21 de abril de 2018     Número 127

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Manos que trabajan la tierra

Aurora Enríquez y Miguel Ángel Esteban Semillas de agua, diseño con permacultura  [email protected]


“La semilla es vida, de ella depende si comemos o no… debería
conservarse en todos los lugares”

La semilla representa la diversidad evolutiva de millones de especies que durante miles de años se han adaptado a ecosistemas específicos, creando interrelaciones con otros seres vivos. En cada una de estas simientes se encuentra toda la información necesaria para que un árbol, por ejemplo, pueda germinar, crecer, dar frutos y vivir cientos de años. En los ecosistemas naturales y agroecológicos las semillas siguen en evolución y adaptación, registrando los cambios climáticos, de suelo, de humedad, de sequía, de plagas, entre otros, y desarrollando nuevas formas de adaptabilidad.

Los primeros humanos notaron esta peculiaridad de las semillas y comenzaron a ser partícipes en la vida cotidiana de ellas. Así empezamos como humanidad a colectarlas, conservarlas y cuidarlas, para poder sembrarlas y obtener alimentos sanos y nutritivos, necesarios para sobrevivir. Esta práctica prevalece hasta nuestros días y con el paso del tiempo hemos adaptado y seleccionado miles de especies y variedades de plantas, arbustos y árboles.

La diversidad del semillero que en la actualidad posee la humanidad, junto con la conservación de suelos fértiles, la restauración de ecosistemas y la siembra a conciencia de alimentos sanos, son parte fundamental de nuestra permanencia en el planeta.

En el presente existen numerosos debates acerca del futuro del semillero con el que cuenta el mundo, como legado de generaciones pasadas al que todo ser humano tiene derecho. Sin embargo, las semillas ahora son vistas como una mercancía vendible y patentable: para ello se han manipulado en el laboratorio, a través de la hibridación o modificación genética, discriminando y alentando la desaparición de las criollas. Esto último, con el objeto de orillar a los campesinos a sembrar las que no se adaptan fácilmente, a fin de que para su desarrollo requieran de fertilización, herbicidas e insecticidas químicos nocivos para el suelo. Además tienen genes terminales que evitan su propagación exitosa; es decir, no están adaptadas a los diferentes espacios donde se cultivan. Muchas de ellas, incluso, son de mala calidad, están enfermas o tienen plagas y, finalmente, la diversidad que representan es nula.

El conocimiento sobre la conservación y propagación de semillas criollas, transmitido de generación en generación, sucede de formas imperceptibles en la cotidianidad de las familias: en las salidas a la milpa a sembrar y a cosechar; en los cuentos de las abuelas sobre que el maíz es sagrado y te escucha si le hablas, y en las puestas de sol, sentados en el corredor, donde los abuelos enseñan a seleccionar las mejores semillas, que serán sembradas.

De ello nos habla don Odilón Enríquez, descendiente de una familia campesina en una comunidad del norte del Estado de México. Allí aprendió a trabajar la tierra en compañía de sus padres y abuelos, por lo que desde muy niño supo reconocer la importancia que tiene cuidar la tierra y lo que viene de ella: sus semillas.

Para este hombre de 67 años que ha dedicado su vida al campo y al cuidado de su familia, “la semilla es vida, de ella depende si comemos o no [por lo que] debería conservarse en todos los lugares. Agrega que lo más importante a nivel nacional es “conservar la semilla criolla, no es justo que por la ambición de la gente se pierda”. En su familia la siembra de las milpas ha ocurrido año con año, lo que le ha permitido tener en su mesa abundancia de alimentos sanos.


Las semillas siguen en evolución y adaptación.

Durante la entrevista, don Odilón deja ver un vasto conocimiento sobre las semillas, su selección, las fechas de siembra, las tierras que son mejores para cada simiente y el tiempo que tardan desde que son sembradas hasta su cosecha. Comenta, por ejemplo, que un maíz, conocido como blanco aguardientado, cuyos granos son blancos con líneas rosadas, crece muy bien en tierras rojas (arcillosas), y en cuatro meses ya está dando elotes.

Recuerda que antes, cuando sembraba con sus abuelos, las tierras eran más húmedas y podían cultivar una diversidad mayor de semillas en diferentes temporadas. Nos refiere cómo fue su aprendizaje: 

*“Mis abuelos y mis padres fueron especialistas en conocer las semillas, el tiempo de siembra y cosecha. Siempre tenían la intención de conservar su semilla, por ejemplo, para desgranarla, primero la seleccionaban, tenía que ser el olote delgado y el grano más grande y con más carriles, [yo] siempre andaba desgranando mazorcas con ellos; aprendí que la parte de abajo y la parte de arriba de la mazorca no sirven para semilla, sólo la parte central donde los carriles están más derechos. Ahora con la semilla de maíz híbrido, que tiene un olote muy grande, se obtiene poco rendimiento, comparado con las mazorcas del maíz aguardientado que había antes”.

La trasmisión del conocimiento tradicional se da a través de las prácticas diarias y de éstas se obtiene experiencia y una forma de ver, definir y darle sentido a la vida. Así fue como Odilón Enríquez, acompañando a sus padres y abuelos a sembrar las tierras, aprendió sobre las cosas del campo y sus manos fuertes y callosas se enamoraron de su tierra. Sembrar con la yunta, seleccionar la semilla, abonar con estiércoles, barbechar, cosechar, raspar magueyes para hacer pulque y criar animales fueron parte de su vida en el campo y del hacer de sus manos.

Don Odilón enumera una variedad de semillas que sembraba su familia, muchas de las cuales su familia extensiva aún sigue sembrando, intercambiando y conservando. Entre las más antiguas destacan el blanco aguardientado; el tolonte (semilla que da una mazorca pequeña de unos 10-12 cm de largo); el maíz blanco con olote rojo, el negro, el cacahuazintle, el amarillo, el maíz zanahoria y el pinto.

Señala que en su comunidad están perdiéndose los maíces aguardientado y tolonte, las personas ya no quieren sembrarlos, debido a que dan una mazorca chiquita. Pero explica que el rendimiento del maíz criollo aguardientado, es mayor, puessi bien su olote rojo es delgado, sus granos son más grandes, comparados con los de un maíz híbrido, cuyo olote es más grueso.


“Tenemos que tener educación para seguir respetando las semillas que cuidaron
nuestros padres y abuelos”.

*“El maíz tolonte es una semilla que ya casi no se siembra, da una mazorca pequeña, rinde mucho y es violento, tarda cuatro meses en dar elotes y las tortillas que se hacen con este maíz superan en sabor y nutrientes a los demás maíces”, indica, y añade: “la gente siembra más lo que le da más rendimiento. La semilla transgénica o híbrida nos afecta en la salud, nos atontamos por ambición y por obtener rendimientos, porque la transgénica no sirve… Si quieres sembrarla al siguiente año ya no te da buena semilla. Por ambición se está dejando de sembrar la semilla criolla”.

Además, señala que la criolla también se está perdiendo por las heladas o sequías “que ahora se ven, pero si rescatamos, aunque sea las que hayan logrado adaptarse a una helada o a una sequía, esas semillas son las buenas”.

De acuerdo con don Odilón “necesitamos que la gente que siembra el campo se incline a su realidad, que no nos dejémos engañar de la gente ambiciosa. No debemos sembrar las semillas mejoradas, tenemos que dejar que el rastrojo alimente al suelo. Debemos seguir teniendo respeto por la semilla, siempre le digo a la gente que sembremos lo que tenemos, sólo así se cuidan las semillas, sembrándolas”.

Por último, Odilón Enríquez enfatiza: “que la gente abra los ojos y no se crea de los que venden las semillas mejoradas o transgénicas. Tenemos que tener educación para seguir respetando lo que cuidaron nuestros padres y nuestros abuelos”.

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