l joven, carismático, comunicativo y estudioso director venezolano Gustavo Dudamel es suficientemente inteligente para entender que no es lo mismo un happening orquestal de tropicalismo bolivariano que una gira con la Orquesta Filarmónica de Viena. De ahí, la mesurada elección y presentación del repertorio que preparó para sus tres conciertos en México, una balanceada dieta a base de Chaikovski, Mozart, Brahms, Mahler, Berlioz y, como platillo exótico, la Segunda sinfonía de Charles Ives, cuya inclusión en la gira, en vez de algún caballito de batalla, se agradece particularmente.
El segundo de sus conciertos en Bellas Artes se distinguió por una sobriedad de repertorio cabalmente replicada en la sobriedad del enfoque interpretativo y de los resultados musicales: dos Brahms enmarcando a un Mozart, para enfatizar inequívocamente la impronta genética de la Filarmónica de Viena. Después de una ejecución briosa de la obertura Festival académico, quizá la pieza más extrovertida de todo el catálogo del severo y adusto Johannes Brahms, la Filarmónica de Viena ofreció el Segundo concierto para flauta de Wolfgang Amadeus Mozart con Walter Auer como solista. El resultado, un Mozart impecable y muy cuidado por parte de orquesta y director en cuanto a la técnica, pero al que le faltó la chispa y la picardía que suelen habitar en interpretaciones mozartianas musicológicamente más actualizadas. Supongo que la explicación es sencilla: si bien Mozart debe ser parte sustancial del menú de la OFV (su pan y mantequilla cotidianos junto con Haydn, Beethoven, Schubert, Bruckner, Mahler), se trata de una orquesta básicamente conservadora, a la que no me imagino experimentando con las técnicas y sonoridades a la antigua
para la música del siglo XVIII.
Si uno la observa con cuidado, podrá darse cuenta de que la Sinfonía No. 1 de Brahms es, en su estructura, una réplica perfecta del ciclo de las cuatro sinfonías del compositor hamburgués. Si la Primera y la Cuarta son oscuras (casi sombrías) mientras la Segunda y la Tercera transitan por ámbitos expresivos bucólicos y pastorales, así los serios movimientos externos de la Sinfonía No. 1 son contrastados con dos movimientos centrales más gentiles y transparentes. Gustavo Dudamel comprendió cabalmente este contraste, y lo aplicó a su ejecución de la sinfonía de Brahms sin llegar a extremos expresivos que, ciertamente, no le van al compositor. De hecho, una de las virtudes (entre muchas) de esta Primera de Brahms fue que Dudamel mantuvo una perceptible homogeneidad (que no uniformidad) en sus tempi a lo largo de tres movimientos y medio de la obra, para acentuar así la relativa exuberancia motriz de la segunda parte del último movimiento. Todo ello, envuelto en un flujo estructural impecable, sin costuras, caracterizado de principio a fin por la coherencia y el equilibrio. Entre muchos momentos destacados de esta ejecución, el dúo de violín y corno del segundo movimiento, no solamente tocado de manera exquisita por los primeros atrilistas de la OFV, sino también balanceado expertamente por Dudamel; y los episodios de cuerdas en pizzicato posteriores a las primeras páginas del último movimiento, articulados a la perfección tanto en su uniformidad (¡verdaderos unísonos, inauditos por estos rumbos!) como en los sutiles reguladores dinámicos aplicados por el director. El sonido de la orquesta vienesa, rico, homogéneo, poderoso a todo lo largo y ancho de sus filas, con algunos hitos destacados, particularmente dos: una primera flauta con un sonido redondo, potente y expresivo (me pareció, incluso, mejor que el del solista), y un primer oboe con una claridad y proyección como de rayo láser.
De regalo, Dudamel y la OFV recordaron el centenario natal de Leonard Bernstein con el peculiar vals de su Divertimento, para concluir con un azucarado bombón vienés, confeccionado como sólo estos reposteros musicales saben hacerlo. Un concierto memorable, sí, cuya huella principal ha sido, sin duda, una Primera de Brahms como probablemente nunca se haya escuchado en Bellas Artes.
Muy lucidor, también, el desfile de personajes y modas en Palacio; una parte sustancial del Who’s Who local se apersonó a mirar y dejarse mirar en Bellas Artes. Un buen número de ell@s forma parte del contingente de palurdos pretenciosos que ni siquiera en un concierto de esta magnitud, reprimen su incontinencia de aplaudir antes de que concluya la música.