Sábado 7 de abril de 2018, p. a12
Llegó, de un derrepente, a la Redacción esta misiva:
what the fuck? Indagó el de las teclas y entonó los versos cual Pedro Infante: cuando recibas esta carta sin razón/ Ufemiaaaaa
y realizó escrutinio y sí encontró razón:
¡ah cabrón! Corrigió: ¡ah, caray!
Pronto develó el misterio:
De los estantes de novedades discográficas provino esta hermosa caja:
Y al abrirla aparece, primero, una carta:
y al abrirla fueron apareciendo maravillas
y algo por primera vez para el Disquero: dentro de la caja de discos, ¡un libro!:
Paradise Lost, de John Milton, con ilustraciones de Gustav Doré:
y además una uña
:
Arsenal.
En la historia de los discos, los de Pink Floyd son obras de arte. En cuanto comenzaron a aparecer en colecciones encajadas, abrirlos se volvió una fiesta. No sólo memorabilia, arte. El contenido acusmático es siempre digno de asombro.
Ese cuarteto de estudiantes de arte y arquitectura británicos inventaron la música contemporánea como una de las bellas artes. Creadores de sonido.
En la evolución de los soportes, en cuanto apareció iTunes, los Floyd ganaron en tribunales el derecho a conservar la integridad de sus obras. No somos autores de canciones
, esgrimieron en la corte y resultaron victoriosos en litigios y resguardaron su trabajo de la mercadería: no compre cancioncitas
, consuma arte. Sus obras duran lo que dura un disco y a veces dos y más, como los monjes budistas aprenden a evolucionar en una vida y en las rencarnaciones continúan su evolución.
La Caja Rattle, vamos a llamarla así, contiene cuatro discos cuatro: el primero, en formato cidí, es el álbum Rattle that lock pero en sonido estupefaciente, para viajar en un equipo 5.1 Stereo, en tanto los dos volúmenes en formato Blu-Ray de plano son un viajezote en alta resolución Stereo PCM, 5.1 Dolby Digital y 5.1 DTS, siglas que enuncian su potencia: Digital Theater System.
Los tomos dvd Blu-Ray de esta mágica caja contienen materiales infinitos: cortes solamente de audio, sesiones jam en la casa de Gilmour (el perro se pasea, los niños también, entre cables, bafles, amplis y alta tecnología y aparatos vintage) y algunos materiales sumamente ilustrativos, literalmente, en un amplio documental dedicado a los autores de las animaciones para las versiones en video de las piezas principales.
Vemos así en acción a grandes maestros en sus macs, ipads y dispositivos electrónicos dibujando, dando vida a personajes, ángeles, animales, creaciones maravillosas como la animación de la pieza The Girl in the yellow dress: ella baila, colgadas sus manos del cuello de su pareja pero sus ojos miran al cautivado saxofonista allá arriba de la tarima:
She mesmerises with a smile
Dark eyes as compelling as
the bourbon
The girl in the canary yellow
dress
Says yes
She dances like a flame
has no cares, yellow dress flares
eyes closed, arms above, she
shakes
swirls and snakes
La autora de este poema es Polly Samson, novelista, periodista, fotógrafa, esposa de David Gilmour y autora de la casi totalidad de los textos de las obras solistas de David Gilmour desde que se conocieron, durante la gira The Division Bell.
Tiene versos de este calibre:
Something I never knew
In silence I’d hear you
And a boat lies waiting
Still your clouds all flaming
That old time easy feelling
What I lost was an ocean
Now I’m drifting through
without you
In this sad barcarolle
La referencia a La barca silenciosa de Pascal Quignard estremece:
“Habré pasado mi vida en buscar palabras que me faltaban. ¿Qué es un hombre de letras? Aquél para quien las palabras desfallecen, brincan, huyen, pierden sentido. Siempre tiemblan un poco bajo la forma extraña que no obstante terminan por habitar. No dicen ni ocultan: hacen señas sin descanso. Un día buscando en el diccionario Bloch y Wartburg el origen de la palabra «corbillard» (coche fúnebre) descubrí una lancha que transportaba recién nacidos. Al día siguiente fui a la Biblioteca Nacional, que por aquel entonces estaba en la rue Richelieu, en el 2º arrondissement de París, en el antiguo palacio que antaño ocupaba el cardenal Mazarino. Consulté una historia de los puertos. Anoté tres fechas: 1595, 1679, 1690. En 1595 los corbeillats llegaban a París los martes y los viernes. Los marineros los deslastraban primero y luego desembarcan a los recién nacidos apretujados en su mantilla, puestos bien erguidos en su guaridita sobre el puente; los dejaban sobre los toneles en la ribera; los bebecitos trabados eran devueltos uno por uno a sus madres por un hombre al que llamaban porteador de recién nacidos. Desde el alba, al día siguiente –es decir, todos los miércoles y los sábados– los corbeillats transportaban desde París hasta Corbeil a otros pequeños para que tomaran el pecho y sorbieran la leche de las nodrizas en el campo y en el bosque. En 1679 Richelet escribía «corbillard» y lo definía: lancha que llega a Corbeil, pequeño pueblo a siete leguas de París. Así es como el corbillard (el coche fúnebre), del tiempo en que vivían en París Malherbe, Racine, Esprit, La Rochefoucauld, La Fayette, La Bruyere, Sainte-Colombe y Saint-Simon, era un barco de recién nacido que bogaba sobre el Sena, bordeando las riberas, a voz en grito.”
Y al mismo tiempo evoca La góndola fúnebre, el poema de Tomas Tranströmer inspirado a su vez en el poema sinfónico de Franz Liszt, La lúgubre góndola y es que se trata, la canción de Gilmour, de un treno, oración fúnebre, pira poética dedicada a la memoria de su hermano Floyd, Rick Wright, quien alcanzó a colaborar en algunas piezas del álbum Rattle that lock, pieza a su vez inspirada, ya dijimos, en el Libro Segundo de Paradise Lost, de John Milton, que inicia así:
High on a Throne of Royal
State, which far
Oustshon the wealth of
ORMUS and of IND,
Or where the gorgeous East
with richest hand
Showrs on her Kings
BARBARIC Pearl and Gold
Y a su vez Polly Samson, quien estudiaba a Milton para una novela, imprimió el sello miltoniano en la pieza que titula el disco y la caja enteros:
Whatever it takes to break
Got to do it
From the Burning Lake
or the Eastearn Gate
You’ll get through it
Rattle that lock and lose those
chains
Y a su vez David Gilmour, persona sencilla como es, dio nacimiento a esta pieza maestra a partir de una experiencia pareciera baladí pero que es una de esas epifanías repentinas de la vida.
Estaba un día David Gilmour esperando su tren en la estación de Aix en Provence cuando… escuchó en los altos altavoces un sonido que lo cautivó: una tonadilla eléctrica a manera de alerta para llamar la atención porque a continuación sonaría un aviso.
Es una de esas tonadas que te ponen a bailar en automático
, cuenta Gilmour y saca de su bolsillo su teléfono celular (esa escena la vemos en distintas ocasiones durante los documentales que aparecen en los devedés de esta Caja Rattle) y lo pone en alto, parado él de puntitas; dice que esperó cinco interminables minutos para que volviera a sonar esa tonadita y la grabó y la incluyó como intro en su pieza y su disco, y esa tonadita no es otra cosa que el equivalente francés a nuestro muy mexicano tururú del Metro.
Ay, ya llevamos chorrocientas cuartillas, mi alma, y no hemos narrado aún todas las maravillas que contiene la Caja Rattle.
Ya sé, mejor, hermosa lectora, amable lector, indague usted por su cuenta. Abra, ya sea en Spotify, iTunes, Apple Music, Deezer o donde prefiera, su propia Caja Rattle.
And lose those chains.