n aspecto ridículo del nacionalismo es que cada país se cree excepcional. Es verdad que cada país tiene su geografía y su historia, y que es, por lo tanto, singular, pero el excepcionalismo
, al final, es otra cosa, porque sirve ante todo para apuntalar la idea de que tal o cual situación sólo podría suceder aquí
. Acto seguido, se pasa a la sublimación de la nación, a costillas de toda lógica.
Qué bonito es el Louvre
, dijo una señora al salir de ese famoso museo, pero ¡como México no hay dos!
¿Qué tiene que ver la belleza del Louvre con la singularidad de México? Nada. Pero a la señora le preocupaba que el Louvre no está en México, detalle que de momento podía perturbar su certeza de que la verdadera belleza es, al final, un monopolio nacional. El excepcionalismo obliga a buscar la peculiaridad sublime del país, a toda costa, por lo cual todos los nacionalismos le son propensos... Tanto es así, que si un país es una mierda, sus nacionalistas competirán por afirmar que no hay en el mundo una mierda más mierda que la suya. Bien podríamos imaginar una discusión entre un sirio y un mexicano, en que la competencia sea cuál de los dos países descabeza a más gente, o a un venezolano discutiendo con un sudanés por el premio mayor del hambre.
Pero los países a los que les va bien son, al final, más propensos al excepcionalismo. Entre ellos Estados Unidos tiene un lugar especial, por la historia sostenida de éxitos que han tenido. Tanto buen tino da pie a una fiesta constante de automistificación: somos grandes, por lo magníficos que somos
. Así, resulta natural que la historia triunfal de Estados Unidos se haya introyectado a modo de una serie de ideas exaltadas acerca del carácter nacional, y es quizá por eso, por lo arraigado del excepcionalismo estadunidense, que tanto les está costando ver lo que tienen frente a sus narices: una plutocracia sin cortapizas. Sólo que ahora, por fin, hasta el público de ese país comienza a completar el rompecabezas.
Así, esta semana le negaron acceso libre a los secretos de Estado al yerno plenipotenciario de Donald Trump, Jared Kushner. Al igual que su suegro, el negocio de Kushner es de bienes raíces. Poco antes de la crisis de 2008, cuando la burbuja inmobiliaria estaba en su apogeo, Jared compró un edificio de la ciudad de Nueva York, el del número 666 Quinta avenida, por la exorbitante suma de mil 500 millones de dólares. La compra se hizo con préstamos por más de mil millones de dólares, y luego que tronó la burbuja, en 2008, Kushner tuvo problemas incluso para rentar las oficinas de su rascacielos y, según reporte del Financial Times, el edificio tiene aún cerca de 30 por ciento de sus oficinas vacías. Pero, no hay que peocuparse por el pobre Jared, porque para eso tiene un suegro presidente.
Así, Jared se reunió en la Casa Blanca con dos acreedores, quienes decidieron, milagrosamente, extenderle préstamos por alrededor de 500 millones de dólares. Quizá no esté de más aclarar que ambas compañías ganarán mucho dinero con la reforma fiscal que con tanto aplomo hizo pasar Donald Trump. Además, uno de esos acreedores es de capital Qatarí, y sus subsidios tendrán, adicionalmente, implicaciones para la configuración de la política estadunidense en Medio Oriente. Ni hablar, que pa’ eso está papi.
Ivanka, por su parte, tampoco pierde oportunidad para hacer negocios desde la Casa Blanca. Así, The New York Times reportó otra curiosa coincidencia
no tan distinta a las de Jared: el día mismo en que Trump se reunió con el presidente Xi Jiping, el gobierno chino le concedió tres patentes a la compañía de Ivanka. De hecho, fueron sólo tres de una larga serie de patentes concedidas por China tanto a Ivanka como al propio Donald, desde que éste fue nombrado candidato republicano a la presidencia.
Pasando a su costado privado
, Trump tiene desde hace años un abogado que se dedica a evitarle escándalos. Tanto The Guardian como The New York Times han publicado investigaciones sobre el caso, no sólo por los pagos directos que el abogado de Trump ha realizado a prostitutas para que no divulguen sus relaciones con el ahora presidente, sino por el uso dudoso de sus alianzas con los medios, para frenar la publicación de información y fotos comprometedoras a cambio de influencia. Así, en 2015 el abogado consiguió que el American Media Company comprara fotos con derechos exclusivos de Trump con una modelo que traía los pechos al aire, para luego no publicarlas. Al año siguiente, el de las elecciones, el American Media adquirió además los derechos exclusivos a una historia de una relación sexual con una modelo de la revista Playboy, que tampoco publicó. Ese mismo año, el abogado Mikael Cohen pagó 131 mil dólares a la prostituta conocida como Stormy Daniels por que no publicara su historia... una historia clásica de la ley del dinero.
La colusión de Donald Trump con algunos medios implica una relación de reciprocidad que no sabemos hasta dónde llegue, pero sí sabemos que por cada transacción que beneficia a algún miembro de la familia Trump, habrá otra a alguna corporación privada –nacional o extranjera–, sólo que ésta vendrá ya de parte del gobierno de Estados Unidos.
Es un triste fin para el excepcionalismo americano.