Una prueba más
eina finge interés en las fotografías en tono sepia que adornan el recibidor del hotel. Eso le permite observar con disimulo a las ocho mujeres que, como ella, esperan conseguir la plaza de camarista. Para eso tendrán que entrevistarse con el jefe de recursos humanos. Reina ha pasado por ese trámite ya tantas veces y sin provecho, que está decidida a no soportar ni uno más.
Desecha la idea. Acudir a entrevistas de trabajo sustituye su rutina anterior como cajera en el hospital y, además, significa un asidero al que se aferra para no perder la esperanza de que mañana sea mejor que hoy y todas las semanas que lleva sin trabajo, teniendo que imponerles restricciones a su madre y a su abuela. Ambas dependen de ella. La edad y las enfermedades les impiden trabajar. Su manera de ayudarla consiste en desearle buena suerte y bendecirla cuando sale en busca de empleo.
II
En la puerta del privado aparece la secretaria con un legajo de papeles y lee el nombre escrito en el primero: Emma Santana López.
La mujer que ocupa la silla junto al extinguidor levanta la mano, como si le estuvieran pasando lista en el salón de clase, y sonríe para ocultar su nerviosismo cuando se dirige a la oficina.
Las solicitantes se miran entre sí, inquietas por lo que pueda suceder tras la puerta. Minutos más tarde Emma reaparece. Tiene el rostro congestionado y brillo de lágrimas en los ojos. Pasa de largo rápido para evitar explicaciones.
Enseguida Reina escucha su nombre. Se alisa el vestido y entra al privado.
Un señor corpulento, de estatura mediana, en mangas de camisa, mira por la ventana hacia la calle. En tono impersonal le pide que tome asiento. Reina continúa de pie. El hombre gira hacia ella. Al cabo de unos segundos los dos se reconocen y se llaman por sus nombres: Reina, Sergio.
A pesar de los años que llevaban de no encontrarse, en segundos vuelven a verse como los viejos compañeros de la secundaria. Para confirmarlo, él declama unas líneas del himno de la escuela. Reina murmura la última estrofa. Él aplaude y dice que nunca se imaginó... Ella confiesa que esperaba todo, menos encontrarlo allí. Se abrazan, se miran. Él le ofrece un café. Ella acepta gustosa: presiente que hablarán de los viejos tiempos.
III
Reina celebra que haya sonado el timbre del teléfono. Mientras Sergio atiende la llamada piensa en qué dirá cuando él le pregunte por qué quiere el empleo de camarista. Cualquier cosa, menos la verdad: porque aceptaría cualquier empleo con tal de no regresar a su casa sin buenas noticias y descubrir la expresión inquieta de su madre o escuchar el tono amargo con que su abuela le pide que la lleve a un asilo para no ser más una carga.
Imaginarse frente a esa escena la tortura. Hará todo por obtener el puesto. No será difícil. Sergio fue su compañero, estuvieron a punto de ser novios, pero ella prefirió a su amigo íntimo, José Antonio: aquel muchacho de ojos verdes y cejas tupidas. Sus besos...
Sergio termina la comunicación y por el interfono le indica a su secretaria que no le pase más llamadas. Reina se sienta satisfecha por la deferencia. Va a comentar lo agradable que es la oficina pero él, ya instalado tras su escritorio, le pregunta con acento profesional cuáles han sido sus anteriores experiencias de trabajo.
Sorprendida, Reina menciona lo que recuerda: el salón de fiestas infantiles, el despacho de contadores, el taller de costura y la estancia de tres años como cajera en el hospital privado. Eso le permite aludir a su ilusión juvenil de estudiar medicina.Tú y yo hablábamos mucho de eso, ¿te acuerdas?
Sin mirarla, Sergio le dice que sí, claro que se acuerda, y le pregunta si sabe por lo menos algo de inglés. Al hotel llegan muchos extranjeros, sobre todo norteamericanos.
Reina no estaba lista para nada de lo que está sucediendo, mucho menos para esa pregunta, y se limita a negar con la cabeza. Sin pausa, Sergio aborda el tema de la disponibilidad en cuanto al horario. Reina contesta con un dejo seductor: Aunque no lo creas, soy bastante madrugadora. Nadie nunca ha tenido que levantarme.
Sergio no parece haberla escuchado y vuelve al tema del idioma. Las camaristas deben contar por lo menos con nociones de inglés y ella no cubre ese requisito. Podría aprender. Tengo una amiga que da clases...
Él le sonríe condescendiente y le explica que no puede esperar. En el hotel urge una camarista. Pone una marca en una tarjeta, se levanta, dice que lo alegró verla tan guapa como siempre, que vuelva por allí cuando guste: él la recibirá encantado.
Reina comprende que la entrevista terminó. Da las gracias y se dirige a la puerta. Cuando la abre escucha la última pregunta de Sergio: ¿Te acuerdas de José Antonio? Seguimos siendo muy amigos. Vamos al boliche casi todos los sábados. ¿Quieres que lo salude en tu nombre cuando lo vea?
Reina se aleja sin contestar.