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Los 100 años de Pita Amor en la Fiesta del Libro y la Rosa de la UNAM
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La autora de Yo soy mi casa, por Diego Rivera
A

lfonso Reyes, quien coqueto la defendió ante la acusación de que otro escribía sus Décimas a Dios y sus sonetos: ¡Y nada de comparaciones odiosas, aquí se trata de un caso mitológico!

Alguna vez le pregunté a Pita Amor que se quejaba de falta de dinero: Tía, ¿por qué no trabajas? ¿Qué te pasa? Trabajar es de criadas, protestaba. Se lo sugerí de nuevo y me respondió: ¡Óyeme, escuincla, bastante hago con ser genial!

Para sobrevivir, vendió la mayoría de sus retratos a Lola Olmedo. Una gánster, una bandida, asaltante de camino real.

Posó desnuda para Diego Rivera, Juan Soriano, Raúl Anguiano, Cordelia Urueta, Antonio Peláez, y cuando ya no la pudieron pintar, ella misma dibujó su autorretrato repartido en miles de pequeñas cartulinas hechas con lápices de colores con una cara garigoleada, la mayoría francamente graciosas. Cuando la felicitaban decía: Son 20 pesos o Son 50 pesos, según el interlocutor.

Su forma altanera de ser y su soberbia la volvieron temible e hicieron que le negaran la entrada a varios restaurantes de la Zona Rosa. Su tormenta de insultos, sus rayos centelleantes dentro de ojos furibundos, su voz de trueno, sus cachetadas-sonetos, sus amenazas-décimas y sus bastonazos-literales la convirtieron en el azote de meseros y parroquianos. ¡Córranle que ahí viene Pita! Los meseros la aborrecían porque los llamaba indios, narices de mango. Siempre recurría a los mangos, nunca entendí por qué. A su sobrino Santiago Aspe, que pretendía ayudarla a cruzar la calle de Bucareli, lo agarró a bastonazos y cuando él le aclaró: Tía, soy el hijo de Kitzia, se deshizo en cumplidos, Ay, mi amor, no te reconocí, estás muy guapo.

Agarró a muchos a bastonazos. Con esos tratos se esfumaron enamorados y amigos, aunque Pedro Friedeberg le abrió siempre la puerta de su departamento y su bar en el Paseo de la Reforma. Con una rosa en la cabeza, sus anteojos de fondo de botella y su bastón en la mano, Pita era parte de la Zona Rosa, personaje único que todos buscaban en el primer momento para huir después. Daisy Ascher escapó de su lluvia de bastonazos y se vengó más tarde retratándola ya vieja y arrugada en medio de su cama también vieja y arrugada.

Pita se enojó con Jesusa Rodríguez cuando se le ocurrió imitarla en El Hábito. Asidua al bar, donde ocupaba un sofá completo y se apoderaba del baño, no regresó jamás después de un sketch que consideró una afrenta a su estatura mitológica, aunque los parroquianos celebraron la parodia. Otra gran imitadora de Pita es Myriam Moscona. Lo cierto es que Pita Amor era capaz de agotarle la paciencia al mismísimo Job. Beatriz Sheridan y Susana Alexander montaron un espectáculo con su poesía y Susana fue la más leal de las amigas como consta en el documental de Eduardo Sepúlveda Amor. Jesusa y Liliana le brindaron no sólo drinks (su favorito: medias de seda), sino su amistad. Martha Chapa hizo de ella dos excelentes dibujos y la alimentó durante meses, pero optó por apartarse para tomar fuerzas y volver a enfrentarla. Por toda recompensa a sus esfuerzos, Pita le espetó con su voz de trueno: Jamás lograrás el nivel de Frida Kahlo con las estúpidas manzanas que pintas.

Carlos Saaib, dueño de varios departamentos en el edificio Vizcaya, sostuvo con ella una amistad de 20 años, le brindó hospedaje y acudió a todos sus llamados ¡Carlooos!, en ese legendario edificio de la calle Bucareli que hospedó a Luis G. Basurto y a Ricardo Montalbán. Cuando Saaib ya no pudo más, devolvió a La Undécima Musa a sus sobrinos, Mariana y Juan Pérez Amor, que se hicieron cargo de ella hasta el fin de sus días. Patricia Reyes Spíndola, fina, generosa y solidaria, dio muestras de una lealtad a toda prueba y la atendió en todo momento a pesar de que Pita iba a verla actuar al teatro y a media obra gritaba, su bastón en el aire, de pie en el pasillo central, aterrando a los espectadores: ¡Patricia, baja del escenario de inmediato! ¡Esta obra no te merece, es indigna de ti! ¡Bájate o yo subo ahora por ti!

A veces, Pita era capaz de verse a sí misma con extraordinaria lucidez: Entre las deficiencias de mi personalidad existe mi ocio. Desde muy niña rondé de allá para acá sin lograr disciplinarme ni en estudios ni en juegos, ni en conversaciones. De mi ocio brotaron mis primeros versos y es en mi ocio maduro donde he ido engendrando el acomodo de mis palabras escritas.

Pita es importante para las generaciones venideras porque rompió esquemas al igual que otras mujeres de su época, catalogadas de locas y a la eternidad ya sentenciadas, como previó en su poema Letanía de mis defectos (1987). Soy perversa, malvada, vengativa./ Es prestada mi sangre y fugitiva./ Mis pensamientos son muy taciturnos./ Mi sueños de pecado son nocturnos./ Soy histérica, loca, desquiciada,/ pero a la eternidad ya sentenciada.

Los casos de Nahui Olin y de Pita Amor son emblemáticos. El rechazo y la censura las volvieron cada vez más contestatarias y las dos hicieron del reto y de la provocación su forma de vida.

Elvira García y Michael Schuessler son los autores de dos excelentes biografías de Pita. Redonda soledad, la vida de Pita Amor, publicada en 1997, de Elvira García, obtuvo grandes elogios, ya que la biógrafa tuvo la paciencia y la generosidad de saber acompañar a Pita a lo largo de desdichas y soledades.

Este personaje singular llamado Pita llegó a los 82 años. Nació el 30 de mayo de 1918. Fue una niña privilegiada, la última de siete Amores, hijos de Emmanuel Amor y de Carolina Schmidtlein. A su papá, Pita recuerda que lo sacaban a tomar el sol en un balcón de una casa porfiriana en la calle de Abraham González con un plaid escocés sobre las rodillas. Siempre lo vi sentado, alega Pita. Después de siete hijos, ni su padre ni su madre tuvieron fuerza para controlarla. Sus caprichos y rabietas atemorizaron a sus hermanos y a todo el vecindario, primero en la calle de Abraham González y luego en la de Génova, al lado de La Votiva, la iglesia favorita de los Trescientos y algunos más, esquina con el Paseo de la Reforma.

Desde muy pequeña, Pita fue la consentida, la muñeca, la de los pataleos y rabietas, la de los terrores nocturnos. Era una criatura tan linda que Carmen Amor la fotografió desnuda. A Pita le fascinó contemplarse a sí misma y posiblemente ahí se encuentre el origen de su narcisismo. De su niñez, habla en su novela Yo soy mi casa, título también de su primer libro de poesía.

Pita creció oyendo poesía. Después de la cena, la familia Amor acostumbraba leer poesía y seguramente esta lectura en voz alta de Góngora y de Quevedo, de Sor Juana y de Federico García Lorca influyó en ella. Dos de sus hermanas, inteligentes y creativas, Mimí y Elena, también escribían y sabían de memoria muchos poemas que decían a la perfección, pero nunca se lanzaron al ruedo.

A Pita siempre le costó adaptarse al mundo, siempre fue la voz que se aísla en la unidad del coro, en el seno familiar, entre sus seis hermanas y su hermano José, Chepe, en el internado de Monterrey que no aguantó, y donde no la aguantaron. Nunca pudo salir de sí misma para amar realmente a otro; la única entrega que pudo consumar fue la entrega a su yo. Demasiado enamorada de su persona, los demás le interesaron sólo en la medida en que la reflejaban: no fueron sino una gratificación narcisista.

Desde muy joven, Pita pudo participar en la vida artística de México gracias a su hermana Carito, colaboradora de Carlos Chávez y fundadora de la Galería de Arte Mexicano. Acondicionada en el sótano de la casa de los Amor, la galería que dirigió Inés expuso a Orozco, Rivera, Siqueiros, al Dr. Atl, Tamayo, Julio Castellanos, Frida Kahlo y muchos más.

Si era una niña preciosa, fue una adolescente primorosa. Tan llamaba la atención que la pintaron Rivera, Montenegro, Soriano, Raúl Anguiano a quienes desconcertaban sus desplantes, sus grandes ojos abiertos, su boca desdeñosa y su voz de trueno. Más tarde, Diego Rivera habría de retratarla desnuda, para el horror de la familia y el beneplácito de los morbosos.

En esa época, los Trescientos y algunos más se hacían cruces con Lupe Marín, Tina Modotti, María Asúnsolo, Nahui Ollin, Machila Armida. ¿Ya supiste? ¡No te has enterado! ¡Hubieras visto! ¡Qué bárbara, Pita! ¡Nadie ha hecho nada igual! A la lista de ofensas a la buena sociedad y a la Liga de la Decencia, vinieron a añadirse la insolencia de Pita, a quien nunca le importó el qué dirán.

En medio de fandangos, pachangas en el Leda, cabaret de la época en el que todas las noches Lupe Marín y Juan Soriano bailaban sin zapatos y hacían un show celebrado por Los Contemporáneos; en medio de sus domingos en los toros y sus parrandas, Pita produjo de golpe y porrazo, ante el azoro general, su primer libro de poesía: Yo soy mi casa, publicado a iniciativa de Altolaguirre. Causó sensación. Es imposible que ella lo haya escrito. Inmediatamente Alfonso Reyes, la apadrinó: Y nada de comparaciones odiosas, aquí se trata de un caso mitológico.

Resulta contradictorio que esta mujer, que no cejaba en su afán de escándalo y salía desnuda bajo su abrigo de mink a gritar a media noche en el Paseo de la Reforma: ¡Yo soy la reina de la noche!, regresara en la madrugada a su departamento de la calle Río Duero y en la soledad del lecho escribiera décimas en la bolsa del pan y con el lápiz de las cejas:

Pita Amor encontró a Dios (invención admirable, hecha de ansiedad humana) en una cita puntual que contrajo con él, el lunes 8 de mayo de 2000, cuando le dio neumonía. Dios la hizo esperar, finalmente canceló otros compromisos para recibirla en la casa de Mariana Pérez Amor vecina a la de Carlos Fuentes en la calle de Apóstol Santiago, en San Jerónimo.

Uno de sus múltiples epitafios: Es tan grande la ovación/que da el mundo a mi memoria,/ que si cantando victoria/ me alzaste en la tumba fría,/ en la tumba me hundiría/ bajo el peso de mi gloria.

Prefiero este último, más caserito: Mi cuarto es de cuatro metros,/ mi cuerpo mide uno y medio/ y la caja que me espera/ será el final de mi tedio.