata/os de origen indígena para las diputaciones federales de al menos doce de los 28 distritos con más de 40% de población indígena. En diciembre el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación ratificó dicho acuerdo y amplió las candidaturas obligatorias a los trece distritos con más de 60% de población indígena. Pero si bien se registró un avance histórico en materia de representación femenina, en el ámbito de la inclusión indígena los resultados presentan claroscuros. ¿Qué efectos tuvieron estas medidas sobre los resultados de las elecciones de 2018? ¿Se logró incrementar el número de legisladora/es indígenas? Estas preguntas –que investigamos actualmente en el marco de un proyecto de observación electoral impulsado por la Asociación Civil Democracia, Derechos Humanos y Seguridad, A.C. y El Colegio de México bajo los auspicios del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo– son más complejas de lo que aparentan a primera vista. Presuponen la existencia de demandas específicas que se traducirían, a su vez, en ofertas políticas para las poblaciones indígenas. ¿Cómo se vinculan las identidades étnicas con las preferencias electorales de los mexicanos? ¿Hubo un voto indígena en 2018? Para indagar en estos interrogantes, en esta primera entrega contrastemos los resultados de los comicios para presidente y para diputados federales en las secciones electorales mestizas e indígenas, antes de interesarnos en el voto de diversas regiones étnico-lingüísticas que conforman la geografía sociocultural del país. Los efectos de la oleada Morena a nivel nacional Iniciemos con un esbozo del nuevo panorama político nacional. Mucho antes de que tocara tierra e inundara las urnas, el 1ero de julio, el movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) fue asimilado a un tsunami político. Esta metáfora capta el carácter masivo del efecto de arrastre que generó su tercera campaña en los comicios presidenciales: AMLO ganó en 31 de las 32 entidades federativas y en 79% de las 67 mil secciones electorales, a la manera de una oleada que arrasó con las estructuras de los partidos tradicionales. Sin embargo, los comicios de 2018 no pueden reducirse al 53.2% del voto que sumó el presidente electo, ya que en ellos se renovaron 18 mil 311 cargos (17 mil 682 locales y 629 federales). De ahí la utilidad de destacar algunos aspectos relevantes del nuevo mapa electoral, indispensables para situar la especificidad eventual del voto indígena. Para empezar, la participación electoral no fue excepcional a nivel nacional: con 63.6% ésta se situó más bien en un promedio, entre el 77.1% alcanzado en las presidenciales de 1994 y el 58.6% de las presidenciales de 2006, en niveles muy similares a los registrados en 2000 (63.9%) y en 2012 (63.1%). Pese a la retórica de las campañas negativas que marcaron los debates presidenciales y municipales, la contienda no se polarizó en dos campos sino que se desenvolvió en medio de una reconfiguración más amplia de la oferta partidista. Sería erróneo hablar de una nueva hegemonía: a primera vista impresiona que AMLO obtuviera un porcentaje superior de sufragios que Ernesto Zedillo (48.7%) en 1994 y que el mismo Carlos Salinas de Gortari (50.4%) en 1988. Sin embargo, con todo y su capacidad de sumar una miríada de sectores descontentos que rompieron con el PRD, el PRI o el PAN, Morena como partido solo obtuvo 37.3% en los comicios para diputados federales. Aun así, la victoria del Movimiento de Regeneración Nacional fue contundente. Además de las derrotas personales de Ricardo Anaya y de José Antonio Meade en las presidenciales, tanto el PRI (16.5%) como el PAN (17.9%) y el PRD (5.3%) tocaron fondo en las elecciones para diputados. Se hizo manifiesta, también, la debilidad estructural de Nueva Alianza y de Encuentro Social (que, a pesar de gastar millones de pesos del erario público, no lograron convencer siquiera a 3% de los votantes, por lo que queda en suspenso su registro legal), del Partido Verde Ecologista de México, del Movimiento Ciudadano y del Partido del Trabajo (que apenas lograron sobrevivir con porcentajes inferiores a 4.8%).
En suma, el movimiento electoral encabezado por AMLO, más que constituirse como una nueva fuerza hegemónica, puso de manifiesto un hartazgo profundo con las élites gobernantes y un rechazo generalizado de los partidos tradicionales, que produjeron ambos un voto de sanción contundente. ¿Cómo votó el México profundo? ¿Cómo votaron, ahora, los electores indígenas el pasado 1ero de julio? ¿Se reflejó la pertenencia étnico-lingüística en un comportamiento electoral específico? Analicemos los resultados en las 4 mil 352 secciones electorales que concentran 70% de los electores indígenas del país. Éstas pueden ser segmentadas en tres sub-categorías para contrastarlas con el resto de secciones mestizas: las 1,435 secciones con entre 40% y 60% de hablantes de lenguas indígenas (donde los mestizos cuentan con una fuerte presencia territorial); las 1,234 secciones con entre 60% y 90% de hablantes de lenguas indígenas (donde lo mestizos son minorías visibles); y las 1,683 secciones con más de 90% de hablantes de lenguas indígenas (donde los mestizos son muy minoritarios). Asimismo, tomemos en cuenta los efectos eventuales del nivel promedio de escolaridad, para controlar por este tipo de desigualdad socio-económica. Y observemos el sufragio en distintos contextos sub-nacionales para identificar sus características en las grandes regiones indígenas del país. Participación electoral y voto indígena a nivel nacional Para empezar, evitemos caer en falacias culturalistas. En México, el concepto “indígena” designa una categoría sociodemográfica recurrente para formular políticas públicas de integración nacional pero también está cargado de connotaciones discriminatorias, de marginación y exclusión social. De ahí la necesidad de cuestionar algunas ideas equivocadas muy arraigadas en los imaginarios colectivos. La primera asume que las elecciones no les interesan a los pueblos indígenas. Como se observa en la gráfica 1, dicha premisa no tiene sustento. Ciertamente, hasta 2006 las secciones mayoritariamente indígenas se caracterizaron por tasas más bajas de participación electoral. Sin embargo, a partir de entonces las tendencias se invierten y, hoy en día, éstas registran promedios superiores a los observados en las secciones mestizas. Otra falacia recurrente dicta que la política indígena es unánime y consensual, por lo que las comunidades se oponen a las elecciones multipartidistas. Sin lugar a dudas, en muchas comunidades indígenas se observa un rechazo a los partidos tradicionales y una apuesta por los llamados “usos y costumbres”. Sin embargo, dicho movimiento se enfoca en la renovación de las élites municipales. En las elecciones para presidente y para diputados federales el Número Efectivo de Partidos Electorales no presenta diferencias sustantivas entre las secciones mestizas e indígenas: tras haberse situado en 1.6 en 1991 (contexto monopartidista), este índice alcanzó el umbral del bi-partidismo desde 1994 y del tri-partidismo desde 2009, para situarse ahora en un promedio de 3.4 (es decir, en un formato de entre tres y cuatro partidos relevantes, como el que también se observa en promedio en las secciones mestizas). Observemos ahora la composición del voto en los distintos contextos multiétnicos (mixtos, mayoritaria y casi exclusivamente indígenas): tanto AMLO y Anaya en las presidenciales, como Morena y el PAN en las legislativas, obtienen resultados más bajos en estos tres tipos de secciones, mientras que el PRD y el PRI resisten mejor en ellos que en los mestizos. Esta diferenciación también se refleja en los porcentajes de secciones que logran ganar los distintos candidatos/partidos: AMLO obtiene el primer lugar en 79.6% de las secciones mestizas pero solo lo logra en 61.9% de las indígenas; Meade, en cambio, solo gana en 5.2% de las secciones mestizas pero llega en primer lugar en 21% de las secciones indígenas (cuadro 1). En cuanto al Bronco, sus votos se concentran claramente en las secciones mestizas. El resto de partidos (el PT y el PVEM, en particular) capta un caudal ligeramente mayor de votos en los contextos multiétnicos, recibiendo 23.9% en las secciones con más de 90% de hablantes de lenguas indígenas. Estas cifras confirman lo que ya mencionamos arriba: a pesar de caracterizarse por una mayor presencia del PRI y del PRD, hoy día las secciones indígenas tienen la misma diversidad partidista que las regiones mestizas (cuadro 1). Pero sería prematuro concluir que el electorado indígena es más participativo, priista y/o perredista que su contraparte mestiza. En realidad, muchas especificidades del sufragio en estas secciones no se deben necesariamente a sus características culturales sino que pueden deberse, también, a otras variables socioeconómicas. El voto de Meade incrementa de 18.2% a 29.9% entre las secciones mestizas y las secciones eminentemente indígenas; pero éste también obtiene 29.8% del sufragio en las 3,884 secciones mestizas con menos de 5 años de escolaridad, contra 31.2% en las 1,669 secciones indígenas con el mismo nivel educativo. Lo mismo ocurre con el PRD que pasa de 5.3% a 11.5% en las secciones mestizas de baja escolaridad y obtiene 9.8% en las secciones indígenas con el mismo nivel educativo. En otras palabras, ambos partidos resisten mejor en las secciones con baja escolaridad, independientemente de sus características étnico-lingüísticas. La diversidad del universo indígena La categoría “indígena” tampoco capta la heterogeneidad de situaciones en las que viven las distintas comunidades originarias del país. Como botón de muestra, analicemos el voto en siete regiones construidas a partir de las secciones mayoritariamente indígenas. Más que de un comportamiento consistente conviene hablar de una marcada diversidad de votaciones que se relacionan con las dinámicas de las entidades en las que se ubican estas regiones eminentemente indígenas (Mapa 1).
La participación electoral fluctúa mucho entre regiones, pudiendo alcanzar tan solo 56.6% en la región huicot-tarahumara, o hasta 84% entre los mayas de la península de Yucatán. El éxito de Meade es impresionante en ambas regiones (donde éste gana 53.7% y 42.9% de las secciones) y contrasta con sus resultados mediocres en Guerrero, Oaxaca y el resto de secciones mestizas e indígenas (cuadro 2). A su vez, los resultados de Anaya varían fuertemente entre las regiones indígenas de Chiapas y Oaxaca (donde el panismo brilla por su ausencia), y aquellas que se sitúan en San Luis, Puebla y Yucatán (donde el candidato del blanquiazul obtiene entre 28.2% y 31.3% del sufragio válido). El PRD apenas recibe 2.6% del voto en la región huicot-tarahumara pero capta 9.9% en Oaxaca, 9.5% en San Luis y 19.2% en la Montaña indígena de Guerrero. MORENA, finalmente, no es la excepción: los resultados de López Obrador fluctúan entre 29.5% en Yucatán y 64.2% en Oaxaca, diferencias que remiten al éxito/fracaso de sus campañas estatales y no a variables étnico-lingüísticas. Una vez más, llama la atención que en muchas regiones indígenas (particularmente en Guerrero y sobre todo en Chiapas) el voto está más fragmentado que en la zona mestiza, lo que se refleja en los porcentajes elevados que captan las otras fuerzas partidistas. Esta diversidad electoral del universo indígena se representa en la gráfica 2, que sintetiza la pluralidad política de estas siete regiones indígenas. Un universo en el que caben muchos mundos indígenas En resumen, cabe subrayar el pluralismo del universo indígena. En 2018 la participación electoral fue más alta en casi todas sus regiones, donde los sistemas de partidos están igual de fragmentados que en el resto del país. Más que de un voto conviene hablar de diversas votaciones indígenas. Este hallazgo tiene consecuencias importantes para la inclusión política de las poblaciones originarias. Contrario al imaginario dualista que homogeneiza y oculta su diversidad interna, los resultados electorales revelan un arcoíris de preferencias políticas que conviven dentro de las comunidades indígenas. Ello obliga a situar las identidades indígenas en distintos contextos geográficos, demográficos, económicos, sociales y culturales. Estamos ante un conjunto de poblaciones sumamente diversas que pueden residir, como mayorías indiscutibles, en comunidades exclusivamente indígenas, o migrar y vivir en entornos multiculturales, mixtos y mestizos donde se transforman en minorías más o menos (in)visibles. Esta pluralidad de situaciones invita a interrogarse sobre la especificidad de las élites políticas indígenas. ¿Quiénes se postulan y compiten, ganan o pierden, se oponen o gobiernan en estos territorios? Ésta, y otras preguntas, se abordarán en nuestra próxima entrega. Cuadro 2 La heterogeneidad del
voto en siete regiones indígenas (2018)
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