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Los afectos “infieles” de los indígenas hñähñu del Valle del Mezquital Edith Yesenia Peña Sánchez Doctora en Antropología por la UNAM [email protected]
Los roles de género y la vinculación afectiva y sexual son principios organizativos que construyen la vida social y amalgaman una gran diversidad de expresiones sobre el cuerpo, el sexo, el género, el erotismo, las formas de atracción, aparejamiento, parentesco y expresiones de reciprocidad, reproducción y crianza que se virtualizan y materializan a través del lenguaje, las representaciones y prácticas en procesos históricos y socioculturales concretos. En el texto se abordarán algunas pautas de estos comportamientos en la comunidad indígena hñähñu de Santiago de Anaya, perteneciente al Valle del Mezquital, Hidalgo. Este trabajo se basa en información y reflexiones que he recabada para el proyecto de investigación Estrategias de supervivencia doméstica en la región del Valle del Mezquital. Para los hñähñu de esta zona, el ciclo de vida se articula con el rol social que cumplen y se sobrepone al de la naturaleza, ya que se consideran parte esencial de ella, a la vez que se marcan acciones individuales que generan diferencias culturales, según el contexto en que se situé la persona, el grupo familiar y la comunidad, variando de los convencionalismos occidentales, por lo que pueden ser no comprendidos por otros grupos sociales o culturales. El papel del hombre y la mujer no se encuentran excluidos uno del otro, ya que ambos trabajan, “aportan recursos pa´salir adelante”, “la situación está muy difícil como para que sólo trabaje uno”. La diferencia más marcada está en el rol que desempeña la mujer en actividades relacionadas con la fertilidad y cuidado de los hijos, la alimentación, el cuidado de las hortalizas y animales de traspatio y en muchas ocasiones del pastoreo de animales de ramoneo. Aunque también llegan a participar otros familiares, es la mujer quien se involucra más en ello, por lo que siempre tiene una participación que se relaciona con lo económico. La unidad doméstica, bajo variadas expresiones y formas de organización, es el espacio privilegiado en el que las relaciones de parentesco cobran un significado y sentido especial en términos afectivos, pero también para la subsistencia, aprendizaje y solidaridad. Los lazos pueden ser tan fuertes que, aunque algunos de sus miembros tengan que migrar a otro país se asume una responsabilidad con quienes “se quedan” porque “me voy pa´ayudar a mi familia”, “no veo cómo salir pa’delante, me voy a los Estados Unidos”, generalmente son hombres jóvenes, aunque cada vez más se observa que las mujeres también se desplazan. Las comunidades, en general, establecen la residencia patrilineal por lo que es común que las mujeres se vayan a vivir donde radica la familia de su esposo, más si éste migra. Ante la ausencia prolongada es común que haya “infidelidad”, el hombre en el transcurso del proceso migratorio como en su estancia suele tener parejas sexuales ocasionales, situación que se asume como normal en una cultura que ha sido documentada como poligínica (hombre con varias mujeres). Sin embargo, se observan diferencias contundentes en el municipio con respecto a otros del Valle del Mezquital: la mujer alburea, habla, se defiende, contesta a los hombres, parientes o conocidos (situación que no erradica la violencia hacia las mujeres que también ha sido documentada), coquetea, insinúa y existen múltiples casos en los que también la mujer es “infiel” al hombre. Varios de ellos aseguran que sus ancestros llevaban una forma de vida poligámica (ambos pueden tener varias parejas). Al respecto, desde la época virreinal, Sahagún (en la Historia General de las cosas de la Nueva España) documentó que: “Los otomíes se casan a tierna edad. Y según dicen: si cuando dormía el hombre con la mujer, no tenía cuenta con ella diez veces, descontentábase la mujer, y apartábase el uno del otro y si la mujer era flaca, para sufrir hasta ocho o diez veces: también se descontentaba de ella y la dejaba en breve”. Idea del rendimiento sexual que todavía prevalece en la oralidad, además de un sentido más amplio de aparejamiento que no necesariamente implica monogamia y contrato civil. El matrimonio y el tener hijos no es considerado indicador de que la pareja ya formó un hogar -puesto que antes no se casaban y vivían en unión libre-, de ahí que se otorga importancia a la capacidad reproductiva de la mujer, ya que los hijos son muy valorados por el grupo familiar, y aunque aparezcan embarazos fuera del matrimonio o no previstos durante el periodo de migración, estas situaciones no constituyen un problema social insalvable. Como a continuación relata una mujer de la localidad: “Fui testigo de que la madre del hombre migrante fue a llamarlo para darle a conocer que su esposa estaba “embarazada”. En común acuerdo él regresa para hablar con ella, traerle obsequios y hablar con su pareja para negociar y reconocer como suyo al niño y esto es muy común”. Es decir, aunque se puede llegar a manifestar enojo y decepción por parte de la familia de él y hasta de ella, se asume el apoyo familiar como indispensable, para enfrentarlo y hacer algo al respecto, ya que se otorga un gran valor a la vida de otra persona hñähñu. Sin embargo, no podemos omitir que las experiencias en torno a la violencia hacia la mujer, así como el contagio de infecciones de trasmisión sexual comúnmente reportado por varias mujeres, siguen en aumento. Entre los hñähñu existe un fuerte vínculo con la naturaleza de su entorno para la alimentación y la salud que se expande hacia lo sexual. Por ejemplo, alimentos como el pulque combinado con escamol se consideran un potenciador de la energía sexual masculina tan es así que se considera “pulque muchachero o cuatero”; el consumo de insectos en particular y caracoles tienen el mismo atributo. Pero, además, existen formas de “conseguir o travesear con la mujer” a través de lo que consideran “magia” que se usa para despertar el deseo sexual mediante uso de recursos como enterrar un colmillo de la víbora de cascabel por donde pasa o hará sus necesidades la mujer. Desde siglos pasados se ha vivido un intenso proceso de aculturación con el sincretismo católico y posteriormente evangélico que han generado desarticulaciones de las lógicas identitarias locales, en el que se socializa a la mujer para subordinarla a fin de que obedezca al padre-hermano-marido, naturalizar su ejercicio de poder y reproducción de dichos roles sin cuestionar, donde la aplicación de la violencia de género se llega a considerar correctiva; al igual que la migración poco a poco se ha convertido en una dimensión transformadora de las tradiciones culturales y genera nuevas como el acto de migrar hacia Estados Unidos. Demostrar el progreso económico con desarrollo de bienes materiales trae privilegios sociales como legitimar su masculinidad y tener mejor acceso a las mujeres; las políticas indigenistas y globalizantes integran a esta comunidad hñähñu y la reconfiguran considerando muchas de las prácticas aquí descritas como reminiscencias de un “pasado anacrónico” que se pretende trascender, pero que converge con ciertas continuidades culturales no sin cambios en los estereotipos y roles de género, normas y tabúes que reconfiguran sus identidades, tradiciones y desigualdades que impactan las vinculaciones afectivas genéricas y sexuales en gran parte de la población hñähñu.
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