Sábado 28 de julio de 2018, p. a12
El efecto del siguiente fragmento es brutal:
Son los instantes cruciales del filme Gritos y susurros (1972) de Ingmar Bergman: en la primera escena, Maria (Liv Ullman) susurra palabras inaudibles a su hermana Karin (Ingrid Thulin); vemos el movimiento de sus labios; no pronuncian en realidad palabra alguna pero nosotros escuchamos la voz de ambas, unísona, en la voz de un violonchelo: el inicio de la Sarabanda de la Suite número 5 para Violonchelo Solo de Johann Sebastian Bach.
En la siguiente secuencia, vemos a Anna (Kari Sylwam) acurrucando a Agnes (Harriet Andersson) en una paráfrasis de la escultura La Pietá, de Michelangelo Buonarroti. Anna también susurra. Agnes delira. Fundido-encadenado.
Brutal.
Una impronta.
El autor del Disquero descubrió así una de sus obras predilectas de por vida: las Seis Suites para Violonchelo Solo de Bach.
Investigó y supo que un tocayo suyo, de apellido Casals, es el intérprete en esa banda sonora y, estudiante, ahorró moneda tras moneda durante meses hasta lograr adquirir el álbum con las Seis Suites interpretadas por Pablo Casals, reunidas en acetato y resguardado ese álbum de tres discos durante algunos meses en aquella tienda gigantesca junto a la Torre Latino, donde miles y miles de acetatos fulguraban en la sección de Música Clásica atendida por un señor a quien el autor del Disquero guarda en su memoria y en su corazón, pues ese honorable señor de avanzada edad dijo a diario durante esos meses a muchos clientes suspirantes de tal joya: ‘‘ese álbum ya está vendido, mañana viene por él un estudiante de violonchelo” y esa caja con seis discos en acetato cambió la vida para siempre al mozalbete estudiante de violonchelo.
Ingmar Bergman había tomado ese mismo disco, con la grabación monaural que hizo Pablo Casals de las Suites de Bach, para el momento climático de su película Gritos y susurros y utilizó la misma obra, el mismo disco, para otro filme fundamental: Saraband (2003), donde retoma la historia de su película Escenas de un matrimonio y con sus mismos actores (Liv Ullmann y Erland Josephson) los ubica 30 años después y en esa ocasión Bergman fue aún más lejos: hizo ese filme en forma de sarabanda.
La sarabanda es una danza barroca donde las parejas se atraen, se miran, se devoran y deleitan lentamente. Fue prohibida y perseguida por ‘‘lasciva” pero vive en muchas obras maestras de la música y la literatura.
Ingmar Bergman, es momento de decirlo, es con Stanley Kubrick uno de los cineastas que mejor que nadie entendieron, amaron, interpretaron y ejecutaron el arte de la música. Bergman dijo varias ocasiones que de no haber sido director de cine, le hubiera gustado ser director de orquesta y que, de hecho, sus películas así las dirigía, como una obra musical.
Tituló muchas de sus películas con los vocablos Sonata y Sarabanda y sus derivaciones.
De manera que su filme Saraband lo dirigió como una obra musical en 10 movimientos, un preludio y una coda y agrupó, fiel a su costumbre, a los personajes de dos en dos, bailando la metáfora llamada sarabanda.
La música del fragmento de la película Gritos y susurros cuyo link compartí al inicio de este texto, es a su vez el comienzo de nuestra recomendación discográfica de hoy: Ingmar Bergman. Music from the films. Roland Pöntinen. Piano. Stenhammar Quartet. Torleif Thedéen, cello.
En 14 tracks, este disco compacto nos traslada, transporta, ubica, eleva. Coloca.
Puede ocurrir, como en el caso del Disquero, que nos ubique en esa secuencia del filme que nos estremeció en su momento y nos vuelve a estremecer al escuchar la música, o bien puede ocurrir, como en el caso del Disquero, que la pura materia acusmática, es decir la música por sí misma, nos produzca ese estremecimiento sublime que solamente la música de Johann Sebastian Bach puede producir.
Y esa experiencia se reproduce en diferentes formas, de acuerdo con la vibración de la obra en turno y de la vibración molecular del escucha, a lo largo de todo el disco, donde suenan también obras de Chopin, Mozart, Schubert y Scarlatti.
La tempestuosa alegoría que plantea el Aufschwung (Auge) de la Fantasiestücke de Robert Schumann, nos induce a remolinos de adrenalina, que se vierten en los dos filmes en los que Bergman puso esta música para ponernos en órbita: Darkness (Música en la noche) y Sonrisas de una noche de verano.
La música es el eje de la emoción. Esa consigna guió todos los filmes de Ingmar Bergman, quien de plano solía cerrar los ojos al dirigir a sus actores. Sabía conducirlos por el ritmo de su corazón al escuchar sus entonaciones. Esa situación la llevó al límite. Incluso, Liv Ullman se quejó amargamente de que su director no la miraba cuando la dirigía en Sonata de otoño.
No hay nada peor que le pueda ocurrir a un ser humano que le quiten la música, solía repetir el maestro.
Elaboraba sus guiones como partituras, sus maquetas eran trozos de música. Es más, muchos de sus filmes nacieron de la escucha de música. Por ejemplo, Luz de invierno nació de escuchar la Sinfonía de Salmos de Stravinsky; mismo caso de la película El silencio, concebida a partir de la escucha del Concierto para Orquesta de Bartok.
‘‘Mi ideal consiste en construir películas siguiendo reglas musicales y no dramatúrgicas y que funcione a través de las asociaciones mentales, rítmicamente con temas y puntos y sus contrapuntos.”
En este disco que recomendamos ampliamente, podemos re-vivir el estremecimiento de Gritos y susurros, reflexionar como en Fanny y Alexander y Escenas de un matrimonio, pero también podemos escuchar el disco como una selección exquisita de música de primer nivel de entendederas y emoción sublime.
Las versiones pianísticas de Roland Pöntinen, el violonchelo de Torleif Thedéen y las cuerdas del Stenhammar Quartet, son las aurigas.
Celebremos así el centenario del maestro, don Ingmar Bergman.
Ese músico que dirigió películas.