Conciencia y elocuencia
os gobiernos civiles no deben tener religión, porque siendo su deber proteger la libertad que los gobernados tienen de practicar la religión que gusten adoptar, no llenarían fielmente ese deber si fueran sectarios de alguna… La instrucción es la base de la prosperidad de un pueblo, no sus individuos más prósperos… Malditos aquellos que con sus palabras defienden al pueblo y con sus hechos lo traicionan.”
Estos elocuentes conceptos no los expresó ninguno de los actuales candidatos a la Presidencia de la República, sino alguien que la ocupó en cinco periodos diferentes en un periodo de 14 años, sorteando imposiciones, intervenciones y agresiones diversas. Se llamó Benito Juárez y a lo largo de su existencia intentó, sin lograrlo, que México fuera un país de ciudadanos capaces de pensar por sí mismos y no a través de representantes de diversas deidades.
Aquellas frases tienen conciencia y elocuencia. La conciencia, ya se sabe, todavía es tema de objeciones gracias a los afanes oficiosos de diputados y senadores preocupados de conciencias ajenas, pero la elocuencia, esa capacidad de hablar que logra emocionar y convencer a los oyentes, hace mucho dejó de ser parte del desempeño de la clase política de México, atenida a la mercadotecnia, a las entrevistas a modo, a los arreglos y a la apatía ciudadana, harta de impunidades y de palabras huecas.
Emocionar y convencer siempre es un lujo, pero en la actividad política debería ser exigencia profesional de todo aspirante a un cargo de elección popular, sin embargo, atenidos cada vez más al amateurismo en boga y a los medios, los candidatos, una vez electos, medio aprenden a expresarse a costa del paciente oído de convocados y acarreados. No obstante sus consecuencias, este débil flanco de la democracia continúa sin ser debidamente atendido.
Nuestros políticos lo saben aunque finjan ignorarlo, pero México, además de sus colores, saberes y sabores, es un país dolorido (lastimado y masacrado), dolorista (el sufrimiento como destino y salvación) y dolido (agraviado y resentido), por lo que en el primer debate los amontonados candidatos a la Presidencia de la República se verán muy perjudicados si caen en frases hechas, lugares comunes, inculpaciones mutuas, posturas tiesas, falta de naturalidad y exceso de aires aldeanos. Si no hay elocuencia, que siquiera haya respeto por la inteligencia. De conciencia ni hablamos.