ue precisamente en la Barcelona, hoy como siempre dividida, donde a Don Quijote de la Mancha sesteando entre espesas encinas y alcornoques le ocurrió el más triste suceso de tantos tristísimos que encierra su historia. Desesperado Don Quijote de la flojedad y caridad de Sancho, su escudero, pues a lo que creía, sólo cinco azotes se había dado número desigual y pequeño para los infinitos que le faltaban por darse si había de desencantar a Dulcinea, determinó azotarla a pesar suyo, e intentó hacerlo resistiéndose el escudero, forcejeó Don Quijote y viéndolo Sancho Panza se puso en pie y arremedando a su amo, se abrazó con él a brazo partido y echándole una zancadilla, dio con él en el suelo boca arriba; púsole la rodilla derecha sobre el pecho y con las manos le tenía las manos de tal modo que ni le dejaba rodar ni alentar
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Vaya que es tristísima esta historia de Don Quijote al salir derrotado con su escudero Sancho Panza. En la Barcelona dividida y de divisiones, perdidos en el origen hace cuatro siglos, Don Quijote da una lección de humildad como pocas registra la historia universal. No en balde don Miguel de Unamuno, el señor de Salamanca
, lo alaba y tras las burlas de los duques la aflicción por la pobreza el desmayo del heroísmo ante las imágenes de los cuatro caballeros y el movimiento por pies de animales inmundos y soeces, sólo faltaba, como suprema tristeza, la rebeldía de su escudero Sancho que se había visto gobernador, y a su amo a las patas de los cabestros: el paso de la más honda tristeza.
Para los que amamos a Barcelona nos resulta terriblemente triste en esta Semana Santa contemplar la división entre los catalanes de la ciudad y los catalanes de provincia, en lo que se antoja un problema de difícil solución, por no decir imposible.
Como en muchos pasajes de la obra, don Miguel de Unamuno certeramente hace hincapié en la división de los seres humanos entre el mundo de afuera y el mundo interior surcado por los abismos: un abismo llama a otro y un pecado a otro pecado eslabonando las venganzas de manera que no sólo las mías, pero las ajenas tomo a mi cargo. Pero, Dios es servido de que, aunque me veo en la mitad del laberinto de mis confusiones, no pierdo la esperanza de salir a puerto seguro
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