ocos artistas han cimbrado tanto al mundo de la música como Björk: combinando la vanguardia tecnológica, las listas de éxitos, el activismo a favor de la mujer y contra el cambio climático.
Para ella no hay límites y soñar es una emergencia: por eso les pidió a las 10 compañías más ricas de Silicon Valley que inviertieran mil millones de dólares cada una para limpiar los océanos y nos recuerda una y otra vez que necesitamos acabar con el uso de los combustibles fósiles y combatir el calentamiento global.
Hoy, con su nueva propuesta digital con tecnología de punta instalada en el Centro Nacional de las Artes, nos ofrece uno de los mejores trabajos de su carrera. Música e imágenes son una crónica que invoca a los sentidos para dar cuenta de una separación. De su separación del artista Matthew Barney.
En una puesta en escena digital donde los límites entre música y cine se difuminan con la realidad virtual vemos, escuchamos, que ella es una herida, un cuerpo palpitante y dolorido, un lago oscuro, enorme y su espíritu una tela que se rasga. Björk es un brillante cohete que arde en lo alto y vuelve a casa y se deshace capa por capa en el descenso.
Vulnicura en latín significa ‘‘curación de heridas” y es el nombre que lleva el octavo álbum de la cantante islandesa que forma parte de Björk digital: música y realidad virtual. Se trata de un trabajo discográfico que, según ella, expresa sus sentimientos más profundos antes y después de su ruptura amorosa con Matthew Barney.
Sorprende el uso de la tecnología de vanguardia para construir sus propuestas estéticas, ¿por qué abordar los sentimientos, las pasiones, con tecnología de punta? ‘‘La tecnología, nos dice, no se irá a ningún lado, así que mejor nos conectamos a ella de la manera más visceral, más emocional, más llena del alma que podamos. Será una conexión personal, diferente para cada quien”.
Dice Eduardo Galeano que inconformes con este mundo, los seres humanos nos refugiamos en la realidad virtual, en ese mundo del ciberespacio donde siendo los mismos podemos ser otros. Y podríamos añadir que día con día cada vez pasamos más tiempo en ese mundo con reglas más claras que nuestro día a día.
El lago oscuro que es Björk nos la presenta descalza en una caverna hecha de rocas, en los residuos de lo que fue un volcán. La podemos seguir con la vista en cualquier dirección y la música envolvente nos invita a ello. Después podemos seguir la experiencia con auriculares y visores para acercarnos a la cantante que cambia todo momento como nosotros cambiamos de posición. En eso consistió la exposición que le hizo el Museo de Arte Moderno de Nueva York hace algún tiempo.
En todos sus trabajos, cada canción para la artista tiene un ‘‘detonante visual’’ que va del vestuario hecho por diseñadores como Alexander McQueen, Marjan Pjoski o Iris van Herpen que marcan, sin duda, la vanguardia en el mundo de la moda.
Y fue esa constante la que animó a las autoridades del MoMA a montar una exposición con Björk.
Pocos artistas han modificado tanto nuestra percepción de nuestra vida interior como Björk. Pocos han difuminado los límites entre música y cine, realidad y realidad virtual como ella. Como sea, también ella nos ha hecho ver que hemos herido nuestro mundo casi de manera irreversible con nuestra idea del progreso que sólo ceba esa gangrena que es el calentamiento global. Björk cree pese a todo, que la tecnología podrá revertir esa tendencia. Ojalá. Soñar es una emergencia.