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Economía Moral

Bicentenario de Marx. Trabajo, capacidades objetivadas, posibilidad de la historia

E

l carácter mediado del trabajo humano tiene enormes consecuencias en lo que somos como especie. Además de las dos mencionadas en la entrega del 15 de junio (ampliación del ámbito de las cosas que pueden servir de objetos de su trabajo, haciendo del ser humano –SH– un ser natural universal, y ruptura de la fusión animal de necesidad –N– y objeto, de sujeto y objeto, engendrando el ser consciente y autoconsciente del SH) György Márkus (GM, Marxismo y antropología) analiza otras cruciales consecuencias:

1. La reproducción de los hombres en el proceso histórico de la producción aparece como apropiación de los objetos por los sujetos y, por otra, como configuración, sometimiento de los objetos a una finalidad subjetiva. El proceso de trabajo origina constantemente objetos (el trabajo se objetiva en el producto), con lo que se va alterando el mundo circundante del hombre. El entorno natural cede su lugar al entorno cultural, en el que las capacidades humanas se han hecho objetos, se han objetivado. En el objeto del trabajo el ser humano no se duplica sólo intelectualmente, sino poiéticamente (creativamente), realmente, y se contempla a sí mismo en un mundo producido por él. El concepto marxista de objetivación, explica GM, no es una mera alusión a la presencia de objetos artificiales, sino también y principalmente a la función específica que tienen esos objetos artificiales en la actividad vital de los seres humanos, pues los productos del trabajo tienen, además, una aplicación normal dentro de la matriz real de la vida social (la copa de vino sirve para beber vino, el jabón para lavarse), y esa aplicación normal tiene una cuasi corporización como norma en la propia forma física de los objetos del trabajo. Los individuos tienen que desarrollar las cualidades humanas específicas que permiten el uso adecuado, o sea se tienen que apropiar de esos objetos. A diferencia de la naturaleza, la esfera social está empapada de normas. Como portadores de esas reglas, los productos del trabajo no son sólo objetos de uso, sino también valores de uso. Por vivir el ser humano en un mundo en el cual las capacidades (C) y las necesidades (N) humanas desarrolladas en el pasado se encuentran ya, como hadas madrinas, en su forma objetivada, a la cabecera de su cuna, le es posible empezar su desarrollo sin tener que empezar desde cero, sino en el punto en que las generaciones anteriores lo han dejado. El trabajo constituye la posibilidad de una historia como tal.

2. El trabajo no sólo transforma la naturaleza exterior, sino también al ser humano mismo: los productores desarrollan fuerzas y representaciones nuevas, nuevas N y C, nuevo lenguaje y nuevas posibilidades de goce. Dice Marx: La riqueza objetualmente desplegada del ser humano es lo que en parte produce y en parte desarrolla la riqueza de la sensibilidad humana subjetiva, un oído musical, un ojo para la hermosura de la forma. En resumen, sentidos capaces de goces humanos que se afirman como fuerzas esenciales humanas. La apropiación subjetiva de un medio de producción implica la formación de un tipo de actividad que ponga el medio y el objeto en la relación necesaria para la realización de la finalidad deseada por el sujeto. La C se presenta así como transposición de determinadas conexiones naturales objetivas a la esfera de la actividad del sujeto. El hombre es, pues, capaz de transformar en leyes, en principios de su propia actividad, un ámbito cada vez más amplio de conexiones y regularidades naturales. (GM, op. cit.)

3. Si bien cada acto singular de trabajo supone la prexistencia de una N, en el proceso histórico esa relación se invierte. Las N que efectivamente determinan la producción no son las N originarias, sino las N originadas por la producción. Las N “son tan producidas... como los productos y como las C. Cuanto más se vuelven necesarias las N engendradas por la producción, tanto más se desarrolla la riqueza real. La riqueza consiste en la multiplicidad y variedad de las N, dice Marx.

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