Logra agónico triunfo ante Nigeria
El gol 100 en el Mundial llegó vía una obra maestra de la Pulga para devolverle la alegría a la Albiceleste
Miércoles 27 de junio de 2018, p. 2
Desde la tierra de los muertos emergió Argentina para meterse con, literalmente, sangre y sudor a los octavos de final al vencer y eliminar 2-1 a Nigeria, en el último juego de la fase regular. Lionel Messi les insufló la vida con la magia que debía en este mundial, el gol 100 de Rusia 2018, pero tras un empate angustiante, Marcos Rojo prendió una pelota en el área para devolverle la alegría a la Albiceleste, a todo un país y a un entrenador, Jorge Sampaoli, quien miraba desde el cadalso.
Todo en contra de Argentina, un empate incluso los echaría del Mundial, una victoria de Islandia, que al final perdió 2-1 ante Croacia, sería mortal para los argentinos. En esas condiciones adversas, la Albiceleste sacó ese espíritu que los mantiene como candidatos perennes a cosas importantes en el futbol. Y con drama y sufrimiento lo consiguieron, son segundos de grupo y estarán en la siguiente fase ante Francia el sábado 30 de junio.
Las combinaciones antes del partido parecían un juego perverso del azar. Argentina era un grupo quebrado emocionalmente –incluso algunas versiones decían que esto se extendía al vestidor albiceleste– y con un entrenador cuestionado hasta grados de crueldad ante la desoladora marcha en los dos juegos anteriores.
Después de la goleada 3-0 ante Croacia, Argentina necesitaba una descarga de confianza, algo que detonara la tradición y espíritu del equipo subcampeón. Si Messi parecía aquejado de una melancolía de la que nadie parecía extraerlo, la selección completa parecía desmoronada. Pero aquí estaban, con la única salida que tenían: salvarse ellos mismos para no depender de los cálculos fríos del reglamento.
Nigeria no sabía cómo contener a un equipo rival hambriento y urgido. Miraban con nervios cada pelota que llegaba a los pies de Messi y cuando lograban hacerse de ella se desprendían sin mucho tino. Argentina, mientras tanto, trataba de circular con mucho sentido, pero había un nerviosismo inocultable. Javier Mascherano, metido en su papel de todoterreno, cometió un error en zona peligrosa, que afortunadamente para él, el adversario no pudo capitalizar y le dio tiempo incluso de corregir la pifia.
Antes del cuarto de hora, Argentina recuperó parte de lo perdido. Lo hizo quien más lo necesitaba para recuperar la esperanza: Messi y su gracia. Ever Banegas le envió un pase preciso y Leo recibió con el muslo izquierdo, pelota abajo, unas zancadas perfectas, para luego proyectarla con el empeine derecho en un golpe delicado pero que imprimió potencia al tiro cruzado para abrir el marcador de la Albiceleste. Messi arrodillado y con los índices apuntaba al cielo, para dedicarlo a las alturas o para posar como símbolo del renacimiento argentino, de todo el equipo y del propio delantero que parecía conjurar sus demonios y salir de su marasmo emocional.
Mientras el estadio de San Petersburgo se despeñaba de emoción albiceleste, ocurría otro espectáculo paralelo, el show de Maradona. El Pibe robaba cámara, alentaba como el más entusiasta barra brava, con la cara descompuesta por la emoción, cruzaba los brazos en equis sobre el pecho como invocando fuerzas oscuras y cuanso cayó el gol de Messi, celebró como poseído. La celebración del Diego fue de lo más bravucona, con los dedos medios hacia arriba en alusión fálica y gritando gol, putos
.
La ventaja y virtual calificación volvió cautos a los albicelestes, que decidieron ser más ordenados en la defensa, para prevenir cualquier contragolpe de los africanos, una de esas respuestas que pueden meter en problemas a cualquier rival.
Nigeria ganó terreno y empezó a pisar el área de los sudamericanos. Sin generar demasiado peligro con la pelota pegada a los pies, pero sí con alguna jugada desde lejos, como un tiro de castigo que Leon Balongun mandó al poste, pero que el portero Franco Armani alcanzó a rozar.
De cualquier forma, Nigeria estaba creciendo con la pelota y a Argentina le vino bien el descanso para apagar la euforia africana.
No había corrido tanto el tiempo de la segunda parte, cuando Mascherano no midió su fuerza y tiró de Balongun en el área, quien cayó desmadejado y el árbitro marcó el penal sin titubeos. El jugador del Chelsea, Victor Moses, cobró el castigo y mandó la pelota con tranquila frialdad hacia el fondo de la red para el empate.
Aquello cobró tintes teatrales: el reloj avanzaba y la pelota empezó a transitar de un lado a otro con más desesperación que sentido. Ndidi recetó un cañonazo que puso los pelos de punta de los argentinos; Higuaín envió un tiro encima del travesaño que obligó a los suyos a llevarse las manos a la cabeza.
Mientras más cerca del fin se notaba la angustia albiceleste, pues hasta ese momento el empate los eliminaba, hasta que apareció un providencial Marcos Rojo, en el área, en el manchón del penal, y recibió un centro impecable para mandarlo de volea y regresar a Argentina a la pelea en Rusia 2018.
Messi se fue a la espalda de Rojo para celebrar. Sampaoli corrió por todo el borde de la cancha mirando a la hinchada, a esa que le insultó con una gran inventiva y furia. Mascherano, como resumen de lo argentino, cortado y sangrante pero eufórico por la proeza. En las gradas los hinchas lloraban de alegría y el maquillaje celeste escurría por las mejillas. Si a Maradona una mano divina le ayudó en México 86; ahora Messi presumía que esa divinidad hincha por Argentina.