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Después de la escritura
Y

a nada es como antes, ni siquiera el futuro. La saturación de profetas detona contradicciones insalvables entre lo apocalíptico-cotidiano y el optimismo desbordado de tecnólogos y mercados. Yendo a lo más general: ¿cuánto tiempo le queda al mundo? El futuro se acelera, y también se encoge. El 25 de enero el Reloj del Fin del Mundo se adelantó 30 segundos, dejándonos a escaso dos minutos del cataplum, de acuerdo con el muy autorizado Boletín de Científicos Atómicos. Entre más se estrechan los márgenes del pronóstico terminal, menos importa cualquier otra proyección o profecía. Qué más da todo lo demás.

Así sea por animar la conversación de aquí a la medianoche, podemos revisar las escasas oportunidades que les quedan a la escritura y la lectura. En 2013 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura publicó un listado del índice de lectura en 108 países. México ocupaba el lugar 107. Doce por ciento de nuestra población dedicaba su tiempo libre a la lectura, mientras 41 por ciento veía televisión. En los años posteriores la televisión y la lectura perdieron terreno ante los nuevos instrumentos audiovisuales de bolsillo y en red. El reporte revelaba que 40 por ciento de la población nunca ha entrado a una librería (en México hay una por cada 200 mil habitantes). Un estudio del Senado advertía por entonces la progresiva disminución del índice de lectura, que en 2006 fue de 54 por ciento, y 46 en 2012.

El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) calculó en 2017 que de cada 100 personas, 45 leyeron al menos un libro durante los 12 meses anteriores (¿cuántos se referirían a la Biblia?) De la población que contestó la encuesta, 97.3 por ciento era alfabeta, y casi 80 por ciento dijo haber leído libros, revistas, periódicos, historietas, páginas de Internet, foros o blogs (La Jornada, 22/4/17). En contraste, al inaugurar la 39 Feria Internacional del Libro en Minería, el pasado 22 de febrero, Enrique Graue Wichers, rector de la UNAM, lamentó que 5 millones de mexicanos sean analfabetas y que en el último año uno de cada dos mexicanos no pudiera o no quisiera leer un libro.

El Inegi destacaba que pese al creciente uso de las tecnologías de la información, la población lectora de libros, revistas o periódicos prefería los formatos impresos. Eso querría decir que los millones de usuarios de los nuevos formatos los emplean para actividades distintas a la lectura. En 2016, el Inegi calculaba que cada mexicano lee 3.8 libros al año. A este comentarista le parece sobrestimado, y aún así México ocupa el último lugar en América Latina, donde el índice más alto es de 5.4. Más de la mitad de los mexicanos sencillamente no leen libros.

Revisemos los datos del vecino. Según reportes del Jenkins Group, en Estados Unidos 33 por ciento de los egresados de High School y 42 por ciento de los que se gradúan en College nunca más leerán un libro. Setenta por ciento de adultos nunca ha pisado una librería, y 80 por ciento de las familias no adquiere ni lee un libro al año. De cada 100 libros comprados, 57 no se leen completos.

Los datos de nuestro Inegi, aún si inflados, dan idea del acelerado deterioro de la lectura (según el mismo estudio, 46 de cada 100 lectores dijeron leer periódicos, aunque los tirajes reales estén, quizá, muy por debajo de ese escenario, y 42 por ciento lee Internet). A ello sumemos la rápida disolución de la forma texto en favor de otros lenguajes (Con el pretexto del postexto, La Jornada, 19/2/18).

Si este es el panorama de la lectura, ¿cómo andará la escritura? Los docentes, desde primaria hasta carrera, sufren la impericia de los alumnos, que cometen graves faltas de ortografía y sintaxis y redactan mal. Las nuevas herramientas de consulta han disparado los índices de plagio (casi siempre involuntario), fragmentación, simulación y manipulación de los escritos. La escritura misma ha cambiado. Si se extingue la caligrafía, que solía ser un arte, qué decir de lo manuscrito. A nadie le importa ya si eres Palmer, usas letra de molde o la tienes de doctor. La mecanografía, que data del siglo XIX, con la aparición de los ordenadores entró en una carrera desbocada. Finlandia, país de avanzada en materia educativa, en 2016 eliminó la escritura a mano en las escuelas, para concentrase en el desarrollo de las habilidades de escritura en dispositivos.

Paradójicamente, parece haber una proliferación de escritores y un renovado prestigio de la literatura y sus plataformas. La población ya no escribe, sólo los profesionales, quienes aumentan en la misma medida que los lectores desaparecen. Los libros se vuelven objetos incomprensibles para la mayoría. Habrá quien diga que siempre fue así.