Ojos de madera
n mundo para Víctor. Ojos de madera, la historia de fantasmas que imaginan los uruguayos Roberto Suárez y Germán Tejeira, cineastas con sólida experiencia teatral, recrea de manera onírica y toques surrealistas algo muy difícil de plasmar de modo convincente en la pantalla: una experiencia infantil marcada por una soledad extrema y por temores irracionales. Víctor (Pedro Cruz), un niño de 11 años, pierde a sus padres en un accidente y es recogido por unos tíos que afanosamente intentan hacerle recuperar la confianza y ganarse su cariño. Haber sobrevivido a sus padres le provoca un trauma insuperable. Llámame madre
, le insiste la mujer que cada noche le cuenta la historia de Pinocho, mientras Víctor se refugia tercamente en el mutismo aceptando como única amiga y confidente a una niña ciega. El título certero de la cinta alude a la mirada inexpresiva y hueca con la que el niño huérfano captura la realidad del mundo que le rodea. Y ese mundo lo vive a menudo como una forma de pesadilla en la que los objetos cobran vida, ya sea como el aludido títere de madera o como tantos otros personajes, en forma de juguetes o de payasos que pueblan, a la manera de figuras maléficas o bienhechoras, la fantasía circense del pequeño Víctor.
Por razones algo oscuras la cinta Ojos de madera (2010-2017) tarda siete años en estrenarse. Escrito el relato hace dos décadas, el dramaturgo y cineasta Roberto Suárez no parecía estar jamás del todo satisfecho con la forma final que debía tener la historia. El cuento de hadas no podía ser sólo un delirio fantasioso. Refiere el director: Hubo una necesidad, en su momento, de salir del naturalismo y tocar ciertas zonas del expresionismo, pero manteniendo un contacto con la realidad
. Había que marcar también una distancia en el tiempo, ubicar por ejemplo la trama en la década de los 50, filmar en blanco y negro, y darle al conjunto una pátina de melancolía y nostalgia muy a tono con el carácter taciturno del personaje infantil. La clave final en esta historia que se desarrolla con muy pocos diálogos y una duración de poco más de una hora, era trabajar con la ambientación, la teatralidad y el sonido, algo que exige del espectador una participación muy atenta. Por estas razones Ojos de madera semeja una obra inacabada, casi un work in progress, una experiencia artística abierta a múltiples lecturas. En algún momento se pensó inclusive añadirle 20 minutos de duración, aunque bien podía haber sido también un cortometraje alucinante y atractivo. En su formato final se trata de una incursión inquietante en el misterio de tantos otros mutismos infantiles que una racionalidad adulta sólo consigue explicar a medias.
Se exhibe en la sala 8 de la Cineteca Nacional. 12:30 y 18:15 horas.
Twitter: @CarlosBonfil1