a libertad del diablo te captura y te compromete, te estremece desde el primer momento hasta el último.
Cuánto dolor, cuánta compasión, cuánta miseria y grandeza.
Fieramente realista y al mismo tiempo prodigiosamente teatral. El efecto de las máscaras es dual: aleja y al mismo tiempo acerca, vuelve abstracto lo tangible y viceversa. Los rostros ocultos, los trajes oscuros: todo tan impersonal y a la vez tan íntimo.
Las dos caras del mensaje, o la voz de lado y lado (la víctima y el criminal), compactan la catarsis. Casi con pudor, comedidamente, se nombra lo que no tiene nombre. Frases parcas con un eco inmenso.
La cocina, el taller, la cama, la carretera. Las máscaras de lo trágico y lo excepcional, habitan sin embargo el espacio de lo cotidiano y lo normal.
Los ojos que imploran tras los agujeros de la máscara. Las lágrimas que mojan la tela.
La lógica del asesino y la perplejidad de la víctima. O la perplejidad del asesino y la lógica de la víctima. Tanto el uno como la otra han traspasado el límite: nos hablan desde más allá.
Los silencios, los susurros, los rezos. Las palabras que siguen sonando cuando la boca queda cerrada. Las imágenes mudas que sin embargo hablan, bellas y terribles: la noche, el fuego, el desierto, la niebla, el cemento.
Las voces:
Te preguntas por qué
Vi que eran los tenis de mis hijos
El dolor más grande
Así hablan los huesos
Ya no tengo esperanzas
Qué más puedes hacerle a un muerto, si ya lo mataste
Me aterra pensar que llegamos muy tarde
Hubiera sido más bonito morir
Ya maté, ahora adónde voy
Pediría un perdón sincero
¿Tú tienes miedo?
Medios tonos que te llevan a preguntar, ¿los mexicanos del montón hablan como Juan Rulfo, o Rulfo habló como los mexicanos del montón?
La libertad del diablo es un ritual, una proclama ética, una radiografía de lo humano y lo inhumano. Una gran obra de arte.