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De malos y buenos amores
Lorena Paz Paredes La sexualidad de las campesinas serranas guerrerenses es un guiso con muchos condimentos. Entre ellos está la religión, que moldea cuerpos y conciencias con prejuicios sobre el amor, el matrimonio, la maternidad, la anticoncepción y el destino de mujer. Aquí la costumbre -explica Magda- es casarse para tener hijos, la que se casa quiere tener hijos y su casa. Y le promete al marido tener todos los que Dios le mande, los que vengan… Orita ya hay métodos en las clínicas, ya hay anticonceptivos… yo nunca usé, usé puro natural que quiere decir quitarse de relaciones sexuales los días de más fertilidad… A veces da resultado, a veces más bien casi no. Las mujeres de mi edad no se cuidaron. Aquí hay las que tienen diez, doce, y hasta quince hijos. En cambio los más jóvenes, los sobrinos, ya hasta usan condón, y las muchachas pastillas, aparatos, inyecciones. Pero esas seguidito se enferman… Y el condón yo creo que provoca enfermedad mental, trastorno sicológico, porque la iglesia no lo permite, y a los que lo usan les remuerde su conciencia. Dicen que usar condón protege del Sida, pero yo sé que para no contagiar hay que tener recato. Se puede, si uno se aguanta. Y se aguanta uno si se tiene temor de Dios. Si no se tiene temor, entonces viene la enfermedad, el castigo… Miedo y remordimiento de no cumplir el orden divino. La ley de Dios pesa y hay que vigilar que la mujer siga los dictados de la reproducción, que es la misión femenina bendecida por las iglesias. “Sed fecundos y multiplicaos” es el mandato cristiano; que viene emparejado con la obediencia al varón, pues el matrimonio es sacramento. Y si ella es “robada”, también ha de servir al esposo. Pero, ¿y la sexualidad? Las mujeres -se lamenta Petra- estábamos acostumbradas a darle gusto al hombre aunque una no tenga ganas. Como burras nos montaban ellos si tenían su antojo. Las jóvenes y las mayores por igual se resignan a lo que les diga el marido, tienen que pedirle permiso para todo… A las niñas serranas les llega pronto el tiempo de parir, de criar… de ‘servir’, dicen algunas, les llega la edad obligada de ser mujer. Un tiempo cíclico heredado de madres a hijas. Una fatalidad naturalizada. Una serrana de 65 años evoca los días y los años de ser mujer: Me nacieron once hijos pero solo diez viven. Me pase 23 años teniendo hijos. Y es que nunca me controlé ¿Qué sabía una de eso? Mi vida fue la pobreza y la crianza. Cuando no estaba embarazada estaba criando, y cuando no estaba criando, estaba embarazada. Todos mis hijos de por sí los tuve en la casa, no conocí médico ni hospital. Luchaba yo por tener uno, dos, tres años para descansar, para recuperarme… Pero no, nunca me repuse. Le decía yo a mi marido: “Ya no, ya no”, pero a él yo tenía que servirle cuando él quería. Porque me tocó ser mujer y solo para eso sirvo, dijeron. Dejé de criar porque ya se me terminó el tiempo de la criada. Nunca trabajé en el campo, me la pasaba en la casa y buscando qué darle a tantos hijos con mi pobreza. Por estos parajes, servir y dar gusto a otro por obligación, equivale a maternidad forzada y cuerpo usurpado. Pero ¿y el gusto de las jóvenes? De joven empecé a ir a los bailes del pueblo, ahí conocí a mi esposo, ahí me casé cuando iba a cumplir 16 años. No tuve novios y no me casé enamorada. Pero como estaba yo de arrimada con una familia, sufría mucho cuidando a sus chamacos. Oye, me dije, de estar aquí encerrada a puro cuidar y trabajar, mejor me caso... A los bailes no me llevan... tampoco a la escuela… no me compran ropa... no me compran zapatos... Y eso es el gusto que tiene una en la vida ¿no? salir y ponerse cosas... Pero yo nomás puro cuidar niños... Me casé por salirme de la casa, y porque no me fuera a tocar otro peor. Mi marido es pobre, pero trabaja... Nomás que él tampoco me deja salir... no me comprende... puro quehacer... trabajar a la milpa… y luego en la casa... Cuando me junté con él no fui más feliz que antes. Y es que ya casada sufre una más por el marido al que hay que servir, por los hijos... Que ya tiene una que ver el trabajo, que ya tiene una preocupación por la comida del diario, por sacar la vida todos los días, todos los días…
En esta serranía ellas se casan o se emparejan muy jóvenes. Entonces se termina de golpe la infancia y la niña se aleja de la niña para volverse adulta. Pequeña madre responsable de una familia. Las jóvenes casadas o arrejuntadas entran a una vida de carencias, malos tratos y violencia que repite la de sus madres. Todo empieza por las suegras, que no quieren a la que está arrimada en casa de los padres del novio. *A la suegra no le parece que la joven salga. Él si puede salir a divertirse; ella debe quedarse a cuidar a los niños, él no; ella no tiene derechos, él sí… Casi cuando una muchacha se va a vivir a la casa de la suegra de arrimada, sufre mucho, tiene que ser la sirvienta; si hace las cosas a su modo la suegra le grita que así no es, que el hombre tiene que comer primero porque nació hombre, que ella al último, siempre… Y si se hace un taco porque ya no aguanta el hambre mientras tortea en el comal, la suegra la regaña, le pega, le dice le está echando mascado a la masa… Es venganza ésa de las suegras. Y viene muy de atrás, así como las trataron a ellas, así tratan ellas a las muchachas, y se va haciendo una bola de discriminación que luego se vuelve a repetir otra vez y otra vez para delante. Pero no todo es mala vida, también hay historias de amor, matrimonios bien avenidos. Clara, por ejemplo, a causa de un acoso sexual que padeció de niña, prometió no casarse jamás. Sin embargo un rato fue misionera y acabo casada con un catequista como ella: Fuimos novios dos años y luego nos casamos, cuando ya iba yo a cumplir los 29 años, y aquí todas se casan por ahí de los 15, menos yo. Lo que me gustó de él fueron sus sentimientos. Tenía él todas las cualidades que yo quería. Antes muchos me quisieron, pero no rellenaban los requisitos, algunos eran borrachos, algotros estaban guapos, pero no me gustaba su forma de ser, de pensar. El me gustó de todo a todo… Bien que nos comprendimos… Y fue muy respetuoso, vivió su castidad en el noviazgo igual que yo. Los dos llegamos castos al matrimonio. Clara se casó enamorada y dice que vive ‘feliz como pocas’. Su historia no es común, pero hay otras. Es el caso de Dora, madre de once hijos, que se casó muy joven: “Me pegó fuerte el amor cuando me junté, y sigo enamorada de este hombre”. También disfruta su sexualidad: “Desde que me cuido con el ritmo y ya no me embarazo, me gusta más estar con él. Mucho nos acariciamos ahora, yo lo animo y él poco a poco se pone retozón conmigo y nos agarramos sabroso.” La vida sexual de las mujeres campesinas no es fácil y pocas veces es feliz. Pero por fortuna hay excepciones.
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