uestra América” está siendo atacada desde todos los flancos por el imperialismo. Aunque no es una circunstancia novedosa, sí lo son sus formas. Decisiones como la anunciada por el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, abriendo la puerta a la OTAN, tienen un trasfondo geopolítico. Se trata de garantizar acuerdos internaciones de cooperación y seguridad estratégica con Estados Unidos.
La nueva agenda del complejo industrial-militar-financiero pasa por ampliar los megaproyectos en toda la región. Estados, trasnacionales, Organización Mundial del Comercio, Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional se unen bajo un objetivo: adueñarse de territorios a coste mínimo y beneficio máximo para explotar cualquier tipo de riqueza convertible en mercancía. Las luchas en Argentina, Chile, México, Colombia, Brasil, Honduras y Guatemala enfrentan a las oligarquías terratenientes, trasnacionales, con las clases trabajadoras, el campesinado y pueblos originarios. Eso tiene dicho trasfondo. Empresas italianas, españolas, francesas, alemanas, suizas, estadunidenses y británicas toman posesión, realizan asesinatos selectivos, amenazan a la población, acosan y se parapetan en las doctrinas del libre mercado.
Benetton, Chevron, Repsol, ACS, Iberdrola, Nestlé, Bayer, Monsanto, British Petroleum, Copec, Esso, en connivencia con el capital financiero, Banco Santander, HSBV, BBVA, actúan con impunidad. Flora, fauna, minerales y reservas hídricas pasan a ser, mediante triquiñuelas legales y la complicidad de jueces y políticos corruptos, de su propiedad. La protesta se criminaliza, inoculando el virus del miedo y el terror. Bajo el pretexto de proteger intereses generales, la biodiversidad se convierte en activo a controlar.
El asesinato de cientos de dirigentes medioambientales, activistas, militantes populares, defensores de los derechos humanos y periodistas transforman el continente en una gran fosa común. El genocidio es la palabra exacta para describir esa estrategia. Las fuerzas de seguridad del Estado convierten en objetivo a las organizaciones y redes solidarias configuradas por la sociedad civil. Las cifras son esclarecedoras. Según el informe redactado en 2017 por Global Witness, en Colombia fueron asesinados 32 dirigentes medioambientales, en México 15 y en Brasil 45. Desde los acuerdos de paz firmados entre las FARC y el gobierno han sido ejecutados 123 dirigentes. En México, 132 candidatos fueron abatidos durante la reciente campaña electoral, sin contar feminicidios, desapariciones forzadas y detenciones extrajudiciales. En Brasil, la impunidad ya no es noticia. El asesinato de la concejala del partido Socialismo y Libertad, en Río de Janeiro, Marielle Franco, ha sido uno más desde el golpe blando que llevó a la presidencia a Michel Temer. Mujeres, jóvenes, estudiantes, trabajadores y colectivos sociales son transformados en delincuentes.
Hablamos de la militarización del poder. Nuevamente Brasil es buen ejemplo. La presencia de tropas en las calles de Río de Janeiro y otras ciudades se ha convertido en constante. Bajo el pretexto de lucha contra el narcotráfico, el gangsterismo común, los maras, la subversión y el terrorismo se recortan los derechos de manifestación, huelga, expresión y reunión. Las fuerzas armadas son parte del mobiliario urbano
. Patrullan la ciudad, están en centros comerciales, avenidas más transitadas, favelas o donde se tercie. La inteligencia militar gana protagonismo y participa en la represión social y la seguridad interior. Su actividad se multiplica, desplaza a la policía y a la gendarmería.
La movilización de tropas y ocupación de centros estratégicos les confiere un protagonismo de excepción y los consejos de Estado incorporan a sus mandos en las reuniones. Esta presencia se ve reforzada por un número mayor de asesores militares extranjeros en todas las áreas de la defensa nacional. A los habituales consejeros estadunidense e israelitas se suman franceses, españoles y británicos. El control tecnológico de los países miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) sobre las fuerzas armadas latinoamericanas cierra el círculo.
La soberanía se diluye cuando el proceso de toma de decisiones es elaborado en los despachos del Pentágono y la OTAN. El militarismo ha cedido su lugar a la militarización del poder y la sociedad.