Obligación, respetar el mandato del voto// Las presiones de la IP
o que no se quiere entender aún, después de una semana de efectuadas las elecciones, es que el voto debe ser respetado y que el mandato de las urnas faculta a Andrés Manuel López Obrador a gobernar con los criterios que se dieron durante su campaña.
Y fue así, sin cortapisas, sin condiciones. La gente votó por López Obrador y las obligaciones del tabasqueño ahora son respetar el mandato de las urnas y no sesgar la ruta que le ordenó el sufragio. Eso encierra todo lo demás.
La gente votó de forma masiva, bien enterada de que Andrés Manuel tendría mayoría en las cámaras y que por ello desaparecería eso que llaman equilibrio
entre poderes, que no es más que ceder un tanto a los perdedores, con la amenaza de que será denunciado como un gobernante totalitario en caso de que no reparta lo que ellos perdieron.
Pero lo que se niegan a reconocer es que la gente no quiere saber más de las formas y los métodos de los otros partidos ni de sus aliados, los más encumbrados hombres de negocios del país. La gente votó en masa por el cambio, que ellos no significan, y eso lo debe tener muy en cuenta el candidato triunfador para no equivocar la ruta.
Ahora esas voces, las que aún no quieren aceptar la realidad, le piden a López Obrador que traicione el voto que le otorgó todo el poder, que gobierne al son de algunos intereses políticos disfrazados de ONG y que transite por el camino que marca, por ejemplo, el canto de las grandes empresas.
Desde que se conocieron los datos de la elección el discurso de los equilibrios ha ido posicionándose como una verdad que atañe a la democracia, y cuando de ello se habla se esconde bajo la alfombra el espíritu de la misma democracia: el voto.
López Obrador quiere ser uno de los mejores, o el mejor presidente de México, y ello deberá empezar por respetar el mandato de las urnas. No traicionar al pueblo es, entonces, tener como guía la voluntad expresada en las urnas. Hay 18 años en la historia de nuestro país carentes de gobiernos legítimos y ahora, por fin, el triunfo no fue cuestionado, tendremos un presidente legítimo y eso deberá tener un peso real en el gobernante.
Eso no quiere decir tampoco que se acabó la crítica o que lo mal hecho no debe ser denunciado. El gobierno también deberá hacerse cargo de sus errores, que seguramente tendrá, y deberá reconocerlos y remediarlos sin impunidad para que siga transitando con legitimidad.
Por eso, los gritos de quienes quieren que se les comparta el timón e imponer los planes y proyectos que no fueron votados no deberán tener ninguna influencia en el nuevo gobernante. Habrá que dejar, eso sí, al gobierno que gobierne, y a la gente que enfrente la responsabilidad de haber otorgado el voto masivo al nuevo presidente. Tal vez eso sea democracia.
De pasadita
El reacomodo, la reinvención de los partidos políticos deberá empezar en la Ciudad de México. Aquí el PRI no alcanzó los votos que logró en las dos elecciones pasadas; sigue sin existir; la alianza espuria que se creó como sucedánaneo del Pacto por México ha dejado de existir; el derrumbe de la derecha panista fue estruendoso y tiene a ese organismo en una crisis que no le depara nada bueno. Por cuanto hace al PRD, las triquiñuelas chuchas cumplen a cabalidad con el proyecto de Nueva Izquierda: convertir a ese partido en una agrupación política intrascendente, sólo testimonial, y enfrentada a un deceso cuya agonía se ha prolongado años, y cuyo colofón es su existencia momificada. Morena no tiene ese problema, porque no es más que el reflejo medianamente organizado del rechazo a un modelo de gobierno que sometió al país a más de tres décadas de injusticia y muerte, pero Morena aún no es un partido y quizá nunca lo sea.