a alternancia en el poder no es siempre suficiente para avanzar en democracia y hacia un gobierno comprometido y atento a las necesidades de los gobernados, ni en el país ni en la capital. Sin embargo, estamos ante una situación peculiar, inédita, como casi todo lo que sucede en política. Las ciencias sociales tienen que contar con el libre albedrío, por eso no son ciencias exactas; cada caso, cada escenario nuevo rompe moldes y echa por tierra predicciones y prospectivas.
A pesar de todo, para la capital hago la mía; será una aproximación y es ésta: estamos en víspera de un cambio importante. La coyuntura está marcada por dos datos; el primero, lo que deja Miguel Ángel Mancera, quien salió por la puerta de atrás, casi a hurtadillas, y entrega inconformidad y enojo, una ciudad caótica y desatendida. Llegó con la más alta votación en la historia reciente de la capital, sufragaron por él sin conocerlo bien y confiando más bien en quien le abrió el espacio político por el que transitó y que a mi parecer fue grande para él, pero esto es así en todos los casos, se empieza con obstáculos e incógnitas y dependerá de la congruencia, del equipo y del trabajo para rendir buenas cuentas.
Si no hubiera sido su campaña paralela a la de Andrés Manuel López Obrador y con los mismos colores partidistas, difícilmente hubiera podido llegar a la jefatura de Gobierno, lo logró en parte por él mismo y en gran proporción por la confianza de la gente en el movimiento que después abandonó.
Reconozco que una buena parte de su equipo actuó con eficacia y siguiendo los principios y las convicciones de izquierda que les dieron el triunfo, pero algo pasó y desde un comienzo escuchó los cantos de las sirenas del peñismo, se dejó cultivar
como dicen los yucatecos, se metió al cuento del Pacto por México, se ocupó en exceso de su figura y, según lo señala la vox populi, su interés se centró en cuestiones de ganancias, dinero; autorizaciones de enormes construcciones sin cuidar estética o impacto urbano, mucho menos la opinión de los vecinos; grandes obras inadecuadas, a veces ilegales. Puso en operación o multiplicó grúas, parquímetros, espectaculares, obstáculos, no para buscar movilidad o seguridad a los capitalinos, sino para incrementar ingresos al gobierno. Deja una urbe desordenada, plagada de problemas, insegura y a esto se suma el descontento que provoca la situación del país: pobreza creciente, inseguridad y corrupción a un nivel ya insoportable. Resultado: hay hartazgo entre los habitantes de la Ciudad de México.
Ese es un ingrediente, el otro contrasta con el primero, aparece como viento fresco en tarde calurosa, se vislumbra la posibilidad real de cambio hacia un gobierno distinto, innovador y popular. La utopía puede hacerse realidad, se recupera una expectativa que se perdió por seis años o un poco más.
Estos dos ingredientes, hartazgo y esperanza, combinados, son el detonante de un renovado y amplio, generalizado interés en participar en las próximas elecciones, en la consolidación de un gobierno diferente, comprometido, austero y honrado. Fui invitado a la presentación del equipo de campaña de Claudia Sheinbaum Pardo y a la lectura de su plataforma política; quedé muy bien impresionado. Propuestas prácticas sustentadas en datos e información dura, con vista al bien común y pensando en la recuperación del estado de derecho, el orden y la justicia, para ello, un equipo equilibrado en el que hay políticos experimentados y maduros, pero predominan jóvenes universitarios, técnicos, académicos comprometidos con el lema de la doctora: innovación y esperanza
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Entiendo por ello el desasosiego de sus contrincantes que sin una propuesta política creíble, apelan a la descalificación, a maniobras para sabotear actos públicos y a la violencia. Frente a esto, la mezcla de hartazgo y esperanza es explosiva, es una fórmula que augura un cambio de fondo, el regreso a un buen gobierno, austero y popular.