Opinión
Ver día anteriorJueves 29 de marzo de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Isocronías
S

i el sonido de tus palabras/ no dice lo que dicen tus palabras,/ ¿qué dirán tus palabras// de ti?

Esa extraña sensación de que de pronto cerebro y universo pudieran ser lo mismo.

Toca tus palabras,/ déjalas que te toquen,/ permite que ese acto/ a otros lleve tus palabras,// para entonces/ tocadas por los otros,/ ya no del todo tuyas,/ ya palabras de otros,// por ellos mismos dichas/ como suyas, suyas,/ porque tocaron,/ porque tocando fueron,// esperemos, tocadas.

Dictar, decirle a alguien lo que se piensa en el momento de pensarlo, y que escrito quede, mas no por uno, por ese alguien –que sin embargo está pensando, de una manera u otra, lo que el primero piensa: palabras que pasan de una persona a otra, de esta otra al teclado, a la pantalla, al papel... Una digitación que danza las palabras de otro cuerpo y que al bailarlas convence de que son, si es que lo son, palabras pertinentes para esa danza, para ese segundo cuerpo, quizá para otros más.

El orden facilita el sentido, la armonía facilita el espíritu.

No es imaginativo inventar conexiones, descúbrelas.

Puntuar un texto es fácil. ¡Puntuar la vida!

A veces es necesario decir yo/ nada más para que a uno no lo borren del todo/ y a veces es necesario borrar del todo al yo/ nada más para que el yo no lo borre a uno.

No cantes la canción, deja que la canción te cante.

La única falta de calidad moral en literatura es la falta de calidad. Y contra ésa, no hay catecismo que valga.

Me gusta que te tomes las cosas a la ligera, mas no que la profundidad difícilmente se te dé.

Aparte de Dios, cantar es lo más puro que existe.

Una admiración obcecada no es admiración y poco favor le hace a lo admirado. Tiene su no sé qué de manía supersticiosa, de caprichoso culto, de fetiche –talismán o amuleto o ambas cosas–, a la que el admirador (para quien sin el objeto de su admiración, más bien sin esa tal admiración, la vida perdería mucho de –y acaso todo– su sentido) porfiadamente se aferra. Una admiración que propiamente no nace de amor, sino de angustia, de soledad, de vacíos, carencias, es finalmente (perdóneseme la expresión) una admiración molacha, incompleta, un hábito sin monje. Finalmente un fantasma, por lucidor que sea, de admiración.