Debate: pasarela de diatribas
Un reto sin respuesta
Petición a candidatos y autoridades
falta el tercero.
Por más divertidos o tortuosos que resulten los debates de los candidatos a la jefatura de Gobierno de esta ciudad, el show es totalmente inútil si de modificar sustantivamente la elección se trata, y si lo que se busca es lanzar anclas que fijen las promesas como acciones de gobierno, habrá que decir, en honor a las experiencias pasadas, que todo lo que se expresa en esos encuentros se esfuma en un santiamén.
Y entonces, ¿qué queda de los debates? Pues el show, ese acto en el que quienes pueden ganar la elección se cuidan y se defienden, mientras los que nada ganan y nada pierden puedan golpear sin ninguna responsabilidad. Por eso, porque ellos no tendrán que enfrentar los problemas del hacer gobierno y desde la trinchera del derrotado pueden enviar contra el oponente cualquier insulto, cualquier mentira o cualquier propuesta por descabellada que suene. Total, ya saben que sus palabras no tendrán ninguna consecuencia.
Es más, según las encuestas, las buenas y las patito, la gente de esta ciudad aborrece a los partidos políticos, y entonces uno se pregunta: ¿qué es lo que los ciudadanos buscan en los debates si no el espectáculo de ver a los políticos despedazarse? La respuesta está en el número de personas que se pega a los televisores para mirar el show y a las que les importa lo que pasa cotidianamente con los partidos. La diferencia, podríamos decir, es la morbosidad.
En el debate de ayer las propuestas parecían, en su mayoría, disparates, y los ataques bajaron de tono después de que la acusación obligó a que la respuesta fuera tan terminante que se lanzó el reto, sin respuesta, de que aquel que mintiera debería dejar la candidatura. El desafío desnudó casi todas o todas las acusaciones del momento, porque luego el Rébsamen volvió a ser la lanza contra Claudia Sheinbaum, y todos trataron de acusar a la candidata de Morena de la tragedia en Tlalpan.
Recursos de campaña, sin duda, golpes bajos, mejor dicho, pero en cada uno de los temas se ofrecieron verdades agigantadas, mentiras revolcadas, pero a veces, por pedazos, se expusieron realidades de la peor cara de la Ciudad de México. Se habló de reconstrucción y parecía que lo único que habría de hacer después del sismo era destruir a la candidata de Morena.
La educación fue uno de los temas que echó a volar la imaginación, por no llamarle demagogia. Después de oírlos uno pensaba en el tamaño que debería tener una cartera para poder llevar adentro todas las tarjetas que se ofrecieron, y luego, cuando de salud se trató, saltó la liebre y se puso nombre y apellido a las acciones que permitieron que el mercado se llenara de productos chatarra, que han golpeado con enfermedades graves a los citadinos.
No sabemos si esta vez triunfó el morbo, habrá que saber cuánta gente estuvo frente a los televisores, pero lo que estaba claro es que todos los participantes trataron de ganar el debate, y por el tamaño de sus promesas, bien se podría decir que nada de lo que ahí se dijo es muy serio, pero no se trataba de cuestiones de gobierno, sino de ganar el debate.
Y por el bien de estos ejercicios, que alguien nos vendió como parte fundamental de la democracia, se debería pedir a los candidatos, y a la autoridades electorales, que exigieran a quienes acusan que prueben sus dichos. Tal vez esto pueda significar un remedio para esa especie de circo romano que protagonizan quienes buscan ser gobierno.
De pasadita
Parece que sí, que la señora Zavala no pactó con nadie su salida de la contienda por la Presidencia de la República. Quienes están a su alrededor aseguran que su decisión no la negoció con nadie. El que negoció fue Calderón, y parece que no fue precisamente con Acción Nacional. Ya veremos.