16 de junio de 2018     Número 129

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Transgéneros, sí; transgénicos, no

Layla A. Vázquez Flandes Centro de Derechos Humanos “Fray Francisco de Vitoria O.P.”, A.C.

¿Por qué se deberían cruzar la lucha por los derechos de las personas trans y la lucha contra el neoliberalismo rapaz? ¿Quiénes somos las personas trans? ¿Por qué nuestras preocupaciones deberían estar no solo contra la intolerancia y la discriminación, sino también con el campo, con los pueblos indígenas y originarios, y con la defensa de los territorios? ¿Habrá algo que nos hermane a las personas trans con todas las demás resistencias?

Una persona trans (también llamada “transexual” o “transgénero”) es aquella que se identifica con un género distinto al que le fue asignado al nacer. En mi caso (porque yo, quien ahora escribe, soy una mujer trans), se me asignó que yo fuera varón, cosa con la cual nunca me sentí identificada ni cómoda. Muchas personas saben identificar esa incomodidad desde muy pequeñas; pero en mi caso, pude darme cuenta de esa incomodidad a mis 22 años de edad, así como del porqué de la misma: yo nunca fui aquello que se me dijo toda la vida que era, sino que yo siempre fui y seré una mujer. Con un cuerpo que causa incomodidad a los ojos de muchas personas cisgénero (aquellas que no son trans, sino que se identifican con el género que se les asigno al nacer), pero que me hermana con mis semejantes. Semejantes al menos en cuanto a algunas experiencias, pues las personas trans somos muy diferentes entre nosotras: hay hombres trans, mujeres trans y personas no binarias (aquellas que no se identifican ni como hombres ni como mujeres); hay bisexuales, heterosexuales, lesbianas y homosexuales; citadinas, campesinas e indígenas;  abogadas,  médicas, filósofas, biólogas y defensoras de Derechos Humanos.

Muchas personas trans defensoras de derechos humanos y activistas militan, sobre todo, en los movimientos de personas de la diversidad sexual, y más particularmente por los derechos de las propias personas trans; sin embargo, muchas personas vemos la importancia de cruzar nuestra lucha personal y colectiva con otras luchas igualmente importantes y urgentes. En mi caso, como defensora de derechos humanos, he podido cruzar con luchas campesinas y sindicales, particularmente contra la negociación de Tratados de Libre Comercio y por la defensa del maíz frente a la agroindustria y los transgénicos; al mismo tiempo que lucho todos los días contra las miradas burlonas y lascivas, contra la imposibilidad cultural que actualmente tenemos de concebir naturalmente que existen, por ejemplo, mujeres con barba u hombres capaces de embarazarse (el caso de los hombres trans: hombres con útero), y contra la posibilidad siempre latente de ser la próxima anunciada muerta en una nota roja bajo el titular “hombre vestido de mujer…”.


¿Nos ganarán la transfobia, el racismo, el clasismo y la comodidad del capital? ¿O podemos construir, juntas, juntes y juntos, otro mundo posible? FOTO: Trinsk

¿Por qué, repito, se deberían cruzar estas luchas, por la dignificación de las identidades trans y contra el neoliberalismo rapaz que somete a los pueblos y a los territorios bajo las reglas del mercado? Por siglos, las personas trans nos hemos visto forzadas, o a escondernos, o a sufrir la discriminación sistemática, la patologización y la criminalización; o, en los peores casos, a ser víctimas de asesinatos brutales, que muestran el odio que la sociedad aún nos tiene. Se nos despoja de la vida y de la dignidad de la misma manera en que las mineras despojan los territorios, de la misma manera en que el Estado nos despoja de nuestros seres queridos desapareciéndoles, de la misma manera en que los colonizadores despojaron a nuestros pueblos hace más de 500 años. Todo porque la tendencia de la hegemonía es, por medio del sometimiento y la violencia, homogeneizar la vida. Las naciones son sometidas a un sistema económico al servicio del mercado que sacrifica la autodeterminación de los pueblos. El racismo arrasa con las tradiciones y lenguas de los pueblos indígenas y originarios, imponiéndoles una cultura, la occidental, y alg-una lengua de origen europeo. La diversidad del maíz nativo se reduce a un maíz blanco, industrializado y transgénico. A las personas trans se nos dice que nuestros genitales y no nuestra auto-percepción, nos define a ser de una sola manera: hombre si se tiene pene, o mujer si se tiene vulva.

Por ello, las personas trans somos rebeldes por definición. Nos rebelamos contra la violencia que una cultura transfóbica ejerce sobre nuestros cuerpos, nuestros nombres y nuestras formas de ser en el mundo. Luchamos contra la precarización provocada por la falta de trabajo y de servicios de salud que nos atiendan de forma digna. Nos rebelamos todos los días contra el miedo que provoca vivir en una sociedad conservadora y bajo el yugo de un Estado que se niega a escucharnos. Nos rebelamos, pues, de la misma manera en que la mujer indígena se rebela contra la minera canadiense, y de la misma en que el campesino lo hace contra los monstruos llamados Monsanto y Bayer.

Al final, queda la pregunta: ¿Nos ganará la transfobia, el racismo, el clasismo y la comodidad del capital? ¿O podemos construir, juntas, juntes y juntos, otro mundo posible?

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