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El tercer género, más allá del binarismo
Leonardo Bastida ¿Es posible imaginar una sociedad donde no sólo haya hombres y mujeres? Probablemente, para mentes occidentalizadas como la nuestra, eso no sería tan factible ni tan común. Sin embargo, en las amplias praderas norteamericanas, donde hay miles de kilómetros de planicies y recursos naturales explotables se asentaron una diversidad de pueblos y culturas con diferentes cosmovisiones, algunos con vínculos culturales con las culturas indígenas del norte de nuestro país. Varios de ellos coincidieron en no limitar la expresión de género de las personas a ser hombres y ser mujeres. Al transitar por estas tierras, entre los siglos XVII y XVIII, los exploradores franceses descubrieron que había ciertos integrantes de las sociedades locales con fisonomía de hombres, pero culturalmente asimilados como mujeres, pues incluso desempeñaban las funciones asignadas a ellas, y viceversa, personas con fisonomía de mujeres, pero asumidos socialmente como hombres. Llamándoles la atención la situación de los hombres, estos aventureros francófonos decidieron nombrarles como berdaches, un término utilizado en Francia para referirse a hombres jóvenes homosexuales. Su situación no ha sido fácil. En los tiempos en que el gobierno de Estados Unidos decidió ubicar a todos los pueblos originarios en reservas territoriales, al momento de enviarles a trabajos forzados, colocaba a los berdaches en las secciones destinadas a los trabajos más rudos, haciéndoles compartir dormitorio y sanitarios con los hombres, una situación que les provocaba incomodidad y malos ratos. La colonización ideológica hizo estragos al interior de las comunidades y se comenzó a propagar la idea de que era una conducta mala, provocando que en varios grupos se extinguieran o quedaran muy pocos individuos transgresores de la normatividad occidental. Esos pocos comenzaron a cambiar el sentido de la palabra y pidieron ser llamados “dos espíritus”, haciendo alusión a que en ellos hay tanto un espíritu masculino como uno femenino. Además de ser un término más preciso para explicar su importancia espiritual al interior de su comunidad, donde, incluso, no cualquiera puede serlo, pues quienes se asumen como tales han mostrado desde pequeños preferencia por el rol femenino o tuvieron algún sueño que les predijo su futuro.
Reportes antropológicos han visibilizado que su rol espiritual al interior de la comunidad es muy importante. En la cultura Cheyenne, el he‘eman, como se refieren a ellos, es el director de la ceremonia anual más importante, la danza de las cabelleras. Dentro de las comunidades Hidatsa, tienen su propio grupo y se les considera como líderes religiosos. En la cultura Dakota se documentó que los guerreros solían acudir con ellos para “aumentar su ferocidad masculina”. En otras como la Omaha, los jefes de la tribu solían tener entre sus esposas a uno de ellos. Asimismo, es muy común, hasta la fecha, que sean curanderos y chamanes. Más al sur En las crónicas elaboradas por los primeros exploradores provenientes de Europa en territorio americano, se narraba que en las comunidades originarias eran muy comunes los encuentros sexuales entre personas del mismo sexo, llegando a describirlas como caóticas, y, por tanto, a decir que requerían “de cierto orden”. Fray Bernardino de Sahagún describía que “lo nefando”, las prácticas sexuales entre hombres, ocurrían al interior de los temazcales. De México se ha escrito mucho sobre los muxes, pero los nawiki, al interior de la cultura rarámuri, cuyo epicentro son las montañas en Chihuahua, son otra muestra de la posibilidad de rompimiento con la visión occidental de la sexualidad, pues incluso esta identidad puede no ser permanente, sino cambiar mes con mes. En el caso de las mujeres, se le llama reneke y son mujeres que suelen tener como pareja a otras mujeres.
Brasil no fue la excepción. Pedro de Magalhaes describía que, en algunos poblados del Amazonas, había ejércitos de mujeres que decidían no hacer una vida en común con hombres, sino con otras mujeres, al igual que Manoel da Nobrega y otros frailes, quienes, al recorrer diferentes puntos del fértil territorio selvático, mencionaban las diferentes maneras en que cada cultura asimilaba la homosexualidad. Incluso, uno de los mitos guaraníes relata la presencia de un hombre embarazado, a quien los dioses asignaron un lugar especial para tener a su hijo. Al paso del tiempo, prácticamente, hasta el siglo XIX, hay una constatación de que en varios grupos indígenas existen hombres cuya identidad social está relacionada directamente con la de una mujer. Entre ellos, los tibira, un grupo de hombres en las comunidades guaraníes definidos como líderes espirituales pero que servían de mujeres en los actos sexuales. En otras culturas como la kudiweau se les denomina “hombre que desea ser mujer” o en otras como la javae, son chamanes cuyos servicios se pagan con favores sexuales. A pesar de esta aparente permisividad, también se ha denunciado que al interior de las comunidades indígenas existen altos índices de estigma y discriminación hacia quienes tiene alguna conducta homosexual. El acoso es tal, que muchos de ellos han optado por salir de sus comunidades de origen hacia centros urbanos, donde su manera de ser no es tan reprimida.
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