16 de junio de 2018     Número 129

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Matriz de tierra, matriz de mujer:
la sexualidad prehispánica

Miriam López Hernández  Doctora en Antropología, posdoctorante en el Posgrado de Historia y Etnohistoria de la ENAH


La mujer se equipara con la fuerza creadora de la Tierra.

En Mesoamérica, la potencia genésica de la mujer se equiparaba con la fuerza creadora de la Tierra. Una frase que compara al cuerpo femenino con el telúrico se encuentra en el libro VI del Códice Florentino. Las mujeres nahuas se refieren a su vientre como “una cueva, una barranca, lo que hay en nosotras, su única obra es esperar lo que le es dado, su única función es recibir”.

Los cerros formaban un mismo concepto con las cavernas y eran considerados como la boca de la Tierra o la matriz telúrica. Su interior era igualado con un útero, pues es un lugar de origen. De acuerdo con fuentes etnohistóricas, de allí son paridos los primeros humanos y los pueblos. De hecho, en la representación del Chicomoztoc en la Historia Tolteca-Chichimeca, las paredes de las cavernas de este lugar simulan tejido endometrial. El término secreto para el cuerpo humano en el lenguaje mágico nahuallatolli era chicomoztoc, “el lugar de las siete cuevas”. Éste se compara con el cuerpo y sus siete oquedades: ombligo, ano, boca, dos cuencas oculares, dos fosas nasales.

Igualmente, en los códices encontramos el paralelismo del vientre con el interior del cerro. En la lámina 1 del Códice Selden se presentan dos deidades que desde el cielo lanzan un dardo que preña a un cerro de agua, de cuya abertura nace un individuo.

La correspondencia del vientre femenino con la naturaleza se presenta nuevamente en las ilustraciones de los cerros embarazados que encontramos en los códices Nuttall y Vindobonensis. En el primero se observa al cerro con brazos, piernas y un gran estómago. En el segundo, se muestra el signo ollin sobre el vientre del monte antropomorfo.

En la época prehispánica, distintas diosas se relacionan con el tema de la fertilidad, los mantenimientos y la Tierra. Tlaltecuhtli era la principal divinidad que representaba estos conceptos pues los accidentes orográficos se formaron a partir de su cuerpo, además se le concebía como una gran matriz de la que surgiría la vida. En el mito se narra que de su cuerpo se formó la naturaleza; pero el primer paso fue saciar su hambre y sed con corazones y con sangre humana, respectivamente, para que ella produjera los frutos.

En este mito se evidencia el vínculo entre la sangre y la fertilidad de la Tierra. De manera ritual, la decapitación y el flechamiento tenían la misma finalidad de regar la Tierra para que fructificara. Ejemplo de ello, lo vemos en Ochpaniztli. En esta trecena, degollaban a la representante de Chicomecoatl y la echaban encima de un montón de mazorcas y semillas. Su sangre fertilizaba los granos y propiciaba las buenas cosechas. El sacrificio por flechamiento era otra manera de alimentar a la Tierra. Los cautivos eran atados a postes y flechados para que su sangre escurriera, dando de beber el líquido precioso a la diosa.

En la lápida conmemorativa por la ampliación del Templo Mayor de Tenochtitlan elaborada en 1487, se observa a Tizoc y Ahuitzotl, gobernantes, haciendo autosacrificio. Se punzan las orejas y ofrendan la sangre a las fauces de la Tierra. Este concepto también se encuentra en la lámina 53 del Códice Borgia. En ella, Quetzalcoatl y Macuilxochitl se punzan el pene y la sangre irriga a la diosa de la Tierra, de cuyo cuerpo surge una gran planta de maíz.

La matriz telúrica y la humana realizan una función paralela en el mantenimiento del universo. De esta analogía se desprenden distintas asociaciones: siembra/cópula, pene/coa, semilla/semen, cosecha/parto, sangre y semen/sol y lluvia. Así, la siembra era vista como una cópula, es decir, el trabajo agrícola era una penetración a la Tierra para plantar la semilla. Igualmente, el ser humano al morir y ser enterrado tenía la equivalencia de una semilla. Pues volver a la tierra es el medio para regenerar la vida. Al leer narraciones antiguas, se ha encontrado un paralelismo entre la coa y el pene en su tarea fecundante. El palo plantador prepara la tierra para recibir la semilla, en este sentido, la penetra como un miembro masculino.

Respecto a las representaciones de la diosa Tlaltecuhtli en piedra, es interesante que éstas se hallen boca arriba. Es decir, la diosa se presenta en decúbito dorsal: tendida sobre su espalda y con las piernas abiertas. La postura de la diosa en las esculturas ha sido interpretada por distintos estudiosos como de parto, como de enemigo derrotado y humillado, como de anfibio o reptil. Sin embargo, otros han señalado que es una posición de acto sexual.

A partir de lo que se ha estudiado de la cosmovisión indígena y las representaciones que hallamos de Tlaltecuhtli en códices, considero que efectivamente la diosa se muestra lista para recibir la lluvia, los rayos y otros elementos fertilizadores como la sangre de sacrificio y autosacrificio.


Prácticas sexuales vinculadas con las fuerzas del universo.

Ese es el sentido que encuentro en las imágenes de los códices Borbónico, Tonalamatl Aubin, Telleriano-Remensis y Vaticano Latino A 3738, donde se observa a Tlaloc y a Tonatiuh encima de Tlaltecuhtli. Este conjunto puede interpretarse como el plano superior-masculino fecundando al plano inferior-femenino con sus rayos solares y lluvia para que dé frutos.

Cabe señalar que el plano celeste y el terrestre eran entendidos como una unidad. Lo masculino era el Sol y correspondía al padre. Lo femenino era la Tierra y refería a la madre. Este concepto (in Tlaltecuhtli, in Tonatiuh) era antiguo y provenía de los antepasados chichimecas. Los chichimecas llamaban al Sol, padre y a la Tierra, madre.

Además, sus sacrificios se los ofrecían al Sol y a la Tierra. Se indica que el lugar a donde se derramaba sangre lo labraban y enterraban allí al animal sacrificado, como alimentando a la Tierra. Igualmente, el Sol y la Tierra eran parte de una unidad (in Tlaltecuhtli, in Tonatiuh) que aparece en distintos discursos. Por ejemplo, en las palabras que se le dirigían a un gobernante recién elegido: “tú lo seguirás, a tu madre, tu padre, el Sol, la Tierra” [a tocontocaz in monan, in mota in tonatiuh, in tlaltecuhtli] (Códice Florentino, libro VI).

En las cuauhxicalli, vasijas sacrificiales conocidas como recipientes para los corazones humanos, puede verse esta unidad. En la parte superior de las vasijas está representado el Sol y en la inferior, la Tierra. Asimismo, en el Hueso de Culhuacan puede observarse cómo la sangre del guerrero alimenta tanto al Sol como a la Tierra. A su vez, el Sol (el plano celeste) alimenta a la Tierra con un líquido precioso. En breve, se necesita la cópula del padre con la madre para continúe la marcha del universo y tenga sustento la vida humana.

En el pensamiento mesoamericano, la sexualidad se proyectaba al cosmos. Las prácticas sexuales se vinculaban con las fuerzas del universo, las relaciones entre los géneros se reflejaban en un cosmos sexualizado, la relación sexual se espejeaba como una cópula del plano celeste con el terrestre y la potencia genésica de la mujer se equiparaba con la fuerza creadora de la Tierra. De tal manera que la sexualidad tenía un claro papel en la continuidad del mundo, aparte de la obvia de permitir la sobrevivencia del grupo.

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