Ese arte vive una ebullición en México, destaca Ernesto Ramírez
Lunes 25 de junio de 2018, p. a11
Ser laudero es buscar la belleza perfecta, el sonido óptimo de un objeto que en realidad es una extensión de la persona y como tal debe ser atendido.
Por eso, la laudería va más allá de lo artesanal; no es el simple armado de un complejo rompecabezas. Los instrumentos de cuerda frotada y pulsada (violines, violas, violonchelos, contrabajos y guitarras) son algo más. Son entes con memoria y, ¿por qué no?, con alma.
Así lo considera Ernesto Ramírez (Ciudad de México, 1951), uno de los lauderos más reconocidos del país, con casi 40 años en este oficio.
Descubrir por qué la vibración en el aire se transforma en emociones que llevan al llanto o la euforia lo hizo escribir el libro El expediente X del violín: la perfecta simetría o el sonido óptimo, que presentó el viernes en la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía Manuel del Castillo Negrete.
En este trabajo explica cómo se construye ese instrumento y ofrece datos históricos, así como una reflexión en torno al significado de la música.
Son pocos los libros de laudería en español, y menos aún los escritos por mexicanos; por eso es un acontecimiento esta publicación del autor, quien además propone su propio diseño del violín.
Falta una escuela de laudería
En México, define Ramírez, hay buenos lauderos, ‘‘jóvenes talentosos. Hay un momento de ebullición muy grande, pero desparramada, no está contenida, no está guiada. No existe una escuela de laudería mexicana, me refiero a los conceptos, las formas, la perspectiva, el ideal, incluso la filosofía, y más que eso: no hemos creado un estilo
‘‘Una escuela de laudería no es un edificio. Habría que comenzar por definir el esquema, una técnica, el método. No sé si exista alguien que tenga el cometido de crear una escuela mexicana de laudería, a lo mejor todos estamos contentos con que cada quien tenga su imaginación o su hibridez.
‘‘En México se desperdicia el talento de lauderos extraordinarios que podrían hacer escuela, pero no existen los recursos, y donde los hay no se utilizan en la dirección correcta. La burocracia ha estorbado, es más importante el medio que el fin. Ahí es donde estamos fritos”, sostiene en entrevista con La Jornada.
El violín ‘‘es una cápsula del tiempo con un mensaje. Está a punto de cumplir 500 años, pero aún no se sabe a ciencia cierta de dónde provino la idea de su construcción.
Pienso que el primer violín debe haberse construido alrededor de 1526, aunque muchos creen que viene de la viola, pero, como describo en el libro, fue un invento aparte, una idea específica. No se deriva de las violas, aunque sí se utilizó el conocimiento que se tenía en el trabajo de las maderas. El violín fue una creación premeditada, no para sustituir otro instrumento.
Ramírez considera que los primeros lauderos, como los compositores de aquellas épocas, eran muy creyentes, entonces, al construir sus instrumentos, “lo hacían pensando que sería una alabanza a Dios. Me parece que el violín fue concebido para eso también: es una herramienta para hacer música con la que se va a alabar a Dios.
‘‘El diseño del violín parte de dos rectángulos: uno vertical que va al cielo, mostrando la espiritualidad en el hombre, y otro horizontal, que es lo terrenal. Los dos en perfecto equilibrio desde tres elementos: la silueta, el volumen de aire y la masa, lo que nos da el resultado final sonoro cuando se consigue equilibrio: la misma cantidad de aire, el mismo peso de un lado que de otro y equilibrio en la silueta.
Ernesto Ramírez fue contrabajista sinfónico antes de sumergirse en la laudería, donde ha descubierto que ‘‘no siempre las exigencias del músico son las del instrumento. Parto del principio de que no atiendo al intérprete, sino al instrumento. Si un violín está bien, seguramente le va a gustar al músico, y si no le gusta es porque no es el que le corresponde. No voy a hacerle algo que no deba al instrumento para complacer al músico”.
Es así como el laudero se ha negado a quitar barnices o a pintar de otro color los instrumentos que le llevan a su taller para ser reparados o intervenidos. Ramírez tiene ya el buen ojo para reconocer cuando a un instrumento no lo ha tratado bien la vida... o el músico.
‘‘Como laudero –concluye– no estoy para juzgar a los músicos. Muchos años fui sicólogo de músicos, porque hay muchas historias detrás de su relación con los instrumentos, a nivel humano, de ellos he aprendido muchas cosas acerca de la pasión y el sufrimiento.’’