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Carlos Payán ofrece su melancólica poesía secreta

El director fundador de La Jornada presentó su poemario acompañado por amigos de todo el tiempo

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▲ A la presentación del poemario de Carlos Payán asistieron Vicente Rojo, Bárbara Jacobs, Yuriria Iturriaga, Elena Poniatowska, Marta Lamas, Arnoldo Kraus, Rogelio Cuéllar y Emilio Payán.Foto José Antonio López
 
Periódico La Jornada
Domingo 15 de julio de 2018, p. 7

Ante un público numeroso, que abarrotó la sala de la Casa Refugio Citlaltépetl, Carlos Payán Velver, director fundador de La Jornada, se definió como un ser melancólico. Pero no tengo tristeza por esa melancolía, tengo gusto por los días grises, por la lluvia y los caminos, como los poemas de Vallejo, nomás que sin dolor.

Durante la presentación de su poemario, Memorial del viento, Payán evocó los años en el periódico unomásuno, cuando en las noches esbozaba algunos poemas: Siento que escribir poesía es un acto solitario, íntimo. Siempre pensé que era un escritor que hacía poesía, que pertenecía a la poesía secreta, acto íntimo que ahora ha propiciado que vea a tantos amigos de todo el tiempo.

Entre el público que asistió ayer al acto estaban Emilio Payán, Elena Poniatowska, Vicente Rojo, Bárbara Jacobs, Rafael Barajas El Fisgón, José Cueli, José María Espinasa, Arnoldo Kraus, Griselda Triana, María Cortina, Iván Restrepo, Ángeles González Gamio y Rogelio Cuéllar.

Cobijado por el cariño de decenas de amigos y lectores, el periodista dijo: Lo mejor que me ha sucedido es que estén aquí. De manera muy emotiva se refirió a Blanche Petrich: Es una gran periodista; la adoro desde el primer día que la conocí.

Con la mirada ubicó a cada uno de sus amigos, como fue el caso de Vicente Rojo, quien le ilustró algunos de sus primeros poemas. También vio a Poniatowska y a Bárbara Jacobs, a quienes sigue por sus artículos en estas páginas. Muchas gracias a ustedes, a la vida, a las mujeres que amé, a todos, expresó Payán.

Para finalizar su intervención, Carlos Payán dio voz a algunos de sus poemas donde hace alusión a la dulzura de la melancolía, al bosque brumoso y a los cálidos rayos del sol, a la piel ardiente y a la vigilia.

También leyó el poema Por la tierra Enedino, que le recuerda a Elena Poniatowska y a otras jóvenes que ayudaron a los levantados en Morelos.

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▲ Carlos Payán en la presentación de su poemarioFoto José Antonio López

El libro Memorial del viento, coedición de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, por conducto de Casa Refugio Citlaltépetl y Tequio, grupo para la Defensa del Patrimonio Histórico, Cultural y Natural AC/Casa Virrey de Mendoza, fue presentado por la periodista Blanche Petrich; el secretario de Cultura de la Ciudad de México, el poeta Eduardo Vázquez Martín, y Gisela González en nombre de Tequio.

En su intervención, Blanche Petrich recordó que desde que conoció a Payán Velver intuyó que era un personaje único, fuera de la norma, que ha logrado grandes obras del periodismo contemporáneo en México, “un periódico muy de vanguardia que se extinguió, el unomásuno, y otro, su hermano gemelo, que sigue caminando y sudando tinta todos los días sin falta, contra viento y marea, La Jornada”.

Petrich también compartió que los periodistas que se han formado bajo la guía de Payán “siempre supimos que detrás de esos ojos de Emiliano Zapata, detrás de ese bigote que llora –tal era el apodo que le asentamos con total irreverencia los jóvenes jornaleros de entonces– circulaba un torrente inagotable de palabras, ideas y evocaciones que tomaban vida de maneras insospechadas”.

Eduardo Vázquez Martín dijo que Payán, como Juan de la Cruz, Teresa Ávila o Sor Juana Inés, es un poeta erótico que encuentra el enigma en la superficie misma, en la piel del mundo, porque con Óscar Wilde sabe que no hay nada más profundo que la piel.

Para el secretario de Cultura de la Ciudad de México, Payán siempre ha habitado el mundo de lo poético, y eso explica la profundidad de su obra pública como periodista y militante.

Pedro Miguel, colaborador de este diario, comentó que el gran poema de Carlos Payán es su vida; una vida consagrada a la construcción, al amor y a la transformación. Es un enorme gusto estar con el sembrador en el momento de la cosecha.