l 24 de mayo de 1978, en la plenitud de su sabia madurez, Jorge Luis Borges deslumbró una vez más diciendo: De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación
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A través de los libros podemos mantener mil y un diálogos con los sentidos y con la inteligencia. Son el lugar de la razón, la belleza y las emociones. Un mundo de libros es un sueño tan cercano a la utopía que socialmente hemos de trazar los caminos para construirla sobre raíces cada día más sólidas.
Las de México ya no lo son. En nuestro país tenemos una red nacional de 7 mil 427 bibliotecas públicas, pero sólo leemos 3.8 libros al año en ciudades de más de 100 mil habitantes (si la muestra del Inegi incluyera a localidades con 50 mil o 20 mil habitantes, quizá tendríamos un promedio todavía menor pero más cercano a la realidad), mientras en Colombia se leen 4.1, en Argentina 4.6 y en Chile 5.4 libros al año. Contamos con casi siete bibliotecas públicas por cada 100 mil habitantes, mientras en España son 14 y en Finlandia 17. Con la información con la que se puede disponer se sabe que cada mexicano podría tener acceso, en esos recintos, a sólo 0.2 libros.
El caso de las librerías es todavía más desolador. De acuerdo con las últimas estimaciones en México contamos con 2.2 librerías por cada 100 mil habitantes, mientras en España se cuenta con 12.7, en Italia con 5.8, Chipre tiene 19.2 y Grecia 28.7. Es interesante anotar que 30 por ciento de esas librerías se concentran en Ciudad de México y que una de cada tres tiene menos de 50 metros cuadrados; pero la cifra que no se puede aceptar, por amarga, es que sólo 7 por ciento de las librerías con que cuenta nuestro país son universitarias. Así, aún sin introducir en este universo el alto costo de los libros, que en un promedio ligero alcanzan 300 pesos por ejemplar (casi cuatro veces el salario mínimo), ¿cómo podemos pedir a nuestros jóvenes que lean?
Es claro que frente a esa dolorosa realidad, si verdaderamente queremos hacer del libro un bien social, hemos de unirnos la sociedad, los poderes públicos, todos los actores de la cadena del libro. Hemos de actuar con sentido de urgencia.
El primer paso que vislumbro es que al inicio de su nuevo periodo de sesiones la próxima legislatura discuta y apruebe una nueva Ley de Fomento a la Lectura y el Libro que sea mucho más inteligente y mucho más completa que la que la Cámara de Diputados emitió sobre las rodillas cuando concluía la legislatura en 2006 y que no se promulgó hasta 2008 por las ridículas consideraciones de la Comisión Federal de Competencia. Si bien esa ley instauró el precio único del libro y atacó a los grandes monopolios, se quedó absurdamente corta. Ya lo dijo Alberto Ruy Sánchez el día que se promulgó: “Esta ley no es una meta, pero es una condición indispensable. Y, esperemos que sea el inicio de una política estatal que considere al libro como objeto de primer interés nacional… Esta ley es necesariamente perfectible”. Y es que la ley, sola, no es suficiente para cambiar el universo.
Una política pública, de Estado, ha de tener presente la necesidad de que en cada recinto universitario exista una librería. Al mismo tiempo ha de realizar una agresiva política de fomento para que se abran y existan librerías en los estados. Para ello se debe pasar de que estos establecimientos salgan de una política de exención fiscal y pasen a una política de tasa cero. Gabriel Zaid lo dijo muy claro. La escasez de librerías causa escasez de librerías. Donde no hay playas, ríos, ni albercas, no puede haber costumbre de nadar. Que los lectores vayan a las librerías a ver qué hay, que unas personas vean a otras entrar a una librería, que los hijos vean a sus padres llegar a casa con libros, que los escaparates de las librerías sean parte del paisaje urbano
ayudará a que se lean libros.
Tenemos que buscar que se retome la estrategia Los Libros de la Casa que tanto éxito tuvo en Argentina y Chile. Cada familia que recibe una vivienda de interés social recibe también una biblioteca básica familiar como acervo semilla. Y es que, al iniciar la escuela, los niños de las familias con menos recursos tienen una gran desventaja respecto de los niños que provienen de otros hogares, pues han tenido menos relación con los libros. Ya se realizó un piloto de esta estrategia en Tabasco y hace un año se anunció un convenio en este sentido entre la Secretaría de Cultura y el Infonavit. ¿Cuáles fueron los resultados? ¿Alguien ha hecho esa evaluación?
Ya existen caminos e ideas. Trazar estrategias que favorezcan la exportación, pues hoy sólo 7 por ciento de los libros hechos en México se venden fuera; o establecer programas de formación profesional que bien podrían ser liderados por el Fondo de Cultura Económica. Éstos sólo son atisbos. Ya lo dijo Andrés Henestrosa: Los libros son objetos sagrados que arrojan luz sobre la inteligencia y la sensibilidad; iluminan el alma y la mente, y amplían el alcance del espíritu; en otras palabras, nos sacan de las tinieblas, nos ayudan a vivir
. Sí, sembremos sus nuevas raíces.