vocar una lengua indígena en proceso de desaparición y mostrar paralelamente el abandono de una sólida amistad viril en beneficio de un agrio rencor irreductible, son las dos propuestas complementarias que con sutileza y aplomo conduce a buen término el cineasta Ernesto Contreras (Párpados azules, 2007) en su película más reciente, Sueño en otro idioma (2017). Quien asiste a este doble drama es Martín (Fernando Álvarez Rebeil), un joven lingüista que se aventura hasta un rincón perdido de Veracruz para estudiar e intentar el rescate de una lengua zikril (idioma ficticio que imagina el guionista Carlos Contreras) que ya sólo hablan con propiedad dos ancianos y de la cual el resto de la población apenas conoce frases sueltas y alguna canción vuelta casi arrullo ancestral.
El obstáculo mayor que enfrenta Martín es la renuencia intransigente del viejo Evaristo (Eligio Meléndez) a dirigir una sola palabra, desde hace 50 años, a Isauro (Manuel Poncelis), su íntimo amigo de juventud al que ha vuelto ahora un odiado vecino infrecuentable. El motivo aparente de una animosidad tan grande es la rivalidad que surgió entre ellos cuando, mucho tiempo atrás, ambos cortejaron a la misma mujer, María (Nicolasa Ortíz Monasterio), la cual finalmente desposaría a Evaristo. Con la misma aplicación con que el joven lingüista procura desentrañar el misterio de un idioma capaz de ser inteligible lo mismo por humanos, pájaros y plantas, en un animismo fantástico, también se afana por explorar las complejidades y los enigmas de una amistad que llegó a transformarse en depósito de rencor insondable.
Contrariamente a tantas otras películas, de géneros western o policiaco, o la islandesa Carneros (Rams, Hakornason, 2015), en que la rivalidad y el desprecio los comparten en dosis parecidas ambos protagonistas, en la cinta de Ernesto Contreras el anciano Isauro sufre en silencio por la desmedida aversión que durante décadas ha seguido suscitando en Evaristo, su entrañable amigo de otros tiempos. Martín representa en esta historia el punto de vista privilegiado, el investigador que deja en segundo plano su primer interés por la preservación de la lengua zikril, para concentrarse ahora en entender e intentar poner un fin a la testaruda enemistad que amenaza con frustrar sus esfuerzos y volver inútil su presencia en el lugar. A la ya difícil tarea académica de grabar las palabras de sus dos interlocutores distanciados, se suma ahora el reto, en un plano más humanista, de contribuir a su plena reconciliación en la etapa final de sus vidas.
En Sueño en otro idioma, Ernesto Contreras acomete su empresa fílmica más arriesgada hasta el momento. A partir de una narrativa convencional y con recursos tan manidos como los flash-backs que contraponen un vivo pasado idílico a la triste realidad de un presente en que los protagonistas languidecen en un resentimiento sin salida, la película consigue involucrar al espectador en ese drama de afectos contrariados que Martín observa con curiosidad, interés y empatía. La misma subtrama del amorío fugaz del investigador con la joven Lluvia (Fátima Molina) pierde toda relevancia frente al poderío evocador de un misterio pasional que no se atreve a decir su nombre. El director explora en esta cinta la exuberancia de una región tropical que parece alejada del mundo civilizado, llena de mitos y leyendas, casi inmemorial, y donde lo sobrenatural forma parte ya de un nuevo registro costumbrista. Explora, al mismo tiempo, como una dimensión olvidada en las relaciones sentimentales, la fuerza con que dos hombres pueden conferir un mayor sentido, en el ocaso de sus vidas, a las pasiones que por tanto tiempo ellos mismos, o la sociedad con ellos, procuraron soterrar inútilmente. El afanoso rescate de una lengua casi perdida se vuelve, así, al mismo tiempo, la recuperación muy viva de viejos afectos por largas décadas despreciados.
Se exhibe en salas comerciales y en la Cineteca Nacional.
Twitter: @Carlos.Bonfil1