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También las semillas
tienen
Adelita San Vicente Tello Semillas de vida La historia de las semillas, muestra de la riqueza en biodiversidad y conocimientos de nuestro país, lo lleva a distinguirse como uno de los centros de origen de la agricultura, con un papel preponderante en la evolución de la producción agrícola. Revisar la historia nos permite esbozar una propuesta para el sector semillero. Después de la Revolución Mexicana el gobierno impulsó una política en el campo con el propósito de producir alimentos. Entre otros organismos, en 1961 se creó la Productora Nacional de Semillas (Pronase), cuyo objetivo fue la reproducción en escala comercial de las semillas que los investigadores del Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas (INIA) producían, así como la distribución y venta de éstas entre los agricultores. En su apogeo, en los años ochenta del siglo pasado, dispensaba alrededor de 80 variedades de granos y hortalizas, cubría 80% del mercado nacional de semillas mejoradas y operaba 40 plantas de producción (Diario de México, 2004). En la etapa neoliberal, iniciada durante el gobierno de Miguel de la Madrid, cambia la política hacia la producción agropecuaria. En el sector de las semillas desde 1991, previo a la firma del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, se desmanteló la estructura existente para el abastecimiento y se modificó la legislación para desregular el papel del gobierno en el sector. La apertura al sector empresarial para la producción de semillas favoreció a las grandes empresas en la producción de semillas, brindándoles los recursos genéticos públicos para sus intereses. Uno de los empresarios nacionales que destacó en el sector fue Alfonso Romo, quien impulsó la División de Agrobiotecnología –Seminis. El empresario compró varias firmas internacionales de semillas, con lo que en 2011 controlaba el 22% de la producción mundial de semillas vegetales. Finalmente, en 2005, cuando suministraba más de 3 mil 500 variedades de semillas de productos hortícolas en más de 150 países vendió Seminis a Monsanto (Takahashi, 2017). Bajo este modelo, los cientos de variedades de semillas mejoradas públicas desarrolladas por el INIFAP, dejaron de estar disponibles para los productores. Actualmente, 95% de las semillas para las hortalizas son importadas, mientras que, 85% de la semilla de maíz que se utiliza es producida en México (CEDRSSA, 2015). De manera paralela, en el campo mexicano, no obstante, la política que los ha desprotegido por completo, los indígenas y campesinos mantienen la actividad agrícola, como eje de su esquema cultural y de reproducción, desarrollando un modelo propio para conservar y seguir generando conocimientos alrededor de las semillas, preservándolas y fomentando su intercambio, ya sea libre o bien, en mercados locales controlados por ellos mismos. De manera constante, se siguen generando innovaciones por manos campesinas al experimentar de manera empírica con los cultivos y al llevar a cabo lo que se conoce como mejoramiento campesino (Turrent, 2010). Las prácticas campesinas e indígenas aprendidas de generación en generación mantienen procesos constantes de experimentación y mejoramiento con lo cual logran innovaciones y adaptaciones de los cultivos a los desafíos ambientales y productivos actuales.
La diversidad de maíces nativos que aún conservan los agricultores, representa una fuente de germoplasma irremplazable y de gran importancia para su estudio y conservación; asimismo, resulta fundamental para las necesidades nacionales de producción pues el material nativo es el que ha sido capaz de adaptarse a las condiciones del país y es la base del mejoramiento de las variedades híbridas (Mota, 2016). Además, su utilización es central en el ámbito alimentario, ya que la gran diversidad de maíces posibilita la variedad de platillos base de la comida mexicana. Por ello, la política que se impulse debe reconocer el papel activo, dinámico e indispensable de las comunidades campesinas e indígenas en la protección y mejoramiento de la agrobiodiversidad. Asimismo, se debe admitir que existen experiencias muy relevantes para el manejo de las semillas de maíz y especies de la milpa que se expresan en las tres vertientes de la agroecología: como movimiento, como práctica y como ciencia. Por una parte, observamos un amplio movimiento, desde las comunidades campesinas y los pueblos originarios en la defensa de sus semillas y de su modo de vida que utilizan estrategias diversas y mantiene un código cultural. Entre estas destacan las ferias de semillas que se han convertido en espacios de libre intercambio de semillas, de conocimientos y experiencias de conservación y transformación de la agrobiodiversidad, así como, de usos y aspectos culturales relacionados, como festividades y ceremonias. Como práctica existen estrategias productivas que permiten renovar la agrobiodiversidad y mantener al día una domesticación constante frente a los fenómenos de cambio climático. Una de ellas son los fondos de semillas que cumplen funciones de recuperación de germoplasma local ante fenómenos climatológicos. De gran importancia es el registro y catálogo de fondos de germoplasma y áreas de protección de la agrobiodiversidad, identificadas como depositarias de prácticas agrícolas tradicionales, para ser además objeto de los apoyos e incentivos. Como ciencia, se avanza en la elaboración de propuestas que reconocen el conocimiento campesino y que, además, consideran que existen conocimientos desarrollados por los fitomejoradores que pueden aplicarse a estas experiencias para a través de un diálogo de saberes llegar a la construcción del conocimiento agroecológico. Se propone apoyar acciones para el estudio, caracterización, evaluación, conservación y utilización, de manera dinámica y en un contexto de mejoramiento evolutivo y participativo, del germoplasma de maíces nativos existente en el país como una alternativa viable, rentable y sustentable para diferentes regiones de diversidad y contextos agrícolas en México. Incluyendo una primera aproximación al reconocimiento de la agrobiodiversidad in situ. En última instancia, es indispensable recuperar, reivindicar y valorizar activamente la función irrenunciable del Estado y su obligación constitucional, en lo referente al fomento y protección de las semillas mexicanas indispensables para la soberanía y la seguridad alimentarias, la conservación de nuestro patrimonio fitogenético, y la defensa y valorización de las culturas agrícolas tradicionales. El Estado mexicano tendrá una función central para lograr el mantenimiento de la diversidad genética, sobre todo de los cultivos básicos y estratégicos para el país. La idea será reposicionar la función del Estado en materia de semillas en las nuevas condiciones políticas, económicas y sociales del país, así como en el contexto internacional, donde se disputa el control de los mercados agroalimentarios internacionales. Para ello, otra vertiente de trabajo será el impulso de una regulación adecuada tanto a nivel nacional como internacional y la adhesión a tratados como la UPOV. Finalmente, se trata de dar un giro a la manera en que el país ha atendido la producción de semillas para el campo, manteniendo el control estatal en la protección y fomento de los procesos relativos a la producción de semillas y la creación de redes de experiencias para promover una alimentación saludable y preservar el patrimonio biocultural mexicano y la agrobiodiversidad mexicana a fin de coadyuvar a la soberanía alimentaria y la economía nacional.
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