El estigma llamado Pacto por México // Inicio del ocaso del PRD
i ponemos la mirada en perspectiva para tratar de dilucidar ¿qué pasó con los partidos políticos en esta ciudad, y en todo el país?, tendríamos que echar memoria a los días posteriores a la elección de 2012, cuando un hecho, hoy a todas luces vergonzoso y perdedor –el Pacto por México–, se firmó con la idea de consolidar un poder absoluto que permitiera la repartición del botín México entre los firmantes.
Para ello, era menester olvidar algunas pequeñeces, romper con los muros ideológicos, embarrarse todos del mismo fango para aparentar una igualdad que en el fondo ya estaba consumada, por conveniencia o por convicción, pero que se quiso presentar como un logro
democrático del que se aisló a la población. Fue un pacto entre cúpulas partidistas del que se excluyó a las militancias.
Luego, ya sin identidad política definida, o con esa identidad vendida, los partidos de los supuestos extremos, PAN y PRD, decidieron aliarse en un matrimonio de conveniencia que sólo prometía más olvido para la gente y más ganancias para las cúpulas. El movimiento era obvio, se detectó en todas partes y nadie, o muy pocos, decidió caer en la trampa.
No había entre ellos –PAN y PRD– más afinidades que las ambiciones de Anaya y los cálculos financieros de los chuchos. Era un acuerdo malsano que hoy está a punto de hacer desaparecer en algunas entidades al PRD y que deja muy herido al PAN, que dentro de poco iniciará la operación extirpación para tratar de devolverle congruencia a la organización azul.
Hay muchos que aseguran que lo mejor de todo esto es que, ya sin caretas, los perredistas que han buscado refugio a su verdadera forma de pensar en la derecha han propuesto, como respuesta a la debacle, la formación de un nuevo partido bien identificado con esa manera de pensar, desde donde puedan sobrevivir ajustados siempre a las necesidades de otros.
Pero hay otros que aseguran que será el PAN el que reciba lo que queda de los amarillos, aunque la sola mención de tal monstruosidad espante a más de cinco de los azules tradicionales. Sea como fuere, lo cierto es que en el PAN se esperan transformaciones que restañen las heridas, aunque advierten que la recuperación será lenta y dolorosa.
Por lo pronto, en el PRD la salvación sólo se mira en la alianza con la derecha, aunque todos están de acuerdo con que les espera una muy larga y muy negra noche. Mañana la alianza ya habrá desaparecido y con ella los acuerdos de índole electorera que se habían formado.
Parece que ya nada detendrá el proceso en el que metieron a ese partido, pero más que todo ello lo que debe quedar como lección es que ciertos personajes contaminan, o enferman, los cuerpos políticos, y eso lo debe tener muy en claro Morena, que de pronto se llena de arrepentidos, y el PAN, que parece ser el futuro de algunos de ellos.
De pasadita
Hiram Almeida presentó su renuncia como jefe de la policía y nos queda a deber, tanto al jefe de Gobierno, José Ramón Amieva, como a la ciudadanía, el quebranto de la seguridad que se había logrado pese al entorno violento fuera de la Ciudad de México. La renuncia no fue más que una forma de disimular su incapacidad manifiesta, la misma que tenía más que molesto al mandatario capitalino, que al parecer no dejó ninguna otra opción al hoy ex secretario de Seguridad Pública, que la dimisión. Ya era hora.
En otro tema, por muchos lados ha llegado la información de que los resultados de la elección en Coyoacán, principalmente, serán impugnados. Hay, nos dicen las autoridades electorales, suficientes elementos para descalificarla. En Morena se empiezan a hacer los ajustes legales necesarios para presentar el recurso, y todo hace suponer que no habrá posibilidades de acreditar que en Coyoacán hubo un proceso electoral –cuentan los hechos sucedidos durante el periodo– apegado a la ley.
En esa porción de la ciudad sucedieron, a los ojos de todos, incontables hechos que bien podrían situarse al margen de la ley, y que deberían, por tanto, reflejarse en los juicios de quienes deben calificar la elección; obrar de manera distinta sería traicionar la esperanza de muchos que buscan, en verdad, que las cosas cambien.