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El álbum de Bill Evans, ese señor ensimismado
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Periódico La Jornada
Sábado 30 de junio de 2018, p. a16

Inclinado en el teclado, ojos cerrados, un señor ensimismado estableció el reinado de la belleza en piano hace medio siglo y desde entonces lo que muchos se obstinan en denominar ‘‘jazz” se expande como ondas de agua, serpentinas infinitas, mientras pocos se preocupan por el nombre.

Ese señor sí tiene nombre: William John Evans (1929-1980).

En distintos momentos, de diferentes maneras, formuló en palabras lo que hacía en el teclado: ‘‘hacer cantar el espíritu de la música”, ‘‘dar vida al piano”, ‘‘otorgar su libertad a la intuición”, ‘‘expresar, antes que las ideas, los sentimientos de esas ideas”.

Cuando uno escucha un disco con música de piano en triálogo con batería clásica y contrabajo acústico, invariablemente sabrá que es Bill Evans quien está sentado, meditando.

Su imagen con la cabeza inclinada frente al piano, entre señal de reverencia, concentración, éxtasis y epifanía, corresponde exactamente a lo que suena. El sonido Bill Evans. Una impronta.

La noticia es que en los estantes de novedades discográficas esplende una de esas rediciones cuya aparición explica el estado de las cosas: la producción musical en nuestros días está a la baja pero el público pide calidad y la respuesta ocurre en las numerosas rediciones doquier.

En realidad, suceden esos fenómenos propios de los estados de transición, de los periodos de gozne, cambio, evolución. La industria del disco está apostando por las nuevas generaciones pero antes se asegura mostrando el contexto, los materiales de los grandes profesores.

Es el caso de la redición de un disco/referente: The Bill Evans Album, grabado hace 47 años, vuelto a lanzar, debido a su enorme éxito, en 2005 con la adición de tres tracks con versiones alternativas, y ahora nuevamente en perspectiva, circulando profusamente para alegría por igual de conocedores y de las nuevas generaciones, fascinados todos por la magia del sonido Bill Evans.

La importancia de este álbum, además obviamente de la calidad de su contenido musical, tiene varias vertientes: su título se explica porque la totalidad del material fue escrito por Bill Evans, refrenda la importancia que concede a sus contrapartes, las otras aristas de su trío y enarbola una audacia mayor: es la primera vez que teclea un piano eléctrico, el ahora clásico Fender Rhodes.

Dijimos ya que Bill Evans estableció las bases para el sonido moderno del piano en lo que antes se llamaba jazz. Es momento de decir también que consolidó el formato trío hacia firmamentos infinitos, en otro gozne histórico: los tríos clásicos de Oscar Peterson, Count Basie, Thelonious Monk y otros padres fundadores, reciben con Bill Evans un trato hacia el futuro. El uso de un piano eléctrico es sólo una demostración de tal aserto.

Al momento de grabar The Bill Evans Album, el maestro ya había escrito historia, había muerto en vida y con este disco resucita literalmente, pues la muerte de su hermano espiritual/musical, el contrabajista Scott LaFaro, lo paralizó al grado de quedar muerto en vida.

Con Scott LaFaro en el contrabajo acústico y Paul Motian en la batería, Bill Evans había alcanzado lo sublime.

La noche en que Scott LaFaro falleció bajo el árbol donde por accidente se estrelló de frente el auto que manejaba, Bill Evans dejó de hablar, no volvió a tocar el piano en mucho tiempo y hay quienes aseguran que lo veían deambular por los parques vestido con la ropa del difunto.

De regreso a la vida, aceptó a Eddie Gomez en sustitución de Scott LaFaro y a Marty Morell en lugar de Paul Motian. Con ellos grabó el disco que hoy nos conmociona por su gran belleza.

A los siete tracks originales se sumaron las tres tomas alternativas de 2005 y la novedad de los avances de la tecnología, lo cual da como resultado un sonido que estremece. El sonido Bill Evans, como si lo estuviésemos escuchando en vivo, como si ese señor ensimismado estuviera frente a nosotros inclinado sobre el piano, los ojos cerrados y el último tramo de un cigarrillo a punto de incinerarle la comisura de los labios y el humo, esas volutas blancas, se confunde con la neblina que se forma en el ambiente cada vez que suena un disco de Bill Evans.

¿Cómo construyó Bill Evans su sonido?

El Clave Bien Temperado de Bach es el origen de su temperamento.

Pasaba horas, noches enteras estudiando esa partitura de Bach, en busca de su estilo propio. Y luego estudiaba a Schumann, a Debussy, Ravel y hasta Rajmaninov.

El resultado de tal esfuerzo, de tanta disciplina de trabajo, de tanto estudio y concentración es la exquisitez de sonido, la sutileza del toque pianístico, la elegancia, el suave deambular, la fragancia, la suma de elementos poéticos que producen un estremecimiento en el escucha, una manera singular de entrar en trance, un éxtasis sereno y calmo, cuando aparece esa neblina que solamente pueden ver quienes cierran los ojos porque está ocurriendo la magia: se hace presente y cobra cuerpo lo que simplemente lleva el nombre de El Sonido Bill Evans.

No hay pianista destacado en el orbe hoy en día que no deba algo a Bill Evans, como no hay músico en el mundo, sea del género que quiera, que no deba su existencia a Johann Sebastian Bach.

Por eso es crucial The Bill Evans Album, con sus piezas hoy improntas, de entre las cuales resultan entrañables Waltz for Debby, The Two Lonely People y Re: Person I Knew, tres de las piezas del disco, sin que tengamos que prescindir del resto, pues el todo forma un cuerpo de agua que explica todas las mareas, todos los pleamares y sus bajamares, todas las lunas que se reflejan en el remanso de la noche acuática, y alcanzamos a distinguir una neblina que eriza la piel, entorna los ojos y otorga el don del vuelo sin moverse del asiento.

Vuelo, ese señor ensimismado que está inclinado sobre el piano, en realidad está volando, lejos, lejos y al mismo tiempo tiene los pies plantados sobre el piso y mueve los pedales del piano como los remeros movían las olas donde chocaba el sonido bellísimo que nacía del pecho de las sirenas y Ulises sonreía, de acuerdo con el testimonio del ciego Homero.

Cuando suena el piano de Bill Evans, le contestan gotas gruesas de lluvia cálida: las cuerdas vibrantes del contrabajo acústico y el rocío se tiende sobre los tambores y todo cobra sentido.

Si el escucha descubre por ejemplo al mismísimo Olivier Messiaen entre los pliegues de los ensueños que hace sonar Bill Evans, es porque ese señor ensimismado ocupó muchas horas en soledad para estudiar la partitura entera de Catalogue d’oiseaux, de Messiaen, como parte de su plan de vuelo.

Vuelo. Pongamos a sonar El Álbum de Bill Evans y volemos, mi alma.

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