os números mostrados por las recientes encuestas de apoyo a los candidatos a la Presidencia han desatado urgido frenesí difusivo. El puntero en las preferencias, el temido Andrés Manuel López Obrador (AMLO), se aleja de los dos o tres seguidores en la contienda. Y no sólo eso preocupa a los estrategas del oficialismo, sino que, además, de manera mecánica, intuitiva o poco razonada, se le da tratamiento presidencial. La opinocracia encabeza tanto la andanada de ataques como, irónicamente, el implícito reconocimiento de ganador final. No tardarán en darse cuenta de la inyección de aliento positivo que tal situación acarrea. De continuar por esa ruta terminarán sumándole algunos miles, tal vez millones, de apoyadores adicionales si no corrigen lo que viene sucediendo.
El punto crucial ocurrió, de manera inesperada, en reciente entrevista, concedida por el candidato en cuestión, a un seleccionado ensamble de periodistas (Milenio). Ninguno de los seis puede decirse que trataron de favorecerlo. Por el contrario, su ánimo fue beligerante y hasta intransigente. Más: el que actuó a manera de moderador y guía, (Carlos Marín) abandonó su rol al encabezar el ataque con rijoso e incrédulo talante.
La sesión terminó siendo detonador de reacciones contrarias al propósito de poner en evidencia a AMLO. No se trataba de escudriñar, con el obligado respeto a un opositor obstinado al régimen prevaleciente, tanto por las razones como el sentido real de sus sentires y posturas. Se dejó entrever, eso sí, que algunas –o varias– de las cuales han causado escozor entre la élite de los negocios, en especial para los traficantes de influencias. Claro está que los cuestionadores no descobijaron, en sus preguntas, los propios intereses. Aunque, hay que decirlo, al menos en parte, tales intereses se quisieron emparejar con los de esa ya muy beneficiada élite actual.
Lo cierto es que, con intención poco convincente, se trató de empalmar las preguntas con las inquietudes del electorado. Se pretendió, durante la hora y media entera que duró el acto, de encontrar los puntos débiles, los ángulos explotables o las francas torpezas del adelantado competidor. También quedó al descubierto que, previamente, sus dichos y posiciones se han catalogado, con endebles bases, como desplantes irracionales, tontos o dañinos. La opinocracia, asesores en comunicación y demás difusores que orientan a parte de la sociedad asumen que los alegatos del tabasqueño, de llegar al gobierno, causarán males extraordinarios. Producirá pérdidas monumentales si se detiene la construcción del aeropuerto o se revisa la incompleta, ya mítica pero muy dudosa reforma energética.
Ya no importan tácticas de prevención, miedo o franco terror a lo que López Obrador representa. Eso ha quedado atrás. Se busca ahora llenar el arsenal para combatirlo con la filtración de nuevos informes, de actualizar señales de alarma o destacar ángulos discutibles en asuntos cruciales para el sentimiento colectivo. Toda una recién visualizada fábrica de armas para acribillarlo. No puede, han dicho y repetido los adalides del oficialismo y aliados, llegar a la Presidencia tal personaje. Y para lograr dicho fin se ha definido una serie de nuevos argumentos y rutas ante su documentado avance. Hay que defender, con todo el instrumental a la mano, las reformas estructurales. Esas que, según el priísmo en el poder son las piedras angulares del progreso y la modernidad del México futuro. No deja de aparecer, en el radar del gobierno, la ríspida posibilidad de que, en esa revisión prometida, se encuentren complicidades y malos manejos punibles con cárcel. A eso hay que agregar, como vehículo de ataque, otro elemento, el símbolo estructural de dicha modernidad: el nuevo aeropuerto en curso de concreción. Urge convertirlo en más que proyecto conveniente. Deberá ser meta ineludible sin el cual mucho del ser mexicano estará perdido. No se pueden dejar de lado otros hallazgos que circulan por los ambientes académicos del extranjero: el supuesto voluntarismo populista de López Obrador. Hay que adjudicárselo, porque en verdad, le pertenece a este peligroso personaje, se alega con esterilizada objetividad. Así dicen y así adelantan opinadores de calidad acordada entre algunos colegas y patrocinadores.