l balance que deja el Foro de Sao Paulo, celebrado en La Habana, Cuba, es positivo. Seiscientos 25 delegados acreditados de 51 países, pertenecientes a 168 organizaciones, entre partidos políticos, movimientos sociales e intelectuales.
Veintiocho años después de su fundación como foro de partidos políticos de izquierda, el momento es complicado. Como recoge la declaración final del foro, América Latina y el Caribe se encuentran en medio de una multifacética ofensiva reaccionaria, con una arremetida del imperialismo estadunidense que, en la medida en que va perdiendo la hegemonía de un mundo unipolar que transita al multipolarismo, se torna más violento y peligroso que nunca. El imperialismo se ha montado sobre los errores y limitaciones de las fuerzas transformadoras y procesos de cambio amplificando los mismos.
El documento rechaza la idea de un fin de ciclo progresista. Objetivamente, la izquierda articulada en el Foro de Sao Paulo cuenta con menos gobiernos que con los que tenía en los primeros años del siglo XXI y durante toda la década pasada. Pero no únicamente está mejor que a finales del siglo XX, sino la acumulación política y social en muchos procesos es mayor. El ejemplo de Colombia es claro. A pesar de la victoria de la derecha y de la llegada del uribismo al gobierno, la izquierda tiene fuerza como nunca antes, expresada en los más de 8 millones de votos a Petro, que necesita, eso sí, ser canalizada de manera adecuada. Incluso es paradigmático el ejemplo de Honduras. Podemos afirmar sin ninguna duda que la izquierda y la movilización popular son hoy más fuertes que en 2009, antes del golpe de Estado contra Mel Zelaya, participante en el encuentro de La Habana.
En cualquier caso, no se puede menospreciar el intento de restauración conservadora, aunque también es cierto que la derecha no está consolidando su proyecto en ninguno de los países de nuestra América. No hay más que mirar a Argentina, donde hace sólo unos meses parecía garantizado un segundo mandato de Macri en 2019. En cambio, hoy día el gobierno del PRO se tambalea en medio de incertidumbres. Pero esa contraofensiva neoliberal también suma posiciones, como en el caso de Ecuador, donde la derecha no ha necesitado ganar una elección como en Argentina, dar un golpe como en Honduras, o ejecutar una operación parlamentario-judicial como en Paraguay o Brasil para ganar el gobierno, que le ha sido entregado en bandeja de plata por Lenin Moreno.
El momento no sólo es complejo a nivel de correlación de fuerzas en el continente, sino el foro también atraviesa por un proceso en el que los partidos históricos de la izquierda latinoamericana pueden seguir ganando elecciones, desde el Frente Amplio en Uruguay, al MAS, en Bolivia, pero también van surgiendo nuevas fuerzas de izquierda, que ante la pérdida de la mística de los procesos por su agotamiento o por los límites que impone el progresismo y la democracia liberal recogen y reinterpretan los sueños e imaginarios de sus pueblos. En este grupo de partidos de una nueva izquierda podemos situar a Morena, en México; Colombia Humana, Nuevo Perú y Frente Amplio, en Chile.
En ese sentido, es necesario reconocer los esfuerzos realizados por el Partido Comunista de Cuba (PCC), anfitrión del evento, para fortalecer y ampliar la relación entre fuerzas progresistas, siempre además con la unidad como punto de partida. No sólo con partidos políticos de izquierda, sino también con movimientos sociales (la articulación Alba Movimientos ha tenido un papel destacado en esta edición del FSP) e intelectuales orgánicos (representados en la Red en Defensa de la Humanidad, que ha liderado junto al PCC el plenario de Arte y Cultura).
El camino parece pasar por profundizar en esa articulación entre partidos, movimientos e intelectuales; y la fórmula para superar los límites, no dejar que la potencia política quede recluida en lo institucional. La lucha institucional es importante y necesaria, pero debe complementarse con la lucha de masas y con la ideológica y formación política.
Tras las elecciones en México, Brasil, en octubre, es el principal campo de batalla. Asumiendo que se pudo dar un golpe político, mediático y judicial, debido a haberse centrado únicamente en la lucha institucional, es necesario forzar la máquina de la movilización para sacar a Lula primero y convertirlo en presidente después. Y después de Brasil es necesario empezar a pensar en 2019 con escenarios tan importantes en disputa electoral y elección presidencial como El Salvador, en febrero, y Argentina y Bolivia, en octubre.
No esperemos a perder ningún otro gobierno para hacer autocrítica. Pensemos nuestros errores, pero también nuestros límites, para catapultarnos hacia victorias que canalicen la acumulación política y social que espacios como el Foro de Sao Paulo permiten construir de manera colectiva. Para ello seamos, como dijo Fidel Castro, pesimistas en lo táctico y optimistas en lo estratégico.