Lunes 19 de marzo de 2018, p. 3
De no ser por el andar cansino de Augusto Gómez Villanueva –jefe de campaña de Luis Echeverría y ahora asesor político de José Antonio Meade–, que se aleja del escenario en cuanto el candidato termina su discurso, uno diría que los viejos priístas ya no existen; que se fueron con todo y las gracejadas que hicieron época, como aquella de primero el programa, después el hombre
.
Pero hasta donde vamos –y este domingo en que Meade solicita su registro como candidato presidencial, lo confirma–, con el nuevo PRI es primero el hombre, después el hombre y al último el hombre (aunque el hombre no logre remontar su tercer sitio en los estudios de opinión).
Un tercio de los discursos se consumen en exaltar las virtudes del simpatizante del PRI que antes simpatizó con el PAN. Primero, claro, su carácter de ciudadano. En segundo lugar, con todos los sinónimos imaginables, su comportamiento de hombre público sin tacha y su inobjetable condición de defensor de los valores familiares.
A Meade no le bastan los elogios que hilan los dirigentes de los tres partidos que lo arropan, ni siquiera la frases para el bronce que suelta el jilguerillo de antaño (en eso el PRI no cambia nada) que hace de maestro de ceremonias: “Es un hombre que cuando le preguntan quién va a ser el próximo presidente de México, responde: ‘Yo mero’”.
Tantas flores no parecen suficientes, pues el candidato se encarga de repasar sus virtudes personales en cada acto de campaña.
Tengo mucho que agradecer y ofrecer a México: estudios sólidos, profesionalismo y experiencia, principios y valores. Me he preparado 20 años sirviendo a México, sin escándalo, con honestidad y con resultados
, dice de sí el candidato de la continuidad, esa palabra que sustituye al programa.
Aunque suelta elogios, Luis Castro Obregón, presidente del partido creado por la ahora archienemiga del coordinador de campaña de Meade, también se permite el toque crítico. Las cosas no pueden seguir igual, dice. Y se explaya: “Las cosas no pueden seguir como hasta ahora con un crecimiento lento que no rompe la barrera de la desigualdad social; un Sistema Nacional Anticorrupción secuestrado por la polarización política…”
De ultraizquierda dentro de la campaña de Meade, se diría, parafraseando a Adolfo López Mateos.
Castro Obregón, quien habla con tono de pastor (amén
, dicen unas reporteras cuando termina), tiene de su lado que la mayor parte de los asistentes al mitin son miembros de su partido, Nueva Alianza. Sus tambores y tablas gimnásticas opacan los silbatos y las matracas de los cetemistas.
Cuando el candidato alude a pagar mejor a los maestros, rugen las huestes aliancistas. A un costado del escenario, Aurelio Nuño escucha e intercambia palabras con otros coordinadores de la campaña. Vanessa Rubio toma fotos. Javier Lozano, el pianista amateur y crítico de canto, atiende el discurso sin aplaudir ni levantar el puño como hacen muchos a su lado.
El estado mayor de la campaña está aquí, completito. Lo mismo que los gobernadores, incluyendo al verde chiapaneco Manuel Velasco. Mientras el candidato habla, ellos permanecen a un costado, tirándose discretos codazos para avanzar en la fila.
El registro de un candidato del PRI solía ser un simple episodio burocrático que pavimentaba el camino a la victoria asegurada, pero hoy, en los rostros del estado mayor, no hay gestos triunfadores.
Hay, eso sí, aparato. Más autobuses y más policía capitalina que en los registros de cualquier otro de los candidatos.
Ocupados en dar nota
, los estrategas de Meade decidieron este escenario para el anuncio de que las bancadas del PRI, el Verde y el Panal en el Congreso habrán de proponer la eliminación del fuero para todos los cargos. Es asunto menor que en otras oportunidades el tricolor haya rechazado siempre esa idea.
Lo que importa es que, a falta de programa, el candidato presente sus iniciativas de cambio con rumbo
en pequeñas dosis. Ayer, el registro de necesidades de las personas; hoy, el fuero.
Que todos seamos iguales ante la ley, desea el aspirante a la Presidencia. Andamos cerca, si se considera que, en términos de impunidad, somos el peor país del continente (el cuarto a escala mundial, lo que nos acerca a ser una potencia
, como quiere Meade).
¡Ningún privilegio más que el de ser mexicano!
, cierra el candidato y estalla un aplauso que parece ensayado y constreñido al estado mayor, porque a las bases sólo les entusiasma que el candidato les pregunte cómo queremos a México, para que ellos puedan responder: ¡Chingón!
El privilegio de ser mexicano, dice el candidato. El privilegio, se puede añadir, de vivir en el país con mayor impunidad en América, en el país donde están cinco de las 10 ciudades más violentas del mundo. El país donde la corrupción, la inseguridad, la informalidad y la debilidad de las instituciones trancan las posibilidades de crecimiento (y no lo dijo el crítico Castro Obregón, sino la OCDE).
El privilegio de ser mexicano sin fuero. Suena bien, hasta que el memorioso trae a cuento a don Efraín Huerta: Lo dramático para muchos, muchísimos mexicanos, es que en México no hay embajada de México
.