Superávit económico y de imagen
Lunes 16 de julio de 2018, p. 5
Moscú
Esta vez no hubo sorpresa: Francia impuso su juego y es un justo campeón, ya por segunda ocasión. Croacia no pudo conseguirlo, pero su entrega en la cancha –con un corazón más grande que el balón– mereció la ovación que, al término del encuentro, dedicó el público en Luzhniki al digno submonarca, por primera vez en su historia futbolera, mientras decenas de miles de seguidores de los vatreni (en sentido literal, llenos de fuego) entonaban ayer domingo el Lijepa naša domovino… (Hermosa patria nuestra…), un himno que concluye prometiendo amar a Croacia mientras haya un corazón que lata.
Se acabó la fiesta y habrá que esperar otros cuatro años para saber si México, por fin, llega al dichoso quinto partido, mientras seguimos viendo en sueños que el petróleo del Golfo Pérsico baila de alegría al son del Cielito lindo. Escritos los textos y descritos los contextos que marcaron este Mundial sólo queda hurgar en esa suerte de cajón de sastre que es la memoria, y en el archivo cuando ésta empieza a fallar, los retales para una última crónica parcheada, a riesgo de que resulte parchada.
Vamos allá. Impecablemente organizado el torneo, mostró al mundo que el ruso es un pueblo noble y hospitalario, que nada tiene que ver con medio millar de trogloditas, los violentos fanaty que, encerrados en sus hogares, destrozaron los televisores cuando Croacia eliminó a Rusia. Quienes vinieron se llevan una opinión muy favorable sobre este país, más allá de que es infinitamente más grande que la Plaza Roja y la carnavalesca calle Nikólskaya, lo cual es un pasajero éxito para el Kremlin en términos de imagen que se irá diluyendo a partir de este lunes por la confrontación que, ajena a las masas de aficionados al futbol, causa el reparto geopolítico del mundo.
Los equilibristas del Comité Organizador local, en torno al punto de equilibrio presupuestal que buscan los economistas, estiman obtener un millón de euros más de lo invertido, una excelente noticia por ejemplo para las casi 500 escuelas de primaria cuyos edificios, según datos oficiales, están a punto de caerse en la provincia rusa, pero con toda seguridad ese dinero se usará para necesidades más urgentes, como financiar la producción de nuevos misiles nucleares, y una parte, como suele suceder, irá a parar quién sabe adónde.
Para la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA), es obvio, Rusia 2018 es el mejor Mundial de la historia. Igual que lo fue el anterior, Brasil 2014, y lo será el siguiente, Catar 2022. Además, pero eso no se dice en lisonjeras ruedas de prensa, cada vez deja más ganancias a quienes, como si se inspiraran en una reunión de capos de la siciliana Cosa Nostra, establecen el reglamento y vigilan que se respete.
Debut del VAR
Del debutante VAR (siglas en inglés de Video Assistant Referee o, en español, Árbitro Asistente por Video o, si lo prefiere, videoarbitraje) la FIFA dice que es una maravilla. Le dan la razón los equipos que se beneficiaron con sus polémicas decisiones; los que se sintieron perjudicados están convencidos de que es una mierda, según pudo leerse, por poner un caso, en el sigiloso movimiento de labios frente a una cámara de televisión del delantero marroquí Nordin Amrabat, mientras los jugadores españoles prometían hacer el Camino de Santiago para agradecer el gesto de validar la carambola de alta tecnología que le dio el empate en tiempo de compensación. Vueltos a la realidad, días más tarde, se olvidaron de su promesa al perder con Rusia en penales. Conclusión: el Bar es mejor que el VAR.
El balón oficial también generó sospechas. Después de la goliza de Rusia a Arabia Saudita en el partido inaugural, en el segmento local de las redes sociales comenzó a circular la siguiente hipótesis: “Los servicios secretos rusos, como en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, lograron introducir en la pelota un imperceptible receptor magnético que permitía modificar la trayectoria acorde con la ilegal injerencia de un anónimo grupo de expertos hackers, quienes –a su vez– recibían instrucciones del presidente Vladimir Putin en persona, desde su absorta soledad en el palco de invitados en Luzhniki, mientras su cómplice Gianni Infantino, el mandamás de la FIFA, distraía al príncipe heredero saudí”.
Esta ilógica versión conspirológica duró hasta que Uruguay le recetó, en el primer partido de verdad, un tres a cero a Rusia. El esférico de marras, más ligero que los anteriores y diseñado así para que haya atractivos partidos con más goles –sólo uno de los 64 encuentros en Rusia terminó con empate a cero– se convirtió en el principal dolor de cabeza de los porteros. El uruguayo Fernando Muslera, el español David de Gea, el argentino Willy Caballero, el saudí Mohammed Al-Owais y el alemán Manuel Neuer, entre otros, quedaron en evidencia por el Telstar 18, desde ahora su más redonda pesadilla.
En el mercado de Izmailovo, punto obligado de peregrinación de visitantes extranjeros en la capital rusa, hay cierta escasez de shapkas y, desde hace días, los vendedores dan gato por liebre a los compradores de gorros de piel, en contraste –trueque mediante– es posible conseguir sombreros de charro, lederhosen (los pantalones cortos de cuero que se ponen, junto con los sombreros bávaros, de fieltro y con pluma, los aficionados del Bayern Múnich), boinas como las de Manolo el del Bombo (que no es el rimbombante apellido de un aristócrata español, sino el enorme tambor que no le permitieron usar aquí a ese fiel hincha para animar a la roja), otras piezas de la indumentaria típica de cada país participante, así como camisetas de Messi, Ronaldo y Neymar (con autógrafos puestos por un habilidoso calígrafo georgiano).
Numerosas estafas
No todo acabó en fiesta para los extranjeros que vinieron. Aparte de los que siguen entre rejas por robo y otros delitos, incluidos tres mexicanos recluidos, hay entre 200 y 300 nigerianos víctimas de una estafa descomunal. Una empresa
rusa les vendió por 300 euros el boleto de ida, en vuelo chárter, la tarjeta Fan-Id, que sustituyó la visa aunque por supuesto no adquirieron entrada para ningún partido, y –lo principal– un empleo bien remunerado en Europa Occidental. Al llegar se encontraron con que nada era cierto y, anoche, más de 80 de ellos (los otros siguen escondidos o tratan de conseguir chamba como indocumentados en alguna ciudad del interior de Rusia) tuvieron que dormir en la calle junto a la embajada de su país en Moscú, en tanto que el gobierno de Nigeria continúa gestionando su repatriación.
Concluido el Mundial, la carroza volverá a ser calabaza: las agencias de viaje seguirán engañando a los turistas (como las declaradas en quiebra que dejaron a cientos de viajeros rusos en Turquía, España y otros países sin hotel ni avión para regresar); los policías de nuevo se dedicarán a arrestar a madres solteras (como la pobre mujer que intentó vender por Internet los medicamentos que ya no podían aliviar el dolor de su hijo fallecido y a quien se acusó de traficar con drogas); los médicos, a burlarse de los enfermos (como el hombre que murió en una banca fuera de un hospital que se negó a ingresarlo mientras sus familiares conseguían el dinero para agilizar los trámites); los funcionarios, a no darse por enterados de las desesperadas demandas de la gente (como tantos ejemplos lo ilustran); las grandiosas obras mundialistas, a desmoronarse (como ya sucedió en Nizhny Novgorod), resumió con amargura Gazeta.ru –una edición digital que dista de ser de oposición– la triste realidad de hechos habituales que ocurrieron durante este mes en Rusia.
La pésima noticia para los aficionados es que, desde hoy, ya no habrá más Mundial; la excelente, que en septiembre empiezan los partidos de la Liga de las Naciones de la UEFA, el torneo de selecciones, con ascensos y descensos de categoría, que se inventó Michel Platini cuando presidía la máxima instancia futbolera del viejo continente, como parte del proceso de clasificación para la tradicional Eurocopa, la siguiente en 2020. Mientras tanto, ¡Za zdorovie!, con vodka, y ¡Salud!, con tequila.