18 de agosto de 2018     Número 131

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Para combatir la discriminación,
revalorar nuestras lenguas


Al menos 5.1 por ciento de los menores que cursan cuarto, quinto y sexto grados de primaria son regañados o castigados por hablar una lengua indígena en su escuela, cifra que se eleva a 15.8 en los planteles multigrado, revela estudio del INEE. FOTO: José Antonio López / La Jornada

Emiliana Cruz

El pasado 1 de julio inició lo que parece ser un nuevo episodio en la historia de México. Por primera vez en su historia democrática el país eligió con una mayoría inédita a un candidato de alternancia como presidente. Por otra parte, el gobierno de López Obrador comienza con una mayoría sorprendente en el congreso, lo cual abre camino para una transformación de nuestro país. Son muchas las razones por las que esto debe de ser festejado.

El país espera con ilusión la implementación de una agenda donde exista una verdadera participación ciudadana y políticas de justicia social. Este cambio es particularmente emocionante para mí, al ver las posibilidades de que haya cambios para las comunidades indígenas. Para que exista una transformación profunda, real, en nuestro país es de vital importancia tener un entendimiento sobre cuál es la experiencia actual de las comunidades indígenas, cuáles han sido los errores cometidos sexenio tras sexenio y, lo más importante, cómo podemos aprender de las propuestas que llevan años poniéndose en práctica en muchas de estas comunidades.

Quiero enfocarme en el caso de las lenguas indígenas, presentando una breve sinopsis de la realidad y una serie de propuestas claves para alcanzar esta transformación tan esperada.

México se ha caracterizado hasta hoy por sus políticas discriminatorias contra la preservación y divulgación de sus lenguas indígenas. A pesar de reconocerse como un país multicultural, son pocas o nulas las prácticas que respaldan esta visión. La escasez de proyectos enfocados en ellas puede verse reflejado en su desaparición. Son tres las razones de trasfondo que impactan directamente a las lenguas indígenas y fomentan su desuso: i) la falta de programas educativos que fomenten la educación bilingüe dentro de todos los niveles educativos; ii) la discriminación cotidiana hacia los hablantes de lenguas indígenas a través de prácticas racistas que obligan a hablar primordialmente el español; y iii) la incorporación nula de las lenguas indígenas en la vida pública nacional.

El sistema educativo en México sólo requiere el uso de lenguas locales para la educación preescolar y primaria. Hay excepciones, como son la Educación Intercultural y la Escuela Normal Bilingüe Intercultural de Oaxaca (ENBIO), por mencionar algunos. Sin embargo, esta escuela normal no tiene la capacidad de alocar a los futuros maestros en las comunidades indígenas correctas a pesar de la preparación bilingüe que ofrece, porque está determinada por un sistema de “escalón” en donde las escuelas rurales son alocadas como castigo o como proceso de iniciación en la carrera de docente. Esto es, el sistema de colocación de maestros no está determinado por una competencia lingüística, sino por la antigüedad. El resultado es que los pocos maestros preparados para dar enseñanza bilingüe acaban siendo colocados en comunidades en donde se habla una lengua diferente: un maestro hablante de náhuatl puede terminar en una comunidad chatina, y un hablante de chatino en una chinanteca. Por otro lado, muchos de los que sí son alocados en las comunidades correctas no cuentan con una preparación para enseñar en su lengua natal—solo han sido entrenados para enseñar en español. Como resultado, la educación en todos los niveles termina por darse en español a niños y niñas cuyo primer idioma no es ése. La escuela se vuelve el primer espacio de homogeneización y adoctrinamiento de las comunidades indígenas.

La escuela también se vuelve el primer espacio en donde se experimenta el racismo y las estructuras de discriminación. Aun cuando en papel existe la Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas —instaurada en 2003 y supervisada por el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas—, los estudiantes son obligados a tomar clases en español impartidas por maestros monolingües en español o bilingües en español y alguna lengua indígena. Esto a pesar de que los alumnos no tienen un manejo de este idioma. Las estadísticas muestran los resultados de esta discriminación educativa.

De acuerdo con el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), las escuelas indígenas muestran constantemente peores resultados que las no indígenas. Las localidades con población indígena tienen menos estudiantes que terminan la educación secundaria. No debería de sorprendernos que casi 2.4 millones de indígenas en México no lean en sus lenguas indígenas, como tampoco en español y que sean pocos los indígenas que pueden obtener un título de licenciatura. Estos factores muestran el sistema educativo desigual que existe en nuestro país.

Es importante recalcar la gran contradicción que presenta el discurso de “inclusión” que maneja el gobierno: por un lado, el sistema educativo espera que los grupos indígenas aprendan el español para ser reconocidos como ciudadanos mexicanos. Por el otro, el idioma sigue siendo considerado uno de los indicadores estadísticos de pertenencia a un grupo indígena. Como consecuencia, el sistema educativo presiona a las comunidades indígenas a abandonar el uso de sus lenguas para integrarse al proyecto de nación (determinado por el español), y les exige a su vez que hagan uso de sus lenguas para reconocer su presencia como indígenas. El estado asume que las lenguas indígenas son una única forma en la cual una persona puede presentarse ante la nación como indígena auténtico.

Por todo esto, esta nueva administración deberá tener en cuenta los problemas por los que pasa la docencia en comunidades indígenas como los diversos proyectos que se pueden diseñar para superarlos. En esta celebración democrática tenemos que tener en cuenta el largo camino que nos falta por recorrer, así como la motivación necesaria para recorrerlo.

La ruta del cambio

Aprovechemos el espíritu de cambio que hoy vivimos y comencemos a plantear rutas alternativas para reducir las estructuras discriminatorias que rigen al sistema educativo de nuestro país. Hago aquí algunas propuestas:

  • Antes que nada, dejemos de ver nuestra amplia diversidad lingüística como un obstáculo.

  • Valoremos todas nuestras variaciones lingüísticas como un vasto conocimiento que podemos descifrar en conjunto.

  • Es importante reconocer proyectos que han surgido en diferentes comunidades como modelos útiles para lograr esquemas educativos incluyentes. Por ejemplo, las escuelas zapatistas, las cuales incluyen al tzeltal, al tojolabal y al tzotzil en su currículum.

  • El cambio se puede dar de forma radical si comenzamos a adaptar cada proyecto a las necesidades de cada región.

  • Debemos implementar los proyectos a partir de procesos colaborativos que generen grupos de trabajo entre los hablantes de lenguas indígenas, lingüistas, maestros, antropólogos, artistas y pedagogos. Así, podríamos comenzar a desarrollar programas de estudio adecuados para las comunidades, una formación sólida de maestros preparados, y una generación de materiales para trabajar en cada localidad.

  • Impartir talleres para formar grupos de lingüistas comunitarios, con el propósito de hacer proyectos activos de documentación de lengua a nivel local a través de la práctica cotidiana. Mi experiencia desarrollando programas de estudio como éste en la región Chatina de Oaxaca me hace creer que esta es una ruta viable y exitosa. Después de años de estudiar la diversidad lingüística de las lenguas chatinas considero que una forma de generar materiales didácticos y una documentación de la lengua era a través de un entendimiento de su uso cotidiano. Comencé a desarrollar estos talleres a lo largo de siete años para entrenar a varios jóvenes chatinos. Una vez que descubrí el éxito de este proyecto decidí ampliarlo para generar talleres similares que pudieran apoyar a otros hablantes de lenguas otomangueanas. Estos proyectos han generado una sinergia entre diversos miembros de las comunidades, abarcando maestros, miembros del comisariado de bienes comunales y alumnos, entre otros. Asimismo, han servido como base para el desarrollo de diversos proyectos de uso y protección de las lenguas a nivel local.

Aunque éste es sólo un breve ejemplo de lo que podemos lograr, es importante mencionar proyectos actuales que están teniendo resultados.

 
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