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Cuidado con los perros
C

ipión y Berganza, los perros de don Miguel Cervantes Saveedra, movidos desde su espontaneidad generan las primeras investigaciones profanas previas al descubrimiento del sicoanálisis; y a la vez, viven la suprema sencillez y la turbulenta exaltación romántica del Quijote. Envuelta en la fascinación del mundo de la fantasía, la visión delirante, evocadora que borra la distinción de los tiempos y los espacios que se esfuman en las sombras, y que años después empleará Sigmund Freud para bucear en ese sujeto que se forma y deshace en franco delirar.

Es seguro que de las lecturas adolescentes de Freud del Quijote de la Mancha quedaran en su mente huellas de un representarse la realidad como un hacerse, motivado por la preocupación de afirmarse en el proceso de existir, como un construirse permanente, y no con lo dado y presente fuera de uno. Así la misma lectura que he hecho de los perros cervantinos cambia de significado en el escenario actual de un México prelectoral con perros amarrados a punto de romper correas.

Hacerlo todo con el cuerpo, al mismo tiempo que con las palabras, expresión de lo que siente y piensa, como en el ejemplo que señala Américo Castro: “levantado pues, en pie, Don Quijote, temblando de los pies a la cabeza, como azogado, con una presurosa y turbada lengua dijo: ‘El lugar donde estoy y la presencia ante quien me hallo, y el respeto que siempre tuve y tengo al estado que vuesa merced profesa, tienen y atan las manos de mi justo enojo’. Aquí se integran maravillosamente, el trasfondo de la expresión, las palabras en que se manifiestan y las circunstancias que la motivan, en un entrelace de refrenos, violencia. El móvil actuante de la preocupación de mantenerse como uno se sabe que es y vale”.

En El Quijote aparece la representación de que en ningún escrito la tarea de estar viviendo es quieta sustancia. Por tanto, no cabe en el marco del pensamiento aristotélico escolástico. Las palabras no son objetos asibles con pinzas conceptuales. El logofonofalocentrismo, al pretender reducirla a una categoría única, se escapa de entre las manos.

Miguel de Cervantes no habla de la imposibilidad de liberarse del duende interior (de ese del que habló García Lorca). Una fisura en la mente, una tacha, una mancha indeleble, como afirma Jacques Derrida, que nos acosa. Necesidad de expresar el vivir humano en su proceso interior como interrogante ansiedad. La vida que depende del juego imprevisible entre las inquietudes y las incitaciones, como vivencia de lo que acontece, no como acontecimiento.

Cervantes no ha perdido su vigencia a pesar de que vivimos tiempos de electrónica mecanizada y deshumanizada, y desvalorización de la persona. Toma el lenguaje como instrumento para inventarse otro lenguaje, con nuevos significados que nos liberan de este mundo acartonado de entrevistas y debates hipnóticos.