erminaron las campañas electorales. El próximo domingo habrá elecciones para elegir al próximo presidente de la República, los integrantes del Congreso de la Unión, gobernadores de varias entidades federativas, cámaras de diputados locales y presidentes municipales. Como nunca se elegirán autoridades en diversos poderes y órdenes de gobierno, lo que vuelve muy complejo el proceso electoral, cuya responsabilidad recae en un órgano electoral federal, que concentra las decisiones políticas en detrimento de los poderes de los estados. Otro rasgo de este proceso electoral es que por primera vez se presentan en la elección candidatos sin partido, independientes se nombran oficialmente, aunque casi todos dependen de algún poder constituido o fáctico. Y en medio de esto la sombra de la violencia en diversas modalidades: asesinato de candidatos, amenazas para que la gente vote en determinado sentido y la compra descarada de votos.
Con ese escenario como trasfondo, un aspecto sobresaliente que dejaron las campañas electorales es el hartazgo de los potenciales electores, que han colocado a Andrés Manuel López Obrador en una posibilidad real de ganar. A diferencia de anteriores procesos electorales donde ha participado, el margen de aceptación entre él y sus competidores es tan alto que parece difícil de superar por medio del fraude. Obviamente eso no garantiza el triunfo. Se requiere que la coalición de partidos que lo postula a él y a los candidatos a otros cargos tenga la capacidad de cuidar todas las casillas electorales, cuente con expertos para presentar inconformidades fundadas y, sobre todo, que los electores salgan a votar y se preparen para defender el triunfo en caso necesario. En países con gobiernos autoritarios las elecciones se ganan con votos pero los triunfos se defienden en las instancias electorales y, sobre todo, con la movilización popular.
La coyuntura generada durante las campañas electorales hace que las elecciones del próximo domingo cobren sentido para los pueblos indígenas. De todos los candidatos sólo Andrés Manuel y su equipo apuntaron algunas reformas constitucionales, institucionales y de políticas públicas relacionadas con este sector de la población mexicana. Pero no es eso lo más importante, sino las condiciones políticas que su triunfo podría generar para potenciar las luchas de los pueblos indígenas en defensa de sus derechos. Durante las campañas ni a Ricardo Anaya ni a José Antonio Meade se les escuchó algún postulado novedoso en torno a los pueblos indígenas. Para ellos los pueblos indígenas viven en la pobreza por su negativa a modernizarse y por tanto no queda más remedio que seguirlos sufriendo como un lastre del progreso y para hacerlo son suficientes los programas asistencialistas. En el mejor de los casos, con ellos habría más de lo mismo.
En ese sentido, con quien los pueblos indígenas podrían tener posibilidades de un verdadero cambio es con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador y la mayoría de los candidatos de la coalición Juntos Haremos Historia. Insisto, no por sus propuestas, que aunque apuntaron a sus problemas más apremiantes no combaten las causas que las producen; sino por las condiciones políticas que podrían generar, donde los pueblos tendrían mejores condiciones para organizarse, consensar una agenda nacional propia y luchar por ella. Una propuesta central de Andrés Manuel López Obrador fue avanzar hacia la cuarta República y los pueblos indígenas no pueden acudir a esa transformación con demandas de las anteriores. Si van a participar en la refundación del país tiene que ser con propuestas novedosas y radicales, que atiendan los problemas desde su raíz para que los pueblos indígenas formen parte plena de la nación.
No ignoro que muchos de los compañeros de viaje de Andrés Manuel representan lo que dicen combatir. No desconozco que en muchas regiones se postularon candidatos de manera autoritaria, desconociendo a personas con arraigo popular. Ese es un dilema que los votantes tienen que decidir el domingo próximo. Lo que me parece importante es no desaprovechar la oportunidad de cambio que la coyuntura electoral ofrece. La degradación de la política ha llegado a tal grado que no tenemos opción de escoger entre candidatos buenos y malos sino entre éstos y los peores. Por eso considero que la apuesta no debe ser tanto por los candidatos a los puestos de elección popular y sus propuestas de campaña, sino por aquellos que pueden generar condiciones para la organización y la lucha. Finalmente, los cambios que el país y los pueblos indígenas necesitan vendrán de la organización y la lucha de ellos mismos. Empujar por la cuarta transformación de la República puede ser una oportunidad de inclusión de quienes siempre han estado fuera de ella.