Frente a Goliat III
as exportaciones más exitosas de México a Estados Unidos durante los 25 años del TLCAN son, junto con autopartes y petróleo, los seres humanos y las drogas.
Migración y narcotráfico son los temas más conflictivos en la relación con el Goliat al lado. Ambos son empleados para efectos de política doméstica en Estados Unidos. Con Trump esto ha llegado a su extremo en tiempos recientes.
Para Trump, México y los mexicanos son parte de su juego político doméstico, tiene poco que ver con alguna estrategia de relaciones internacionales. Ese juego queda al descubierto al chocar con la realidad: no existe una invasión
de extranjeros ilegales
, el número total de indocumentados se ha mantenido sin cambio en unos 11 millones en los últimos años y en el caso de los mexicanos se ha reducido en más de un millón. O sea, hay más mexicanos saliendo que ingresando a este país.
La llamada guerra contra las drogas
fue impulsada por el presidente Richard Nixon en 1971, y según revelaciones recientes de uno de sus asesores más cercanos, tenía un objetivo político: criminalizar a los opositores a la guerra de Vietnam y a las afroestadunidenses (y según Nixon, para atacar a los judíos también). Esta guerra
–con un costo anual de más de 50 mil millones de dólares– ha sido empleada para justificar la intervención policiaca y militar estadunidense en varios países, incluido Mexico. Dentro de Estados Unidos, esta guerra nutre la violencia y la represión en las comunidades más pobres, y ha ayudado en convertir a este país en el más encarcelado del mundo (57 por ciento de los prisioneros por delitos de drogas en prisiones estatales son afroestadunidenses y latinos). Trump sigue usando esta guerra con fines racistas, para justificar la violencia oficial y para promover su muro fronterizo (no sólo para frenar a migrantes, sino a narcotraficantes, lo cual es más o menos lo mismo según el mandatario).
Trump tiene razón: los mexicanos, junto con otras comunidades inmigrantes, sí son peligrosos
(para él y los que representa): están transformando su país en otro, contribuyendo no sólo al cambio demográfico histórico, sino también a las luchas para hacerlo más digno y justo. En unos 25 años, la raza de Trump dejará de ser mayoría para volverse en otra minoría más. Parte de la histeria antimigrante, más allá de su uso político coyuntural, es en parte el último grito de los que desean frenar el futuro y retornar para hacer América grande otra vez
; o sea, la América donde ellos imperan. Too late.
Las respuestas progresistas tanto a las políticas antimigrantes como a la represión y el costo social de la guerra contra las drogas son libradas en todas las esquinas de este país, y algunas ha tenido grandes logros en tiempos recientes; desde medidas y declaraciones de santuario y protección de inmigrantes y amplio rechazo a políticas xenofóbicas por un lado, hasta repudio y reformas, sobre todo a nivel estatal, que están anulando partes de la guerra contra las drogas. Los movimientos en contra de la violencia oficial que implican estas políticas han generado nuevas alianzas. Los jóvenes del nuevo movimiento March for our Lives, que nacieron de episodios de violencia oficialmente sancionada (el llamado derecho individual a las armas) se han encontrado con activistas que denuncian la violencia oficial policiaca como Black Lives Matter y los que luchan contra la violencia vinculada a la explotación y abuso de jornaleros en los campos agrarios (la Coalición de Trabajadores de Immokalee, entre otros) así como los dreamers.
Son los que luchan contra la violencia oficial y las consecuencias violentas de estas políticas aquí, igual que sus contrapartes en México.
Por eso, cualquier propuesta para un cambio de política bilateral impulsada a nombre de los David en México debe reconocer –como hemos argumentado en estas últimas columnas– que tienen tocayos como éstos dentro del Goliat del norte.