a pelea por ocupar la Presidencia de la República desató la lucha cuerpo a cuerpo. Entró en su apogeo lo que se ha dado en llamar campañas negras. La feroz disputa se concentra en dos de las coaliciones rivales. Las dos siguientes al puntero. Ricardo Anaya es el objetivo de la coalición priísta para ser bajado del segundo lugar que hoy ocupa. Con anterioridad la andanada panista se centró en testimoniar que el doctor Meade se había rezagado en la contienda. Sólo quedaban, según el panista, él y AMLO. Los resultados que revelan encuestas actuales así lo registran. Ante el panorama actual, los augures mediáticos, siempre cargados al oficialismo, recurren a una figura nebulosa y ponen el acento en el lapso que queda por transcurrir y donde –aseguran– todo puede cambiar. Una manera lateral de deslizar sus propios deseos o voluntaria ignorancia de datos y sucesos. Las tendencias en las preferencias ciudadanas, hasta ahora, se mantienen casi estáticas haciendo de lado los variados intereses.
Y esa historia parecía ser el punto nodal al menos durante lo que se llamó la precampaña. La experiencia de las dos pasadas elecciones había arrojado clara evidencia empírica: la coalición que se quede atrás –en tercer sitio– no alcanzaría la disputa final. Es debido a ello que, ya entrada en la segunda fase, es decir, en la intercampaña, se recurre a la guerra de trincheras donde casi todo vale para los ambiciosos. Anaya entró de lleno en la mira, tanto del aparato de gobierno y sus agencias, como en la de sus repetidores mediáticos. Tiene, este panista, un punto lo suficientemente débil, como para fincar en él toda una andanada de pesada carga y consecuencias. Se le pueden infligir, a su propalada integridad, daños considerables. Y en eso están concentrados sus rivales priístas, gubernamentales y difusivos. Juntos, inducen la imagen de que el panista es un personaje ávido de riquezas fáciles y cuantiosas. Se viene investigando todo un entramado financiero que abarca varios países, incluidos los paraísos fiscales, para mover y con cierta seguridad ocultar recursos enmascarados. Lo que aquí importa es demostrar que tales recursos bien pueden ser de procedencia ilícita o, al menos, de dudoso origen.
La defensa ante tan cerrado ataque del oficialismo se ha concentrado en la persona del panista. Se le concede la habilidad suficiente para salir airoso de este menjurje. Aunque hasta el presente día no se ha podido desligar de las acusaciones, y mientras más tiempo pase en ello, irán quedando jirones, pocos o muchos, de su prestigio.
El otro ángulo de la guerra iniciada ya toca al puntero mismo. Aquí, como en Fuente Ovejuna, todas las baterías se posan sobre AMLO. El mundo de la comentocracia empieza su labor de zapa sin miramientos y de manera unificada. Tanto las abundantes consejas, como los escasos datos y las incisivas opiniones se hermanan sin mucho misterio y sí con regularidad más que sospechosa. Esto no implica alguna mano peluda que actúa desde la oscuridad, sino al arraigado sentimiento, vigente entre toda una nube de opinadores, de parar al puntero. El acicate de lo diferente, la no cercanía de intereses y visiones o el miedo compartido los hermana. Cierto que le reconocen ya no ser un peligro para México, que tanto hicieron resonar en el pasado. Ahora son ataques directos a la credibilidad y la congruencia en sus opiniones, planteamientos y, en particular, sobre los acompañantes. De las casi 4 mil posiciones en disputa, la concentrada atención en algunos casos –tres o cuatro– es, para decir lo menos, asombrosa. Un líder minero condenado una y mil veces con frases inapelables de comunicadores oficiosos, filtraciones y rivales declarados, poco se detienen y menos consideran, la absolución por la Suprema Corte de Justicia de la Nación del aspirante a senador. Afirmar, de manera contundente, la existencia de una alianza explícita de AMLO con la maestra Gordillo cuando no hay tal, se trastoca ante oyentes o lectores en verdad comprobada. Tanto horror actual por la amistad de la maestra queda en vilo ante las firmes complicidades de priístas y panistas que, en su tiempo, no sólo pasaron desapercibidas para tan severos críticos, sino hasta fueron celebradas. Cosas obligadas de la política, concluían.