Sábado 17 de marzo de 2018, p. a16
En los estantes de novedades discográficas esplende el Equinoccio, esa música del alma, mi alma y entre el resplandor del sol brilla el álbum titulado new seasons (Deutsche Grammophon), la nueva aventura de la Kremerata Báltica, para recibir como se debe a la primavera.
Como todo proyecto de Gidon Kremer, se trata de un álbum temático con singularidades asombrosas donde imperan el hallazgo, el asombro, los deslumbramientos.
Linda forma de festejar el cumpleaños 20 de esta orquesta de privilegio, integrada por jóvenes letones, lituanos y estonianos.
Cuatro estaciones, cuatro partituras: The American Four Seasons, de Philip Glass; Estonian Lullaby, de Arvo Pärt; Ex contrario, de Giya Kancheli, y Yumeji’s theme, de Shigeru Umebayashi.
Por extensión, se trata del nuevo disco de Philip Glass, pues su material ocupa 40 de los 75 minutos que dura el todo, mientras la partitura de Giya Kancheli estelariza la contraparte.
Las Cuatro Estaciones Estadunidenses es el Segundo Concierto para violín de Philip Glass, data de 2009 y consta de ocho bloques. Lo escribió don Felipe Vidrio durante el verano y el otoño de ese año y tiene el acierto de dejar que el escucha elija qué estación del año está sonando en un momento determinado, al contrario del gran referente a partir del cual fue escrito: las Cuatro Estaciones de Vivaldi, donde sí identificamos sonidos propios de cada época del año.
La diferencia entre, vamos a llamarla así, música programática
de Vivaldi y las efusiones sónicas de Vidrio es muy amena: en lugar de efectos de relámpagos, truenos, lluvia, campanitas invernales, alegría soleadita del músico veneciano, nos encontramos con ríos de brillos, manantiales de soles, lunas quietas y volcanes en erupción durante los aproximadamente 40 minutos (maomeno, mi alma) de trepidante acción glassiana.
Intercala don Felipe un prólogo y tres songs entre los, esos sí, cuatro movimientos de esta obra dedicada a las estaciones del año. Entrevera las amenidades conocidas (oleajes, sensación repetitiva, hipnosis acuática) con momentos de lirismo intenso, tuttis orquestales, grandes áreas de experimentación sonora y muchas sorpresas en un repertorio que parece inagotable.
De nueva cuenta, el apelativo minimalista
dejó de ser útil para quienes quieran minimizar el temple de acero de Glass, tenemos en esta obra a un autor que pocos podrían identificar si les pusieran un fragmento aleatorio, como ocurría con muchas de sus obras anteriores, donde estilo e idea viajan en paralelo y el escucha, aún el no entrenado, podía decir a las primeras notas escuchadas: es Philip Glass
.
La virtud mayor de Las Cuatro Estaciones de Philip Glass y del disco Nuevas Estaciones de la Kremerata Báltica es el misterio.
Misterio luminoso, soleado, líquido y eléctrico. Porque la palabra misterio suele empinarse en las mentes comunes hacia la oscuridad, lo tétrico lo tenebroso. Misterio es luz, es un sueño en una casa de techo elevado con grandes ventanales que dan hacia el verde de los árboles, hacia la luz del sol, hacia el bullicio de los niños que juegan y cantan y ríen felices mientras sus padres hacen el amor y ríen paredes adentro y todo es luz y felicidad, armonía y belleza. Es la primavera.
Misterio es el fresco monumental pintado por Botticelli:
He ahí a Venus, símbolo de la belleza, el amor, la felicidad, adornada con flores por las Tres Gracias (de nada) para anunciar la primavera.
Helos ahí en el jardín Esperidi; Zefiro preña a la ninfa Clori y renace en Flora y propaga las flores de su falda hacia toda la Tierra y Mercurio trae mensaje: tttiiikkk tttttiiiiikkk y toma forma de un colibrí panzón y las Gracias bailan vals. He aquí la primavera.
Vivaldi, Chaikovsky, Piazzolla… muchos compositores han puesto música a las cuatro estaciones. Cada uno de ellos aporta luz, palpitaciones, pulsares, luz radiante.
El disco new seasons ilumina de tonos dorados los géiseres.
En cuanto terminan de sonar Las cuatro Estaciones de Philip Glass, escuchamos a un coro femenino entonar la Canción de Cuna Estoniana de Arvo Pärt, esa caricia al alma que significa el anuncio del despertar, el fin último del bardo (término budista que implica sueño, vida terrena, mirada, pestañeo), el sentido de la existencia.
Y después de esa obra sublime de Arvo Pärt, suena Ex contrario, del compositor georgiano Giya Kancheli, ese autor de obras todavía lejanas al disfrute masivo, como sucedió en su momento con Arvo Pärt, pero que en breve sonarán doquier. Giya Kancheli, con Alfred Schnitke, Gidon Kremer y Arvo Pärt forman parte del exilio ruso causado por los horrores que sembró Stalin y cuyas consecuencias funestas alcanzaron no solamente en su momento a Prokofiev y a Shostakovich, sino a las siguientes generaciones, cuyas obras, merced a la justicia de la historia, ahora son patrimonio de la humanidad, mientras el miserable Stalin es nadie.
Ex contrario es un haz de relámpagos, un ulular de luces, un coro de luciérnagas, una lluvia de flores metálicas y hojas doradas, un largo suspiro.
Cierra este disco luminoso otro momento sublime: Yumeji’s Theme, tema de amor de la película In the mood for love, dirigida por el maestro chino Wong Kar-wai y traducida como Buscando amar
, cuando el título original en realidad es: La magnificencia de los años pasa como las flores
La música para la banda sonora fue escrita por el maestro japonés Shigeru Umebayashi y es una caricia nacida en un óleo de Klimt: las falanges de él se deslizan por las mejillas color de rosa de ella, en el momento del amor. En el florecer.
Ya llegó la primavera, mi alma.