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Un semillero, fuente de vida Azucena Cabrera Gerente del huerto Vía Orgánica [email protected]
La granja–escuela, como se conocía antes, fructificó en lo que hoy es el rancho-escuela, gracias a los productores de las comunidades de los alrededores de San Miguel de Allende, Guanajuato, que deseaban capacitarse y compartir su aprendizaje en torno a la producción de alimentos sanos. La estrecha cercanía entre los consumidores y los productores que surtían la tienda de Vía Orgánica con productos locales como quesos, frijol, garbanzo, tortillas y otros cultivos de la milpa, detonó un importante movimiento de mutuo apoyo: el contar con una tienda donde vender sus productos alentó a los productores a cultivar más y a diversificar su producción, pero saber que un grupo de consumidores buscaba sus productos los animó más aún, y, sobre todo, el que se reconociera el valor de su trabajo. A partir de ello, Vía Orgánica estableció un centro demostrativo y educativo, que es el actual rancho-escuela, donde convergen las y los productores de las comunidades y capacitadores en el aprendizaje de técnicas de producción agroecológica de alimentos, abonos orgánicos, composta, regeneración de suelos y producción de semillas, entre otras actividades. La necesidad de poner en práctica las enseñanzas adquiridas, probar las técnicas, producir más alimentos sanos con menos recursos, captando agua de lluvia, conservando semillas criollas y regenerando los suelos, fuente de vida, ha convertido al rancho-escuela en un centro de producción de alimentos modelo. En el primer año fue vital la búsqueda de semillas criollas para compartir y diversificar la producción. Éstas circulaban de mano en mano entre los productores e incluso entre los consumidores que aportaban las que conseguían. Durante su tiempo de crecimiento, se exploraron las condiciones climáticas, las características del suelo, los insectos que las visitaron, las plantas con las que crecieron, incluso las manos que las cultivaron. La primera cosecha de semillas producidas en la granja-escuela, fue uno de los frutos fundamentales para el desarrollo de la granja. Así, la semilla siguió su propia travesía para cumplir su objetivo más alto: multiplicarse. Ahí resultó esencial la labor de los guardianes de colectar, resembrar y al fin de la temporada intercambiar lo cosechado. El resultado de la producción de semillas fue cada vez más valioso, pues después de varios ciclos de cultivo reconocían las características de la región, estaban listas y adaptadas ciclo con ciclo para crecer. A partir del segundo año se estableció el banco de semillas con unas 10 a 15 especies de hortalizas, más las semillas colectadas de la milpa. Como parte del seguimiento sobre la producción y conservación del semillero, se imparten talleres artesanales para mejorar la cosecha y la selección de semillas criollas. Se ha incrementado tanto la producción, que no sólo abastece las necesidades del rancho, sino que alcanza para el intercambio y la venta. Desde que se inició esta actividad, cada año se incrementan y diversifican las semillas; hasta ahora se tienen en conservación 52 especies de las que se han rescatado, entre las que destacan, algunas variedades de jitomate y de haba, lechugas, tomatillo de milpa, calabazas, frijoles, maíz, amaranto, garbanzo, algunas leguminosas regeneradoras de suelo, chiles, flores y plantas medicinales. En el rancho creemos que la mejor manera de mantener las semillas es compartiéndolas con manos que las cultiven y las vuelvan a cosechar. Por ello el banco de semillas es un banco vivo en cada temporada del cultivo. Y, lo más importante, es que esta actividad se transformó en una escuela viva que día a día nos permite aprender más.
A fin de reforzar esta actividad y difundir la importancia del rescate de semillas, en el rancho-escuela se organizan talleres, visitas y recorridos. A la fecha hemos recibido más de 8 mil visitantes entre jóvenes estudiantes, niñas, niños y público en general, que llegan a conocer el trabajo y a intercambiar experiencias con las y los jóvenes promotores de comunidades vecinas, que ahora forman parte del equipo, entre los que destacan estudiantes de agricultura y agroecología, quienes han contribuido al desarrollo del espacio y del semillero. Asimismo, como parte vital de la producción de alimentos y el consumo responsable, año con año, desde el 2013, Vía Orgánica convoca a la población en general al Festival de Semillas de San Miguel de Allende, cuyo objetivo no sólo es reconocer la trascendencia de su producción y conservación, sino también congregar a las y los productores para fortalecer sus experiencias y sus saberes a través del intercambio de semillas y la historia de cada una de ellas. A lo largo de los festivales, representantes de distintas organizaciones y expertos como Adelita San Vicente, directora de Semillas de Vida; Mercedes López Martínez, representante de la Asociación de Consumidores Orgánicos, y Sergio Barrales, rector de la Universidad Autónoma Chapingo, han abordado distintos temas: “Situación de México y la siembra de maíz transgénico”, “Soberanía y seguridad alimentarias”, “Agricultura y las y los Jóvenes”, entre otros temas, para dar a conocer a la comunidad qué acciones se están tomando y cómo podemos sumarnos. Los festivales abarcan actividades dirigidas a las y los niños (historia y ciclo de vida de una semilla, talleres, exhibición de semillas, intercambio y donación, fábulas y cuentos del sembradío), charlas, teatro, música y hasta arte con semillas. De tal manera que se convierten en unas verdaderas fiestas, esa es la intención, precisamente, compartir a través de diversas actividades la importancia de las y los guardianes de semillas que han hecho posible hoy en día que se conserven todavía una diversidad de maíces, calabazas, frijoles, jitomates y hasta hierbas medicinales. Para ellos una semilla representa fuente de vida, alimento, historia, cultura, patrimonio, diversidad, seguridad, herencia y riqueza. El festival se realiza principalmente en los primero meses del año, con el propósito de aprovechar todo el conocimiento compartido durante el mismo, a fin de comenzar a sembrar a buen tiempo para vivir las experiencias de crecer nuestros alimentos y conocer esa siguiente fase, muchas veces ajena, que es la producción de semillas. Algunas anécdotas de los participantes que han asistido cada año, nos han regalado gotas de inspiración con su trabajo, como productores y productoras, maestros y maestras, llevando las semillas que han cosechado de un festival a otro para intercambiar por otras semillas, o compartir con los nuevos visitantes. El festival de semillas es un ejemplo de convivencia, diversidad, abundancia, saberes y, sobre todo, comunidad; de ser semilla de unidad entre productores y consumidores, de volver a sembrar lazos de confianza y solidaridad.
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