urante la dinastía Ming había un verdugo de nombre Wang Lun, quien tenía fama de esperar a los condenados a muerte al pie de la escalera del patíbulo para degollar a sus víctimas mientras subían los escalones. Acariciaba una ambición: decapitar a una persona con un golpe tan certero que ésta no se diera cuenta. Al fin le llega el gran momento. Habían rodado 11 de 12 cabezas. A pesar de que la espada de Wang relampagueó la víctima siguió subiendo los escalones y al llegar al final exclamó: Cruel Wang Lun ¿por qué prolongas mi agonía, habiendo decapitado a los otros de manera rápida y piadosa? Wang, al oír que por fin la ambición de su vida se había cumplido dijo con exquisita cortesía: Haz una reverencia, por favor.
Parece que los partidos-realmente-existentes tendrán que hacer una reverencia después de julio.
Más que de actos fundadores, la transición mexicana fue sobre todo una mezcla de desacoplamiento institucional y transformismo político. Lo que siguió fue un nuevo régimen, con una consistente decadencia donde el centro político se desmadeja, combinada con una emancipación desordenada tanto de las entidades federativas como de franjas de la sociedad. Este régimen especial depredador de los recursos públicos se ha nutrido de la ilusión de elecciones plebiscitarias.
Si en las elecciones presidenciales anteriores el signo distintivo fue una narrativa entre autoritarismo o democracia; desorden o estabilidad; en 2012 la disyuntiva fue el buen y mal gobierno. Y así nos fue.
Me parece que la diferencia central en estos comicios respecto a los anteriores, es que estamos frente a un sistema de partidos seriamente dañado como resultado combinado de la fragmentación electoral, del debilitamiento de los mecanismos de intermediación política y de la desarticulación por captura o erosión de franjas del Estado.
Lo que las encuestas de preferencias electorales nos dicen es que en el tercio mayor se ubica Andrés Manuel López Obrador, después en el tercio menor Ricardo Anaya y rondando 20 por ciento José Antonio Meade. Es importante insistir que las preferencias no sólo son una fotografía del momento, sino que además son inexactas dado que en muchas el porcentaje de no respuesta es de casi la mitad de las personas invitadas a responder la encuesta y de los que sí responden alrededor de 20 por ciento dice no saber o no haber decidido por quién votar.
Aun con esas consideraciones AMLO comienza la campaña con una ventaja importante. Lo relevante es que aunque la estrategia de las dos coaliciones que van abajo buscaba comenzar la campaña electoral como la mejor opción para enfrentar a AMLO, tal circunstancia no se ha dado. He argumentado que la llamada primera vuelta informal no ocurrirá ahora. Más aún, no creo que en estas circunstancias funcione el llamado al voto útil. La más poderosa razón es la volatilidad del electorado y la debilidad de los mecanismos de intermediación.
Frente a un resultado electoral que se podría traducir en fragmentación en el Congreso y en el resultado presidencial, la narrativa de estas elecciones debería girar en torno a quién y con cuál programa se garantiza mejor el inicio de una reconstrucción social e institucional del país en condiciones de deterioro pronunciado.
El 22 de marzo de hace 50 años se inició el movimiento de 1968 en Francia. Como todo movimiento, su surgimiento, aunque precedido de luchas estudiantiles y obreras dispersas, emergió de manera imprevisible. Unos estudiantes expulsados en la Universidad de Nanterre en París, el arresto de dos militantes de las juventudes comunistas miembros de un comité en apoyo a los vietnamitas y la amenaza de expulsión del que terminaría siendo uno de los íconos del 68 francés, Daniel Cohn-Bendit, desata la ocupación estudiantil de las instalaciones universitarias. Nacen los enragés, los rabiosos, como se llamaba a los estudiantes en clave histórica.
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