Antes de que alguien confunda su explicación de la derrota que sufrió ante el boricua McWilliams Arroyo, el 24 de febrero en California, el mexicano Carlos Cuadras resume con su estilo sinaloense: no voy a mentir, me maraquearon, dice sin excusas; tuve una mala noche, me sentía fuerte, pero no tenía velocidad, no podía pegarle mis combinaciones que acostumbro.

Cuadras terminó frustrado, porque si conectaba no tenía el ímpetu necesario para seguir adelante hasta acabar al rival y todo culminaba sólo en un atisbo. Era –explica– como si ocupara un cuerpo ajeno que respondía a las órdenes que enviaba. Y así perdió.

Sin embargo, pasada poco más de una semana, el sinaloense admite que no pudo acoplarse al sistema que le impuso el entrenador Abel Sánchez, responsable de Gennady Golovkin. No sólo un modo de trabajo en el que no se sintió cómodo, sino frente al cual no tenía posibilidad de oposición.

Abel es un entrenador de vieja escuela, explica Cuadras; “te dice: ‘esto es así’. Y así se hace porque no escucha otras razones”.

No es que le atribuya la responsabilidad de su derrota, pero recuerda que le hizo saber que necesitaba trabajar su mejor atributo: la velocidad. Y en su lugar lo que desarrolló fue fuerza.

Por eso como que no me alcanzaba, agrega Cuadras; yo no soy Golovkin para noquear de un golpe, yo necesito trabajar al rival, pegarle varios golpes y para eso se necesita ser veloz.

Después de la derrota esta convencido de que no regresará con Sánchez. Simplemente no le funcionó. Ya piensa en probar con otros entrenadores; uno de ellos, quizás, Ignacio Beristáin.

Creo que me gustaría trabajar con Beristáin, dice Cuadras; no tanto en el gimnasio, porque tengo mi equipo, sino como estratega, en la esquina, porque es uno de los mejores. Ya hablamos alguna vez de esto, pero no hemos quedado en nada.

Cuadras sabe que su camino para recuperar el título mundial supermosca se complicó. La derrota ante Arroyo, preliminar para el campeonato, lo deja unos lugares atrás en la fila.