s el elefante en la sala. Todos lo ven. Lo sienten. Estorba. Incomoda. Se mueve. Se hace presente a cada momento, pero fingen no verlo, no sentirlo y simulan que no estorba. Prefieren eludir el tema.
El narcotráfico en el país y la irrefrenable ola de violencia y muertes que su combate conlleva se ha convertido en tabú para los principales candidatos a la Presidencia de México.
Mañana inician formalmente las campañas del proceso electoral 2018. Durante los próximos tres meses escucharemos hablar a los candidatos mañana, tarde y noche. Seremos materialmente avasallados por una descarga inclemente de cientos de miles de espots.
Es fácil prever que los contendientes continuarán con la tónica del ataque, de la descalificación, empleada durante los periodos de precampañas e intercampañas. Se acusarán mutuamente de corruptos, de desleales, de mentirosos. Intentarán hacernos creer que encarnan la solución a nuestros problemas. Prometerán acabar con la pobreza y la desigualdad.
Se referirán también a que terminarán con la inseguridad y la violencia. Temas sin duda cruciales en la vida de los mexicanos. Pero lo harán así, de manera tangencial. Sin ofrecer alternativas claras y dejando de lado el fondo del asunto. Porque prefieren no hablar de la verdadera causa que subyace a la violencia y a las víctimas: el narcotráfico, nuestro auténtico desafío, el causante de decenas de miles de muertos, desaparecidos y de poblaciones enteras de desplazados.
Desde sus plataformas electorales, partidos y coaliciones son omisas sobre el tema.
El árbitro de los comicios, el INE, no ha querido colocar –al menos públicamente– focos amarillos o rojos sobre el mapa electoral del país, aunque tampoco desconoce la existencia de serias barreras que podrían imposibilitar la elección en aquellos sitios donde el narco manda.
Hace apenas unos días, en voz del consejero Marco Baños, presidente de la Comisión de Organización y Capacitación Electoral, el INE aseveró que el crimen organizado no frenará el desarrollo del proceso.
“Hasta el momento –dijo a un diario nacional– por fortuna en el país no ha habido un movimiento de narcotraficantes que impida el desahogo de la jornada electoral. Digamos que las disputas de ellos con las autoridades que los combaten se dan en situaciones diferentes a las elecciones”.
La declaración de Baños es sin duda políticamente correcta, pero pareciera ser más una manifestación de fe, que una argumentación sólida, con la fuerza necesaria para brindar certezas y seguridad a candidatos, funcionarios electorales y sobre todo a los ciudadanos que durante la jornada electoral ejercerán el sufragio y a quienes contarán los votos.
Porque aunque es cierto que no se ha mostrado como un movimiento que pretenda impedir la realización de los comicios a escala nacional –ni creo que le interese exhibirse de esa manera– el crimen organizado ya se ha hecho sentir en algunas zonas de México. A la fecha van más de una veintena de candidatos asesinados en el país.
Es obvio, pues, que el crimen organizado mueve sus piezas para autogestionarse sus espacios de poder, para mantener sus territorios, sus zonas de influencia, sus prebendas y sus privilegios. Como suele hacerlo desde hace años, la delincuencia opina, sugiere, exige, corrompe, para colocar candidatos primero y hacer gobierno después. Y cuando lo ignoran o lo confrontan, actúa.
La desatención por parte de candidatos y coaliciones a este asunto, acaso el más urgente que afronta nuestro país, será una más de las graves omisiones que se evidenciarán en las campañas electorales que arrancan mañana.
Sea por cálculo político, por falta de ideas, por prudencia o sencillamente por miedo, el no analizar y debatir el complejo fenómeno de la siembra, cosecha, trasiego y venta de drogas (y armas), con el fin de replantear la política seguida por los últimos gobiernos, solo apuntará a la profundización del problema.
El asunto es de tal gravedad que requiere definiciones. Fingir que nada pasa y pretender que las cosas sigan su rumbo, es retroceder, es seguir cediendo espacios y sumando muertes.
No hay duda, el paquidermo está ahí, justo en medio de la sala. Y sí estorba, incomoda, se percibe, se hace notar. Ojalá coaliciones y candidatos dejen a un lado su disimulo, ese silencio vergonzoso que los delata, que exhibe su indolencia ante decenas de miles de muertes derivadas de una guerra absurda que se va perdiendo y que reclama un replanteamiento.
Porque el elefante no se irá, seguirá ahí… y seguirá avanzando.